Si algo trajo consigo el día después de la gira Noise Pop 92 fue movimiento. La escena independiente de nuestro país dio un estirón y se desarrolló de manera portentosa entre 1993 y 1995, y fue gracias al bullicio que se desató en muchas provincias a raíz del toque que supuso tal iniciativa. Es obvio que no todo nació entonces, pero lo existente y lo incipiente (las bandas que llevaban tiempo como casos aislados y las que surgieron jovencísimas) coincidieron de manera oportuna, y haciéndose compañía en su demarcación, ganaron en peso y notoriedad. Los jóvenes con ideas daban finalmente un paso al frente y se alzaban como protagonistas de un nuevo movimiento social y creativo que tomara el relevo al zarandeo cultural del primer lustro de los ochenta, y en comparación con lo ocurrido en aquella ocasión, muchos de los focos artísticos más importantes no tuvieron lugar bajo las faldas de la señora capital.
Lo hemos oído infinidad de veces: «Sin escenas locales, no hay escena», y es cierto. En lo que ocurría y trascendía de las comunidades autónomas estaban los cimientos para la anhelada (y por entonces casi ilusoria) solidez del panorama independiente a nivel estatal. El dinamismo no fue solo definitorio en el ámbito artístico, sino que al fin hubo confianza para apoyar estructuralmente a todo lo que se movía: a dar voz y programar conciertos de grupos noveles, a publicarles singles y discos, a hacerse eco de todo en la prensa especializada de manera regular. Sería de forma más o menos precaria pero lo que contaba era que las cosas tenían lugar; que surgían más fanzines, que había más público curioso y voraz. En enero de 1994, Rockdelux estrena una nueva publicación trimestral llamada Factory, hecho que resulta muy gráfico para entender el gran volumen de producción musical del momento y el interés que había por los sonidos que se cocinaban en el subsuelo alternativo a raíz de la eclosión de Nirvana dos años atrás. Fue precisamente en Factory donde empezaron a publicarse una serie de informes sobre los grupos que estaban surgiendo en diferentes puntos de España, a complementar con un quién es quién de la nueva hornada integrado por ni más ni menos que 100 bandas, aparecido en el número que conmemoraba el décimo aniversario de Rockdelux, a finales de 1994.
Si bien no debería simplificarse en exceso, porque había grupos de naturaleza dispar en cualquier comunidad, sí que se dio a entender que había un estilo o una determinada actitud que se imponía en cada una de las regiones, y a partir de esa conclusión empezaron a crearse una serie de etiquetas imposibles que hay que tomarse más a la ligera de lo que parecía en la época, quizás teniendo en cuenta que a pesar de utilizar la palabra «sound» con frecuencia, no se quería definir un sonido sino un movimiento local. Seguramente empezó como un juego en la prensa: ante un torrente artístico de tal magnitud era difícil resistirse a encauzarlo como harían en el New Musical Express británico, pero lo cierto es que esos apelativos -que tanto aborrecían los grupos- han quedado para la posteridad a pesar de todo.
En el árbol genealógico trazado bajo el nombre de Donosti Sound (algo parecido a lo que intentó ordenar Ricardo Aldarondo en el Rockdelux 108, mayo 1994) podíamos encontrar coincidencias genéticas como el romanticismo, el pop suave, el costumbrismo -doliente o mágico según la ocasión- y el uso del castellano. Discos publicados por Elefant y Siesta. Era en realidad una etiqueta que se utilizó en los ochenta para hablar de un movimiento más rockero encabezado por bandas como UHF o Puskarra y que se redefinió en la nueva década. Los artistas marcados con ella aseguraban que lo que se llamaba escena en San Sebastián no era más que una casualidad, quitándole importancia y reduciéndolo al hecho de que tan solo eran unas cuantas personas haciendo algo en España que les diferenciaba de lo demás. Por negar, incluso negaban una tangible afinidad estilística entre ellos.
De entre las nubes húmedas del cielo azul-grisáceo donostiarra aparecieron para perdurar en el tiempo artistas de largo recorrido y tan imprescindibles como los componentes de La Buena Vida, Le Mans o Family, combinados en múltiples proyectos además de los grupos madre. Nada de recién llegados: Le Mans no era más que un cambio de nombre para los precursores Aventuras de Kirlian, que pasaron de ser unos incomprendidos en manos de DRO durante la resaca de la Movida a ser alabados de manera unánime por su exquisitez minimalista en los noventa, y aunque se separaron demasiado temprano para algunos (en 1998 orquestaron una despedida en dos EP’s y un álbum) en la actualidad podemos seguir disfrutando de las canciones de Teresa Iturrioz e Ibon Errazkin en Single desde hace casi una década, así como de la labor como productor y compositor de él para otros artistas.
