Clásicos Que Nunca Lo Fueron: ‘John The Wolfking Of L.A.’ de John Phillips

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Clásicos Que Nunca Lo Fueron: ‘John The Wolfking Of L.A.’ de John Phillips

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Artista: John Phillips
Álbum: John The Wolfking Of L.A.
Sello: Warlok/Dunhill, 1970

Uno de los grandes álbumes perdidos de los 70 es ‘John, The Wolfking Of L.A.’ de John Phillips, un disco grabado en mitad de ese cruce de décadas que tiñó el sueño hippy de los sesenta de sangre (Familia Manson, Vietnam) adicciones (las drogas empezaban a pasar factura) y desencanto (divorcios, los desengaños del amor libre). En definitiva, un bajonazo de cojones tras un guateque de 10 años.

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A John, líder y compositor principal de The Mamas And The Papas, se podría decir que le pasaron por encima esas tres locomotoras metafóricas juntas, porque además de estrenar década enganchado a la heroína y la cocaína y recién separado de la bella Michelle Phillips, el escándalo Manson le tocó muy de cerca: Polanski creyó durante algún tiempo que él estaba detrás de los asesinatos como venganza por su breve lío con Michelle Phillips meses antes y llegó -dicen- a amenazarle con matarle poniéndole un punzón en el cuello. Todo un cóctel de paranoia, drogas y sangre para inaugurar ese resacón vital que fue 1970 en Laurel Canyon. Precisamente ‘The Wolfking Of L.A.’ se publicó en enero de ese año.

Los Mamas And The Papas se habían disgregado en 1968, pero Dunhill Records quería seguir sacándoles partido, así que ofreció a John dinero y la posibilidad de montar un «vanity label» (Warlok) para grabar un disco en solitario a cambio de la promesa de que habría otro LP de los Mamas And The Papas. Al más puro estilo decadente de finales de los 60, John básicamente se gastó casi todo el dinero en su disco, reuniendo a los mejores músicos de sesiones de Los Ángeles, y sólo a regañadientes -y bajo la amenaza de acciones legales- grabó ya en 1971 el disco final del grupo, con las tomas vocales grabadas por separado de forma que sus miembros no se viesen las caras en el estudio.

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‘John The Wolfking Of L.A.’ captura perfectamente ese momento confuso y turbio de la vida de John Phillips y de la vida colectiva de toda su generación, y lo hace hermosamente, en una combinación de melodías de bella melancolía, una voz entre la pereza y el desencanto y unas letras donde la tragedia se relata cotidiana y casualmente, con el humor propio de los perdedores que aún se creen invencibles.

El disco se abre con ‘April Anne‘, y desde el segundo 1 queda clara la paleta de sonidos que dominará en todas las canciones: el llanto luminoso del «pedal steel guitar» de Buddy Emmons y Red Rhodes, el piano de Larry Knechtel y la elegante guitarra de James Burton. Músicos que, junto con Hal Blaine a la batería, formaban uno de los núcleos del Wrecking Crew, la crème de la crème de los músicos de estudio de Los Ángeles, que grabaron la mayoría de los éxitos de Phil Spector, los Beach Boys, los Monkees, Nancy Sinatra y tantos otros. ‘April Anne’ es, además de una de las mejores composiciones de la carrera de John Phillips, un delicioso catálogo de personajes, algunos ficticios y otros reales, de la escena de Laurel Canyon de aquellos años: además de la propia Ana de Abril (su amiga Annie Marshall), desfilan por sus letras el “Jingle Jangle Faggot” (dependiendo de la fuente, Gene Clark de los Byrds o Steve Brandt), el “Drunken Gigolo” (Denny Doherty de los Mamas And The Papas), o el “Easy Rider” (Dennis Hopper, claro).

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Y si una primera canción tan buena como esta es de las que marcan el tono de los mejores discos, que la segunda sea una canción como ‘Topanga Canyon’ confirma que estamos ante un verdadero clásico. Creo que es mi canción favorita de John Phillips, a la altura de ‘California Dreamin’‘ o ‘San Francisco‘.

