De cómo las discográficas tuvieron que comerse su propio pastel

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De cómo las discográficas tuvieron que comerse su propio pastel

Diego Manrique publica hoy en El País un más que interesante artículo sobre los grandes errores de las discográficas estos últimos años. Y la verdad, es que merece la pena leer lo que él ha llamado ‘El Waterloo de la industria discográfica’. Este artículo está basado en un libro publicado en EE.UU. por Steve Knopper que se llama ‘Appetite For Self-destruction. The Spectacular Crash Of The Record Industry In The Digital Age’. Knopper cuenta allí, por ejemplo, cómo tras un año de existencia, los accionistas de Napster se reunieron con algunas discográficas (entre ellas Sony y Universal) para llegar a un acuerdo sin tener que pasar por los juzgados. Napster -cuyos 22 millones de usuarios habían hecho saber a la empresa a través de encuestas que pagarían una módica cantidad por una suscripción- pedía un 50%, pero las discográficas se negaron y ofrecieron un 10%. Evidentemente estas negociaciones fracasaron, y poco después un juez ordenó cerrar Napster, que más tarde fue reabierto en forma de servicio legal. A buenas horas, mangas verdes: los usuarios ya habían migrado a otros sistemas.

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No es necesario decir que las discográficas perdieron allí una oportunidad de oro de mostrarse modernas y acorde a los tiempos que se avecinaban. No en vano, existen negocios de venta de música por Internet y funcionan y tienen beneficios. No hablamos sólo de la iTunes Store, también de otras que por una cantidad fija al mes, te permiten descargarte lo que quieras, como eMusic.

Sin embargo, lejos de tapar la historia, Knopper la cuenta claramente, y cuenta cómo desde 1984 hasta el año 2000, las discográficas se forraron a base de convencer al mundo en general de que el CD era un soporte muchísimo mejor que el vinilo (y no digamos ya que la cinta magnética) y que su fabricación era infinitamente más cara. Así, nos cuenta cómo se multiplicó por dos el precio de los lanzamientos y se convenció al público de que lo mejor era comprar discos que ya tenía en vinilo en el nuevo formato. Todos recordamos las bondades del CD: que si no se raya, que como no hay contacto físico no hay desgaste, que es más ligero y cómodo, que patatín y que patatán. Y al final, como pasa siempre, la historia se repite: hoy nos intentan convencer de que el Blu-ray es mejor que el DVD, pero poca gente se lo traga.

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Al mismo tiempo que la industria se centraba en los CD, descuidaba el mercado del single y las canciones sueltas, que son fundamentales para gran parte de la población. Rascando entre amigos y conocidos, es fácil ver cómo hay bastantes personas que cuando descargan cosas de Internet pagando, casi nunca descargan discos completos, sólo canciones. Es un hábito de consumo que antes se veía satisfecho por los singles, pero desde que cuestan un ojo de la cara y sobre todo desde que no se lanzan, se ha vuelto a crear un nicho de mercado, claramente cubierto por las redes P2P.

Desde entonces, la industria no ha levantado cabeza. No ha sabido aliarse a ningún sistema de venta de música por Internet, pero tampoco ha seguido acercándose a sus usuarios, ni proponiéndoles métodos de compra por Internet decentes. Han sido fanáticos precursores de instrumentos injustos como el DRM, y al mismo tiempo han lloriqueado de lo lindo porque “ya no se venden discos”. Y es verdad que no se venden: de lo contrario, ¿cómo iba a tener ahora mismo la Fnac miles de discos en oferta, por menos de 7€ y entre los que destacan joyas como el ‘Third’ de Portishead o el ‘0’ de Damien Rice? Sin embargo, la industria llega tarde: han quemado a sus consumidores hasta la extenuación. Lo único que podría salvarles, ya lo hemos dicho, sería el streaming.

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