Aunque lo de Family fue conmocionarnos con un único golpe en forma de disco mayúsculo para no regresar, Javier Aramburu e Iñaki Gametxogoikoetxea habían coincidido ya en la banda La Insidia en 1983 y posteriormente en El Joven Lagarto, nombre bajo el que ya enmaquetaron en acústico las canciones que luego aparecerían -envueltas en mimo sintético- en ‘Un Soplo en el Corazón’ (Elefant, 1994). El dúo no volvió a manifestarse musicalmente, pero Aramburu desarrolló su colorida faceta de ilustrador y diseñador ensamblando la imagen gráfica de innumerables discos de pop facturado en nuestro país hasta nuestros días.
La Buena Vida también llevaba cuatro años de andadura antes de su presentación formal en la primera fiesta que organizó el sello Siesta en Madrid, en 1992. El entusiasmo con el que se recibió ese mismo año su primera maqueta -una delicia que recogía el testigo del pop más sofisticado existente entre los años 60 y 80- fue el inicio de una carrera que se ha cimentado en siete discos de larga duración, muestra de una refinación instrumental y argumental creciente, y que tras los golpes que han supuesto la marcha de la vocalista Irantzu Valencia en 2009 y el triste fallecimiento de Pedro San Martín el pasado año ha dejado el futuro de la banda en puntos suspensivos.
Además de estos tres incuestionables pilares, quedan otros proyectos que no se mencionan a menudo pero que merecen una revisión, como El Joven Bryan Superstar (tres variaciones del nombre -The Young Bryan Superstar antes y El Joven Bryan después- ilustran sus diferentes etapas, desde una primera en inglés a una última más mate y alejada de las coordenadas del sonido Donosti), Daily Planet (exquisitez instrumental y tan ecléctica como los gustos de Ibon Errazkin, que estaba al mando) y Parafünk, nombre bajo el que Javi Pez se sacó de la manga uno de los primeros discos de pop mezclado con estilos como el hip hop, el funk o el acid-jazz creados en el estado a base de samples (‘Parafünk’, La Fábrica Magnética 1993).
Tres discos imprescindibles:
Family / Un Soplo en el Corazón (Elefant, 1993): Difícil añadir un adjetivo más a un disco que funciona como artefacto musical, icono generacional y hasta fetiche (los precios en Ebay del vinilo dan cuenta de ello). New Order, Vainica Doble, Everything But The Girl, Pet Shop Boys… para una miniatura que esquiva lo cursi para una inmersión en lo sublime.
Le Mans / Entresemana (Elefant, 1994): Menos de 25 minutos condensados en ocho canciones precisas y preciosas en las que el aparataje ensayado desde Aventuras de Kirlian cobra verdadero sentido. Gainsbourg, Vainica Doble, esqueletos de sonido Motown… donde la tristeza siempre aparece tras una burla irónica.
La Buena Vida / Soidemersol (Siesta-Mercury, 1997): Con el presupuesto necesario para plasmar las ideas en resultados, con arreglos de lujo a cargo de Louis Philippe, un disco que marca un antes y un después en su carrera y en el indie nacional. Por el acabado prometía su paso al mainstream y en cambio los llevó a la gloria. Eterno.
Según lo expuesto y a pesar de ser también donostiarra, un grupo como Nuevo Catecismo Católico (enraizado en el punk-rock americano) guardaría mayor parentesco con otro movimiento más o menos inventado en el mismo País Vasco, el Getxo Sound. En este caso la etiqueta venía a delimitar un círculo alrededor de una serie de bandas de un corte rock ruidista, con un sonido a veces disonante, acelerado, robusto y rematado con letras en inglés. En una entrevista para el número de verano de 1994 de Factory, Ricardo Andrade (guitarrista de Los Clavos) negaba que lo que estaba ocurriendo en la ciudad destacara más allá de ser un conjunto de gente que se conocía hacía años y que daba conciertos regularmente. Getxo era ya una ciudad culturalmente muy dinámica gracias a la ayuda financiera del aula de cultura del ayuntamiento, que por entonces contribuía dinero para cosas como maquetas, vídeos o carteles. Los sellos Goo y Radiation, ambos con oficinas en Bilbao, aparecieron para publicar la mayoría de referencias de los grupos surgidos en ese círculo.
