Es una gozada que aún queden películas con Heath Ledger por estrenar, pero es un tanto raro también, si tenemos en cuenta que murió hace ya dos años y que Cate Blanchett estuvo nominada al Oscar por su interpretación de Bob Dylan en esta especie de biopic hace ya dos temporadas. En cualquier caso, aquí está, al fin en sus cines favoritos, la película que habla sobre la vida de Bob Dylan a través de seis personajes distintos, lo que incluye una mujer y un niño negro.
La película se promociona en varios medios a través de un spot que anuncia que todos los actores «son Bob Dylan». Es una suerte que se aclare esto desde el primer momento porque la confusión podría ser absoluta. Se pierde la gracia de descubrirlo por ti mismo, pero se ahorra que la mitad de los asistentes, la gente normal que no tiene por qué preguntarse cosas extrañas en el cine, salga de las salas preguntándose qué demonios ha visto. El nombre de Bob no aparece en ningún momento, se utilizan diversos «alias» cada uno con su porqué, con los que el director Todd Haynes (‘Velvet Goldmine’) ha querido reflejar que «Bob Dylan nunca está donde estaba antes. Como si fuera una llama, si tratas de cogerle, te quemarás». Dylan pidió a Haynes un folio sobre el enfoque del filme en el que no se utilizase la palabra «genio», Haynes se lo proporcionó, le gustó y la película se rodó en 2006.
‘I’m Not There’ presenta a un Bob Dylan tal y como te lo imaginas: errático, esquivo y, en una palabra, difícil. Hemos visto biopics sobre músicos que, aunque sin ensalzar de manera absurda al personaje, consolidan considerablemente tu fanatismo hacia ellos, como el de Johnny Cash o el de Ian Curtis; y hemos visto también documentales que te hacen aborrecer a su protagonista, como ese sobre Patti Smith que más bien parece un «celebrities» de ‘Muchachada Nui’.
El de Bob Dylan, desde el contenido, no pertenece ni a un grupo ni a otro. Lo que posiblemente sea de su agrado, porque aunque haga canciones para que las escuche la gente, le importa un pimiento lo que se opine sobre si lo que hace está de moda o no, qué es válido en un momento determinado o, como dice en un momento, «qué nombres horribles invente la gente para hablar de mi música».
A lo largo de la película vemos cómo la gente le abuchea o le idolatra. Es uno de los bastiones de ‘I’m Not There’ el retrato de la evolución del «folk» a lo largo de los años 60, sus connotaciones políticas, la aparición de guitarras eléctricas o la relación con la «música tradicional». También el filme da en el clavo al retratar la relación entre artista y prensa, que va mucho más allá de la necesidad mutua, ahondando en los juegos mentales de expectativas, malentendidos y malas interpretaciones, en los que ambos bandos pueden contraatacar.
Cuando termina todo este discurso, aderezado por más de una decena de sus canciones, convenientemente subtituladas, no serás más fan ni menos fan de su carrera. Su indiferencia (aunque sólo aparente, que ahí están esas letras) hacia las masas se volverá a favor o en contra de él dependiendo de las opiniones previas. Como si en estos cincuenta años paradójicamente hubiese creado una ideología más sólida que la de cualquier partido político.
Sin embargo, Todd Haynes brilla incluso por encima del personaje en el complejo retrato de esta película densísima y confusa, a veces incluso un poco aburrida para los que no sean fans, pero imprescindible. Por supuesto la labor de documentación es admirable: se reproducen declaraciones reales en conferencias de Dylan y, estéticamente, por ejemplo se recrea la portada de ‘The Freewheelin’ Bob Dylan’ en una de las escenas. Pero donde el planteamiento brilla es en su alcance filosófico y formal. No vemos a Richard Gere, a Heath Ledger o a Christian Bale haciendo de Dylan, ni a Charlotte Gainsbourg haciendo de Sara Dylan, sino a otros personajes ficticios o reales, como Billy The Kid o Woody Guthrie, que han significado mucho para Bob Dylan o por alguna razón le representan. A menudo rizando el rizo introduciendo supuestas entrevistas, jugando con el documental o la película dentro de la película en una inteligente metáfora que desafía la clasificación de géneros (cinematográficos) y también la imposibilidad de acercarse a averiguar quién es Bob Dylan, entre probablemente otras muchas cosas. 8.