Una canción que es pura languidez dorada, con una melodía inigualable, mecida por guitarras «pedal steel» y James Burton (que le dan el toque country) y acolchada por las voces de nada menos que Darlene Love y las Blossoms (que le dan el toque soul). “A veces conduzco a Topanga / Y aparco en la arena”. Hasta aquí parece otra canción más de sol californiano. Pero sigue así: “Mirando y esperando / A que me recoja mi hombre”. Ese “my man” -el mismo que el de la Velvet Underground- revela instantáneamente que estamos ante el bello lamento de un yonqui: “Estoy en aguas profundas / y me cubre por encima de la cabeza / Todo el mundo pensaba que sería más listo / Y que no acabaría así de muerto”. Sin duda un cambio radical desde los himnos hippies de dos años antes: Phillips, como muchos compañeros de generación, había pasado de ponerse las flores en la cabeza a metérselas por el brazo. Según la célebre groupie Pamela Des Barres, la cocaína y la heroína habían llegado a Laurel Canyon en 1969, cambiándolo todo.

A partir de ahí el tono musical se mantiene, y resulta fascinante ver el viraje de un compositor de pop hacia terrenos más «roots», del que ‘John The Wolfking Of L.A.’ es un ejemplo impecable: por un lado muestra un retorno a sus raíces folkies (las canciones son esencialmente piezas de folk autobiográfico, y tienen algo en común en tono y forma con piezas de gente como Mike Nesmith o John Sebastian, con quien coincidió a primeros de los 60 en la escena del Greenwich Village), y por otro la elección de músicos y arreglos lleva al disco directamente a una combinación brillante de country, rock y soul. Algunos críticos consideran este disco uno de los primeros y mejores ejemplos de country rock, siguiendo de cerca el camino abierto por Gram Parsons. En cualquier caso, una evolución coherente y lógica en la obra de Phillips, porque sus canciones mantuvieron casi siempre esa melancolía folkie de su pasado neoyorquino, que tan bien casaba con el sonido californiano (¿no es acaso ‘California Dreamin’’ uno de los más tristes números 1 de pop de la historia?). El cambio más importante es, pues, a nivel lírico: letras confesionales, más «adultas», el sonido de una vida (y una carrera) resquebrajándose en medio de la opulencia.

‘Malibu People’ es otro esbozo autobiográfico, una escena en la playa de Malibú junto a una mujer y un castillo de arena que de nuevo expele un leve olor a decadencia, un poco como otro de los grandes discos «crepusculares» de comienzos de los 70, el ‘On The Beach‘ de Neil Young. De hecho, la mayoría de estos discos de bajón post-cambio de década son (además de grandes clásicos) productos 100% californianos: ‘There’s A Riot Goin’ On‘ de Sly And The Family Stone o ‘L.A. Woman‘ de los Doors, que por cierto salieron un año después de ‘John The Wolfking of L.A.’.

Someone’s Sleeping‘ es el otro gran clásico del disco. Una canción de recuerdos y despedida a Michelle Phillips, que recuerda “en Tánger, de pie, rodeada de mendigos a sus pies / parecía un ángel”. La reminiscencia de una relación rota que de alguna manera relaciona con su descenso a los infiernos actual: “Desde la ventana de un segundo piso / vi por casualidad la vida de alguien, y era la mía / Mi cara estaba oscurecida y sucia, y había estado llorando”. La cara A concluye justo después, con otra estampa del lado oscuro de L.A. titulada ‘Drum‘: una pandilla de yonquis robando la batería que John guardaba en su coche. Negra y marca Pearl, por cierto.