Los Clavos fueron verdaderos pioneros de la escena local a finales de los ochenta cuando lo que había a su alrededor era sobre todo grupos de pop cantando en castellano, pero fue el revuelo mediático que causó El Inquilino Comunista el que hizo que todo el mundo fijara sus ojos en Getxo. El cuarteto debutó con un EP en 1992 (un año después de su formación) y fue recibido con verdadero entusiasmo por la solidez de sus directos y su solvencia instrumental (líneas de guitarra retorcidas al estilo Sonic Youth 1988-1990, dinámicas cambiantes entre guitarras limpias y broncas como las de Pixies), materializadas en un primer disco editado en un momento favorable (el interés por el noise-rock no tenía mesura entonces) y aupado al podio de las listas de lo mejor del año. En los tres años consiguientes a su aparición surgieron una serie de bandas noveles que engrosaron enseguida la lista del Getxo Sound, como Los Nadie, Lord Sickness, Cujo o Bonzos (la mitad de Los Clavos tras su separación), grupos que se movían en unas coordenadas estilísticas análogas. Javi Letamendia, batería de El Inquilino, reconocía a la revista Rockzone (julio 2008) que Los Clavos habían sido un referente incuestionable para ellos cuando empezaron, lo mismo que los bilbaínos Cancer Moon, dúo formado por Josetxo Anitua y Jon Zamarripa que se adelantó al resto al introducir -no solo en el País Vasco, sino en España- un rock más abrasivo y experimental cantado en inglés.
Tres discos imprescindibles:
Los Clavos / Rare World (Goo, 1993): auténticos pioneros de la escena, en ellos hay rastros de los Stones más chulescos, del hardcore ochentero de bandas como Husker Dü o de la angustia post-punk pero sobre todo una voluntad de desmarcarse de la música que se hacía entonces. Se fueron en su mejor momento.
El Inquilino Comunista / El Inquilino Comunista (Radiation, 1993): curioso que el tiempo los haya convertido en un mito reivindicado cuando su separación pasó bastante (e injustamente) desapercibida. Sin esconder influencias (Charlotte Says, The Fall) este maravilloso debut suena más 2012 que casi cualquier disco de 2012. Tocaron con Sonic Youth, Cat Power, Pavement… cuando ser telonero tenía significado propio.
Cancer Moon / Moor Room (Radiation, 1994): Un disco tan especial como el propio grupo y su líder Josetxo Anitua, elegido disco del año por RockdeLux empatado con el de Family y en Mondosonoro en solitario. Un disco para descubrir y redescubrir una y mil veces con canciones construidas entre imaginativos riffs que huían del mimetismo imperante.
Sin movernos del norte, desplazándonos hacia el oeste, damos con la escena que sin duda dio más bandas en esos años y de la que, casi dos décadas más tarde, conservamos a algunos de los mejores músicos y compositores de nuestro país. Cuenta la historia que una noche, en el bar La Plaza de Gijón, Luis Mayo (cantante del grupo local Screamin’ Pijas, ahora en Indienella), Javier Rodríguez (guitarra de Kactus Jack) y Roberto Nicieza (entonces batería de Australian Blonde) consensuaron la idea de fortalecer el enorme movimiento musical asturiano presentándolo de cara al exterior como algo firme y afianzado, y lo hicieron creando un eslogan («Córtate el pelo, cambia de vida») que estamparon en una camiseta en la que aparecían listados una docena de grupos de Gijón y Oviedo, luego integrantes del cartel de un festival celebrado en las afueras de la ciudad. El apelativo Xixón Sound se lo apropió la prensa procedente de un concierto en la madrileña sala Siroco -en el que tocaron Penelope Trip, Eliminator Jr. y Manta Ray-, que se anunció con tal gancho como reclamo.
El mayor bullicio tenía lugar en la Universidad de Oviedo, más concretamente en la cafetería del Campus del Milán, lugar en el que se encontraban todas las facultades de humanidades a las que iban a estudiar la mayoría de componentes de las bandas que surgieron en esos años (que solían estar en más de un grupo a la vez hasta que tocaba decidirse por el que parecía que tenía más trabajo). Además de compartir pasión por las letras, la compartían por la música, y fue allí donde pudieron empezar a intercambiar ideas, discos y a inventarse sus primeros grupos. Mencionar aquí una corriente de sonido en la que se hiciera énfasis para identificar a esta etiqueta se hace más difícil que en los casos de Getxo o Donosti, porque conocimos a muchos grupos populares venidos de Asturias que formaban un conjunto muy ecléctico dentro de lo que se llamó Xixón Sound.
