Anoche pasé un poco de miedo viendo ‘Hay alguien ahí‘. Eso es buena señal. La serie de ficción nacional más vista de Cuatro empezó dando un poco de vergüenza ajena con tanta pretendida escena de acción que poco tenía que ver con el misterio de la nueva casa de la familia Pardo, pero ha ido definiendo su argumento hasta quedar más o menos a la altura de las películas de miedo de serie Z que alquilabas de pequeño. Lo cual no es ni mucho ni poco.
Tramas como las del accidente de coche de Íñigo y Silvia han aportado muy poquita cosa a la tesis de la serie. A su vez, el personaje de esta parece demasiado pérfido e inaguantable sin motivo, mientras que otros necesitarían también una mejor definición, como el siempre afectadísimo medium Jorge Selvas, afectadísimo hasta que tiene que lanzar una sonrisa seductora Míster España 1999.
Sin embargo, en general, la serie ha ido mejorando. La desaparición e inesperada muerte de varios personajes, que alcanzó su culmen en el cierre de anoche, junto al magnetismo de la criada húngara, la agente enferma de cáncer o la inquietante presencia de Raúl y Elisa, los espíritus de la casa, han mantenido al 10% de la audiencia en vilo durante 13 semanas. Al tiempo que disfrutábamos del cameo de la cantante de Krakovia regentando un club S&M o de la banda sonora de la serie, con temas de MGMT, Triángulo de amor bizarro y esas referencias a «esa música tan rara que escucha Íñigo».
La segunda temporada desarrollará las tramas anticipadas anoche sobre el secreto guardado por el comisario, los dos personajes que saben quién es Iván o el paradero de Amanda. Como el 90% de las películas de terror, la serie seguirá cojeando por todos los lados (¿esa es toda la tensión que se puede sacar de un accidente aéreo?), pero con la cercanía de lo que nos es familiar, como ese autobús que la chacha tiene que esperar siempre una hora y media para volver a su casa desde la urbanización de los ricos. ¿Para cuándo una escena de terror en esa marquesina roja? 6.