La cara B se abre con las Blossoms cantando ‘Captain’, la canción que más recuerda a la vieja estructura clásica de los Mamas And The Papas: solista masculino intercambiando versos con un coro. Curiosamente, Denny Doherty (el otro «Papa») comentaría años después que las canciones de ‘John The Wolfking Of L.A.’ podrían haber conformado un brillante disco del grupo. Personalmente prefiero que las cosas ocurriesen como lo hicieron: la voz de Phillips (la menos protagonista en su antiguo grupo) es toda una sorpresa de fragilidad e indolencia, y no me imagino mejor forma de cantar estas estampas de sus naufragios personales. Curiosamente, en su autobiografía ‘Papa John‘ el propio artista confesó que detestaba este disco debido a su voz, y que de hecho pidió al productor Lou Adler que la hundiese en la mezcla por vergüenza. Pero no es precisamente un disco de Los Planetas, en realidad para los estándares actuales está perfectamente mezclada, y permite apreciar perfectamente una de esas voces falsamente «malas» que, como las de Leonard Cohen, Robert Forster y otros vocalistas similares, expresan mil veces más gracias a sus limitaciones.

Let It Bleed, Genevieve‘ es la pieza central de la segunda mitad del disco: está dedicada a Genevieve Waite, la que sería su segundo gran amor, y a quien había conocido hacía meses. Se cree que el verso “Genevieve yace sangrando en mi sótano / malinterpretando la vida otra vez” alude a un suceso en el que ella estaba teniendo un aborto mientras Phillips estaba en el piso de arriba, demasiado borracho para ayudarla. La alusión más abajo a “su reemplazo” (una amante) termina de completar otro pequeño retrato sórdido de una época de excesos e infidelidades.

Phillips canta entre la culpa y la indiferencia, quizá aceptando lo que declaró a la revista Rolling Stone ese mismo año en una entrevista, refiriéndose al ambiente reinante en su barrio de Bel Air por aquel entonces: “Conforme Dios ha ido perdiendo su porcentaje de influencia, el Diablo ha cogido mucho de ese porcentaje. Las cosas se han vuelto muy diabólicas”. Con Genevieve precisamente iniciaría multitud de proyectos fallidos a continuación del lanzamiento de este disco, incluyendo una breve gira en octubre, en la que se rodaron escenas de «cinema verité» para una película sobre Byron y Shelley interpretada por ellos dos, que muestra su errática vida de aquella época. Se habla de una escena en la cama entre Genevieve Waite y Bianca Jagger mientras John Phillips oficia una «comunión» con cocaína, escena que nunca ha visto la luz. Como le gustaba decir por aquel entonces a Phillips en otra de sus frases favoritas, “todo con moderación menos la moderación”.

Los dulces tonos country de ‘Down At The Beach’ conducen a ‘Mississippi‘, único single extraído del disco (con ‘April Anne’ en la cara B) y que no llegó ni al Top 100. Sin embargo le gustó mucho a Elvis Presley, quien pretendió grabarla antes de que el Coronel Parker le disuadiese. Otra oportunidad perdida para una carrera que a partir de este último destello caería en picado.

El disco culmina con ‘Holland Tunnel‘, una hermosa descripción de la ruta en coche desde ese túnel, que conecta la ciudad de Nueva York con New Jersey, hasta más allá, llegando a Pittsburgh, Pennsylvania, quizá un recuerdo postrero de tiempos mejores, donde lo cotidiano no era el exceso, sino conducir un coche plácidamente saliendo de la ciudad durante unas horas. Las voces de Darlene Love y las Blossoms arrullan la canción con un precioso coro mientras la música se desvanece en un «fade out». Así concluye este disco crepuscular, desesperado, pero que oculta su oscuridad bajo bellas canciones, de un músico buscando quizá redención mientras anota en su diario esbozos de una vida que se desmorona y que acabaría destruyendo su creatividad. Un disco que descubrí, como tantos, gracias a Juan de Pablos, quien lleva pinchando canciones de este disco en su programa Flor de Pasión desde los años 90, si no antes. En aquella década conseguir este disco era todo un logro, hasta que el sello inglés Edsel lo reeditó hacia 1998. Pero realmente fue la reedición de 2006 de Varese Sarabande la que ayudó a que el disco sea hoy en día un poco más reivindicado, una edición primorosa, con libreto lleno de información y ocho temas extra, entre los que destaca la hermosa ‘Shady’.

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