Lou Reed y The Velvet Underground: una deuda infinita

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Lou Reed y The Velvet Underground: una deuda infinita

The+Velvet+UndergroundSupongo que cada cual guardará con cariño su particular momento de encuentro con Velvet Underground. En mi caso, aunque había oído y, sobre todo, leído mucho ese «VU» con el que muchos artículos perezosos se referían al grupo surgido en 1965 en Long Island, fue durante el estreno en España de ‘The Doors’, el tramposillo biopic que Oliver Stone dedicó a la figura de Jim Morrison y su grupo. No recuerdo la escena concreta en que sonaba ‘Heroin’, pero sí la sensación de quedarme totalmente aplastado en la butaca con esa letanía de dos acordes de guitarra, el zumbido de la viola y los tambores primitivos que se aceleraban de forma candorosa, asfixiante. Después, recuerdo tardes y tardes rebobinando mi cassette pirata con la banda sonora de la película para escuchar de nuevo ese tema y ‘Venus In Furs’, el otro tema del grupo que se incluía entre la docena de cortes del grupo protagonista. Así descubrí, en plena adolescencia, a Velvet Underground y a Lou Reed, al que hasta entonces no había sabido valorar como figura del rock. Curiosamente, de forma paralela descubría a bandas como Sonic Youth, y mis sensaciones eran que estaba escuchando en ambos casos algo igualmente contemporáneo. Evidentemente, Sonic Youth deben mucho a Lou Reed y la Velvet Underground, como tantas y tantas bandas que hoy son admiradas. Pero la Velvet, como solemos llamarla, existió entre 1965 y 1970 y publicaron cuatro álbumes magníficos que pasaron en aquellos días sin pena ni gloria por una escena musical que solo parecía tener oídos y ojos para la guerra Beatles/Rolling Stones y las metamorfosis de Dylan.

Velvet Underground siempre estuvo articulada en torno a Lou y sus canciones. Reed, hijo de un contable y criado en Long Island, llevaba desde los catorce años tocando en grupos amateur, tratando de imitar el estilo de los compositores del Brill Building. Tras estudiar lengua inglesa en la universidad y codearse con los rescoldos de la generación beatnik, conoció a John Cale, un joven instrumentista de viola galés que cayó en Nueva York atraído por la cultura avant-garde, mientras reclutaba gente para formar un grupo con el que tocar sus canciones. El guitarrista Sterling Morrison, un viejo colega de Reed de la universidad con el que ya había hecho algunas jam sessions y que compartía su pasión por Carl Perkins y Bo Diddley, sería el siguiente en unirse a Warlocks, uno de los primeros nombres que barajaron, y a él le siguió Maureen Tucker, accidental batería de la banda tras el abandono de Angus MacLise, miembro original que dejó el grupo al entender que se habían vendido al aceptar tocar por 75$.

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Con tres canciones propias (‘Venus In Furs’ –una canción sobre sexo sadomasoquista–, ‘Heroin’ –inspirada por los textos de su ídolo William Burroughs sobre el caballo– y ‘I’m Waiting For The Man’ –naturaleza viva de Reed intentando pillar drogas en Harlem–), empezaron a mostrarse por pequeños clubs de Manhattan donde, dice la leyenda, a menudo eran despedidos por los promotores cuando probaban a tocar cosas como ‘The Black Angel’s Death Song’. En una de esas ocasiones, el ya reconocido transgresor Andy Warhol estaba entre el escaso público, que inmediatamente les enroló como parte de su Factory y dispuso de ellos como banda privada. Él, a cambio, ejerció de manager y «produjo» el legendario primer álbum del grupo, además de crear su icónica portada. Para Warhol, eran otra pieza de arte más, otro de sus personajes enrolados en su proyecto escénico ‘Exploding Plastic Inevitable‘. Según Reed, Warhol solo le pidió una cosa: «me da igual lo que hagáis, pero mantened siempre las palabrotas». «Y eso hicimos siempre», decía años después Reed, extrayendo que quería exactamente de ellos esa pureza salvaje y sin pulir de sus conciertos.

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De hecho, la producción de Andy consistió en pulsar el botón de grabación y mirar cómo las cintas giraban mientras el grupo tocaba. Bueno, eso y proponer que Nico, una actriz y modelo húngara que había publicado un single producido por Jimmy Page (Led Zeppelin, The Yardbirds), cantara en el disco. Reed escribió para ella ‘I’ll Be Your Mirror’ y ‘Femme Fatale’, dos de las canciones de la faceta más delicada y preciosista del álbum que, junto con ‘Sunday Morning’, muestran cómo la Velvet también ha sido una referencia para grupos alejados de los arquetipos del rock, como Belle & Sebastian o La Buena Vida. En ese álbum, que pugnará siempre por ser el mejor de la historia del rock, conviven esos momentos ensoñadores con la pureza del rock de querencia blues y la faceta más experimental del grupo, esa en la que el ruido, el feedback, los instrumentos cuidadosamente desafinados formaban por vez primera parte fundamental del estilo y el sonido de cualquier banda, en este caso una que, en palabras de Cale, quería «lograr el muro de sonido de Phil Spector con solo cuatro instrumentos». ¿Esto no os suena?

