Aunque suene fatal, no por esperada duele menos la muerte de alguien como Patrick Swayze. Anoche de madrugada nos sorprendió la triste noticia del fallecimiento del actor, que aunque en la última década no había hecho grandes papeles en el cine -¿quizás sólo ‘Donnie Darko’?-, se ha ganado un espacio reseñable en el podio de grandes iconos del cine de los ochenta y noventa gracias a sus papeles protagonistas en ‘Dirty Dancing’ y ‘Ghost’, posiblemente las dos películas más programadas en la historia de la televisión después de ‘Pretty Woman’.
Diagnosticado de cáncer de páncreas hace casi dos años, Patrick nunca negó la gravedad de su enfermedad. Suponemos que por eso pudo soportar con dignidad la multitud de noticias publicadas al respecto por varios medios de comunicación sensacionalistas de todo el mundo que, incluso, llegaron a anunciar su inminente muerte en diversas ocasiones apoyándose exclusivamente en fotografías que evidenciaban el deterioro físico del actor. Nada que por aquí nos sorprenda después de cómo se trató informativamente el caso de Rocío Jurado.
Hoy nuestras infancias y adolescencias, como aquella Nada que avanzaba imparable por la tierra de Fantasía en ‘La Historia Interminable’, han desaparecido un poco más. Adiós a las coreografías veraniegas a torso descubierto. Adiós a subir por la puerta de la calle, empujando con el dedo, una moneda de un centavo para demostrar nuestro amor eterno. Julie Newmar ya no dará las gracias a Wong Foo nunca más y a saber a qué playas irá ahora Bohdi. Todo eso pasó a la historia y tenemos que aceptarlo. Pero que nadie nos diga en un futuro que este día, por vergüenza, no sacamos del cajón el VHS gastado con la copia grabada de ‘Dirty Dancing’ que todavía todos tenemos en casa. Que no nos atrevimos a arrinconar todos los muebles del salón en un rincón para ganar espacio y evitar lesiones. Que ya sea en la piel de Baby o de Johnny, no movimos las caderas una última vez al ritmo del ‘The Time of My Life’.