Crepúsculo: mamá, quiero ser vampiro

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Crepúsculo: mamá, quiero ser vampiro

Después de semanas sin ir al cine no se me ocurre otra cosa que ir a ver ‘Crepúsculo’. Sin tener mucha idea de lo que iba a ver pero inducida por mis acompañantes -¡si yo quería ver ‘El intercambio’!- al final la cosa fue más entretenida de lo que esperaba.

Adolescentes inadaptados, vampiros y amores imposibles son los ingredientes que hicieron de la novela de Stephenie Meyer una receta triunfal entre el público juvenil. Parece que ‘Crepúsculo’ ha pasado la prueba de fuego de la gran pantalla y, si en la taquilla sigue funcionando bien, pronto llegará el rodaje de la segunda y tercera parte de la saga.

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No es de extrañar que el film haya quedado impregnado de ese teen spirit, con esa afectación que lo sobrecarga todo donde una sola mirada de la persona amada puede significar sentirse desgraciado o afortunado, vivir o morir, llevado claro está hasta sus últimas consecuencias. Como escenario, el estado de Washington, tan lluvioso y tan gris, la cuna del grunge y la rebeldía de los 90. Las escenas se entremezclan con los recuerdos de la propia adolescencia, lo que hace que se agrave más la sensación de indefensión ante aquellos sentimientos, y no poder evitar reconocer cómo molaba enamorarse a los 16 (con los malos rollos, las inseguridades, las primeras veces, las peleas con los padres y con todo).

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En este caso el amor les llega a Bella Swan y Edward Cullen, humana y vampiro. Bella se muda a casa de su padre, policía del condado, que no tiene ni idea de cómo tratar a su hija quinceañera. Edward es un vampiro de casi 100 años al que convirtieron siendo adolescente y vive en permanente alteración de las hormonas sin poder controlar muy bien sus instintos animales, con el peligro que ello entraña para su amada.

La película, mala es un rato, no se puede negar. Entre las soplapolleces manidas de los institutos americanos (los guays, los menos guays, los súper guays…) y los efectos especiales de los vampiros, la carcajada aparece no una sino repetidas veces. Pero es una carcajada limpia, que de vez en cuando, tampoco viene mal. Su directora, Catherine Hardwicke, trabajó junto a la autora del libro para no pervertir la versión literaria y cuidaron conjuntamente el cásting y las escenas más peliagudas.

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Lo mejor, los actores protagonistas, Kristen Stewart (Bella Swan) y Robert Pattinson (Edward Cullen). Quién iba a decir que el chico de las cejas raras de Harry Potter iba a convertirse en alguien tan resultón. Dice que llegó a odiar tanto a su personaje que por eso le dio ese giro afectado a su interpretación, lo que resultó siendo la clave de hacer creíble un personaje tan anodino por momentos como es el de Cullen. Entretenimiento navideño para adolescentes y para quien guste de ellos. Con un torno. 6.

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