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De su experiencia en la factoría Warhol, al margen de la inspiración para canciones como ‘All Tomorrow’s Parties’, el rédito del grupo fue mínimo entonces, ya que el desastroso lanzamiento del disco, más de un año después de estar terminado, desaprovechó por completo el «efecto Warhol». Warhol también financió la grabación de su siguiente álbum, un ‘White Light/White Heat’ en el que ya desaparecía el apósito de Nico, enfadada por ser ninguneada por la banda (pese a que Cale escribiera y produjera para ella en varios fantásticos discos después), y, sobre todo, se enfrascaban en un enfadado ejercicio de puro noise rock, ayudados por la mejora de los equipos de los que disponían. Velvet Underground sonaban más fuertes y más sucios, y no solo en el sofocante rhythm&blues del tema titular (una de las canciones favoritas, en términos absolutos, del que esto escribe), sino también en el relato musicado ‘The Gift’ (un relato experimental de Reed que posee la herencia de Poe que décadas después evidenció en ‘The Raven’), en la sinuosa ‘Lady Godiva’s Operation’ y, sobre todo, en los más de 17 minutos de ruidismo e improvisación de ‘Sister Ray’ (cuenta la leyenda que el ingeniero de sonido dijo que «no tenía por qué escuchar esa mierda», así que se largó y pidió que le avisaran cuando hubieran terminado). Sin duda, nunca hubo nadie más transgresor que ellos, el resto han sido imitaciones, sucedáneos y mezclas rebajadas.

Poco después de este nuevo y fallido intento por lograr repercusión, las tensiones entre los dos grandes creadores del grupo, Reed y Cale, se hicieron insostenibles para ambos y se resolvieron con la salida del segundo, siempre dentro de los márgenes del respeto, no tanto de la amistad. Cale fue sustituido por Doug Yule, no sin antes hacer una pequeña sesión de estudio en la que registraron tres temas, uno de los cuales, ‘Stephanie Says’ se ha convertido en un posterior hito para el grupo, heredero de aquellas canciones que cantó Nico en el primer álbum. En 1969, la ausencia de las experimentaciones de Cale convierten ‘The Velvet Underground’ casi en el primer álbum en solitario de Reed ya que él firma todas y cada una de sus canciones. Apaciguado el enfado que presidía su anterior obra, el grupo parecía perfectamente dispuesto a sacar brillo a temas tan brillantes como la legendaria ‘Candy Says’, ‘What Goes On’, ‘Pale Blue Eyes’, ‘I’m Set Free’ o ‘That’s The Story Of My Life’, en los que las reminiscencias blues coqueteaban con cierto aire folkie. ‘After Hours’ una breve pieza cantada por Mo Tucker (Reed dijo que la letra era tan cándida que era incapaz de cantarla él mismo) cierra el disco y muestra de dónde pudieron sacar la inspiración The Moldy Peaches para su anti-folk.

Poco después, el grupo fue despedido de MGM por ser continuamente relacionado con las drogas, y Atlantic apostó fuertemente por ellos, ejerciendo por tanto una fuerte presión para que sus nuevas grabaciones fueran el éxito que esperaban. Al finalizar la grabación de ‘Loaded’, Reed abandonó el grupo tres meses antes de que se publicara e incluso dejó la música temporalmente para trabajar con su padre, viendo amargamente desde fuera cómo ‘Sweet Jane’ y ‘Rock And Roll’ sonaban insistentemente en la FM. Aunque Reed recordara siempre esa etapa con desconfianza, tras el «golpe de estado» ejercido por un Doug Yule que, con Reed, Morrison (decidió dejar la banda para continuar sus estudios) y Tucker (ni siquiera intervino en la grabación, apartada voluntariamente tras quedar embarazada) fuera, hizo un patético intento por seguir adelante con la banda (incluso publicó un álbum, ‘Squeeze’); el cuarto álbum de la Velvet Underground será siempre un clásico del rock, aunque esté algo alejado del carácter provocador e inquieto de sus inicios.

Y no es solo gracias a los dos cortes antes mencionados, que sin duda ya anticipaban lo que Lou reservaba para el crucial ‘Transformer’ (de hecho, ‘Satellite Of Love’ ya formó parte de estas sesiones de grabación), sino por medios tiempos maravillosos como ‘New Age’ y ‘Who Loves The Sun’, latigazos rockeros como ‘Head Held High’ y ‘Lonesome Cowboy Bill’ y una crepuscular ‘Oh! Sweet Nuthin» que, a todos los efectos, suena al testamento de Velvet Underground. Dada la mala suerte que gobernó el camino de Velvet Underground, no es sorprendente que el grupo se esfumara de una forma tan accidentada y poco gloriosa. Ninguno de sus álbumes alcanzó en su momento el Top 100 de ventas, ni siquiera uno de sus singles.

Decía Brian Eno que «casi nadie compró sus discos cuando salieron a la venta, pero los que lo hicimos corrimos inmediatamente a montar nuestra propia banda». Y es que la escucha de estos discos resulta imprescindible para cualquier aficionado al pop rock pero, sobre todo, sobre su cadáver han germinado muchas de las propuestas musicales más importantes que les sucedieron. David Bowie, Patti Smith, Talking Heads, Can, Roxy Music, Suicide, Joy Division, R.E.M., Sonic Youth, Nirvana, U2… Cada leyenda de la música que se nos pueda ocurrir ha encontrado en algún momento de su carrera una deuda y una inspiración no solo en las canciones de Lou Reed y su Velvet Underground, sino también en su integridad como artista, en su espíritu de permanente búsqueda, en sus siempre manifiestas intenciones de crear algo capaz de agitar emocionalmente, desde el respeto a los clásicos y el más puro amor a la música y al arte. Hoy, cuando se ha marchado, nuestra deuda con él sigue creciendo.

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