Penelope Trip y Australian Blonde quizás permanezcan como los más recordados y asociados con el apelativo, porque su aparición y popularidad crecieron notablemente al mismo tiempo que se acuñó el término. Los primeros, sin duda una de las propuestas más singulares y estrambóticas que dio la década de los noventa, demostraron que podían cogerse ideas del noise-pop anglosajón y crear algo de otro mundo sin caer en la mímesis. Cambios de ritmo, distorsión quebradiza, frágiles arpegios, ausencia de letras en favor de fonemas de azúcar… Su aventura tuvo una muerte abrupta cuando se decidieron a crear su propio sello discográfico junto a Roberto Nicieza para publicar su tercer disco (Astro Discos, que editó referencias de montones de bandas de dentro y de fuera de la comunidad; en 2009 dejó de centrarse en su actividad como discográfica para abrirse a otras áreas y tareas dentro del mundo musical). Meterse de lleno en esa parte de la industria les acabó afectando y pertenecer a Penelope Trip no les aportaba la misma satisfacción y diversión de antaño, por lo que se separaron en 1997 -algo que Rockdelux consideraba uno de los factores clave en el diagnóstico de la muerte de la edad del indie. Además de por la originalidad de su música y su manera de presentarla, se les recuerda por su actitud y su integridad.
Que ‘Historias del Kronen’ (Montxo Armendáriz, 1995) fuera una película oportunista y fea alumbrada bajo el cebo del «retrato generacional» no quita que colar en la banda sonora la pegadiza ‘Chup Chup’ (sin leerse el guión siquiera) fuera una espléndida decisión de Australian Blonde. En las entrevistas, el trío -artífice de un pop-rock más inmediato que tenía su reflejo en la música venida de Boston en esa época y que ya tenía su debut en la calle cuando quedó finalista en el concurso de maquetas de Rockdelux- no manifestaba tener grandes pretensiones más allá de divertirse, pero a mediados de los 90 esa canción suya supuso un hito que les acercó a un público mayoritario (protagonizaron incluso un anuncio de Pepsi, algo que luego se convertiría en una fórmula recurrente de promoción para grupos indies tentados a ir más allá) que les puso en bandeja la posibilidad de poder trabajar a un nivel más profesional. Su segundo álbum ya se había editado a medias entre Subterfuge y RCA, multinacional que aportó capital para promoción bajo el acuerdo de que si se vendía determinado número de copias pasarían a formar parte de su catálogo, algo que efectivamente ocurrió a lo largo de 1995. Con ellos se desencadenó el furor mediático por la escena como moda en publicaciones como El País de las Tentaciones.
Otro hito artístico de altura lo marcó Manta Ray, una banda que transgredió encasillamientos y etiquetas desde el principio. Aunque se hablaba alegremente de Xixón Sound cuando se publicó su primer EP en 1994, para cuando se les empezó a ver en directo rodando las canciones de lo que sería su debut en formato largo (‘Manta Ray’, Subterfuge 1995) ya no había quien andara con niñerías, ni quien identificara su música con las figuras de unos chicos que habían recién estrenado la veintena. Simplemente se hablaba de un rock mayúsculo e inédito en su impecable ejecución comparado con sus compañeros de generación. Su tensión dramática se comparaba con la de nombres como Tindersticks, PJ Harvey o Afghan Whigs, y se hacía hablando del sentimiento, no de la copia sonora. Crecieron rápidamente y evolucionaron hacia un rock mucho más experimental, matemático e instrumental, siendo laureados en varios países europeos hasta su separación en febrero de 2008.
Son muchísimas las bandas relevantes de las que podríamos seguir dando detalles, desde lo afilado de los insólitamente desafiantes Medication al noise-rock que mutó en un minimalismo de aliento entrecortado de Eliminator Jr. (que se quedó en Jr. para su revampirización); desde el garage más punk y asilvestrado de Doctor Explosion (otros veteranos históricos que ya van a por su 25 aniversario) al garage que se fue revelando más pop y preciosista de Undershakers; desde el rock más robusto de Kactus Jack o Los Buges al encanto de las Nosoträsh de la primera maqueta y los singles previos a ‘Nadie Hablará de…’ (RCA, 1998)… De todos estos grupos nos quedan hoy artistas en activo y absolutamente vigentes como Nacho Vegas (que compaginaba militancia en Manta Ray y Eliminator Jr.), Tito Pintado (ahora anti), Jose Luis ‘Rubio’ García (ahora en Elle Belga) o Mar y Alicia Álvarez (ahora en Pauline en la Playa). No podemos dejar de mencionar a Paco Loco, influyente miembro de los pioneros Los Locos que en los años noventa (además de formar el grupo Los Sangrientos) fue poco menos que el productor estrella de la escena independiente, seguramente el que más trabajo tuvo. Grupos de todos los rincones viajaban hasta Gijón para que él les grabara en sus estudios ODDS.
Tres discos imprescindibles:
Australian Blonde / Pizza Pop (Subterfuge, 1993): El disco de ‘Chup, chup’, primera canción que trascendía la escena indie (hasta en tres ocasiones: como single, al incluirse en ‘Historias del Kronen’ y por un anuncio de Pepsi). Primeros en vender más de 10.000 copias, primeros en cobrar un millón de pesetas por tocar y primeros en muchas cosas. El disco rebosa frescura, entusiasmo adolescente y verdad.
Manta Ray / Manta Ray (Subterfuge, 1995): La apertura instrumental con ‘Adamo’ avisaba de que este disco era otra cosa. Todo un shock en su momento que unos debutantes pudieran conjugar tanta pericia instrumental (sus conciertos eran extraordinarios) con una imaginación compositiva tan abrumadora. Tan difícil se lo pusieron a los demás y a ellos mismos que quizá jamás lo superaron.
Penelope Trip / ¿Quién puede matar a un niño? (RCA, 1996): Que en RCA pensaran que un disco absolutamente suicida tenía cabida en su catálogo (la industria musical en España no era y, por supuesto, no es Estados Unidos) dice mucho de cierta locura de aquellos tiempos. El grupo entrega su mejor colección de canciones, mejor grabadas y arregladas, más pulidas, mejor cantadas por Tito Pintado, en resumen más todo, de los últimos supervivientes del Noise Pop 92. Un testamento con vistas a la inmortalidad.
Hubo otros puntos geográficos que destacaron por la notoriedad de sus bandas aunque no se creara un apelativo para agruparlas. En Barcelona, gracias al empuje y a la actividad del sello B-Core, se dio especial (y merecida) cobertura a bandas que venían del circuito hardcore (24 Ideas, Innocents) y que tiñeron las dogmáticas coordenadas de ese estilo con dosis cada vez más generosas de melodía (Corn Flakes, Aina, Childhood, de los que luego salieron Fromheadtotoe), pero de la misma provincia salieron propuestas ajenas a esa escena que tuvieron igual o mayor relevancia, como Beef, The Faded Flower, Paperhouse o Alias Galor. Mallorca también dio para un informe en el número 3 de Factory (julio-septiembre 1994) en el que se destacaba a unos primerizos Sexy Sadie, que acabarían a la cabeza (algo que avala una exitosa carrera de más de diez años) de un montón de grupos venidos de las Islas Baleares entre los que se hicieron oír Honey Langstrumpf, The Frankenbooties o The Tea Servants. Del circuito de Zaragoza salieron grupos que hoy olvidamos (Nothing, Ana Tere Experience) y que Pedro Vizcaíno se decidió a publicar mediante Grabaciones en el Mar a partir de 1994, pero también otros imprescindibles como El Niño Gusano y El Regalo de Silvia (de hecho, la principal motivación de Vizcaíno para crear el sello fue dar a conocer de manera oficial a los primeros).
En Valencia hubo también un despertar destacable, con la aparición de pequeños sellos (como Experience y Baladas) y de muchas iniciativas de autoedición (como la del pub Tranquilo Niebla, financiando EPs a grupos) gracias a las cuales -y a la creciente popularidad del fanzine Wah-Wah- se dio testimonio de lo que ocurría en la comunidad autónoma, del trabajo de bandas como Big Score, Furious Planet, Kindergarten, Los Canadienses o Silvania, aunque los últimos se instalaron definitivamente en Madrid a mediados de los noventa. Por último, del sur de la península cabe destacar a dos formaciones andaluzas que reintentaron el pop en castellano de nuestros días y que no necesitan presentación alguna como son Los Planetas y Sr. Chinarro (de Granada y Sevilla, respectivamente; los componentes de ambos grupos se encontraban entre el público en la fecha sevillana del Noise Pop 92 cuando aún no habían debutado), precedidos por los pioneros Lagartija Nick (también granadinos), además de otros inactivos hace años como Los Hermanos Dalton y Maddening Flames (Cádiz), Pequeñas Cosas Furiosas, Amphetamine Discharge y Hébridas (Sevilla) o Automatics (Jaén). Nuclear Sí, Estanis Solsona.