Título: On The Beach
Artista: Neil Young
Sello: Reprise (1974)
La obra de Neil Young es vasta, y durante los duros años de la transición al Compact Disc parte de su catálogo quedó náufrago “al otro lado”, una serie de discos a los que se privó de su merecida reedición, en parte por el conocido recelo del músico hacia el nuevo formato. Sin embargo, de todos ellos sólo uno generó un movimiento entre sus fans que llegó a incluir hasta una página web de recogida de firmas (en la incipiente Internet de los primeros dos mil) para reclamar su edición en CD: era este ‘On The Beach’, un disco que de hecho se había descatalogado durante los 80 y al que Neil Young siempre miró con cierta distancia, nunca del todo convencido de su valor, ni de la calidad de su sonido. Fue finalmente en 2003 cuando dio el OK tras la “revuelta” de los fans y después de una masterización digital a su gusto.
Por supuesto, como si de una maniobra de márketing se tratase, toda esa reticencia de casi décadas, junto al número relativamente bajo de copias en circulación elevó lento pero seguro su estatus a la categoría de disco “perdido” y “mítico”. Y sin embargo, once años después de su reedición, cuarenta desde su salida original, disponible ya incluso en las plataformas digitales, ‘On The Beach’ resiste el peso de su mito: sigue siendo un disco espléndido, luminoso y oscuro a partes iguales, con un encanto único.
Precisamente esa cualidad claroscura, lóbrega, lo emparenta con otros discos de la “resaca post-60s”, como ‘There’s A Riot Goin’ On’ de Sly & The Family Stone u otro de nuestros clásicos que nunca lo fueron, el ‘Rey Lobo de L.A.’ de John Phillips. Ya la portada, con ese aire de playa decadente, la aleta de un cadillac hundida en la arena como un avión estrellado y el periódico cuya portada alude a Nixon, nos sitúa plenamente en ese estado de ánimo generacional que ‘Walk On’, la canción que abre el disco, sintetiza magistralmente en uno de sus versos: “Tarde o temprano, llega la realidad…”
“Recuerdo los viejos tiempos / Despiertos toda la noche, enloquecidos / No teníamos tanto dinero / pero nos las arreglábamos bien”. La visión de los 60 desde los 70 como algo lejano y mítico es recurrente en la contracultura norteamericana, y comprensible teniendo en cuenta lo intenso de aquella década a nivel social, cultural y artístico. El momento histórico le brindaba a Young además la oportunidad de alejarse del éxito mainstream que planeaba sobre él tras ‘Harvest’ (1972), una maniobra totalmente consciente que generó lo que se conoce como la “ditch trilogy”, tres discos en los que el artista se dirigió conscientemente a la “cuneta” musical, evitando sonidos excesivamente comerciales. Un trío que culminaría con el sombrío ‘Tonight’s The Night’ (1975) pero que para muchos tiene su cumbre en realidad en ‘On The Beach’.
El disco continúa con ‘See The Sky About To Rain’, una adorable pieza nostálgica enfatizada por esas dos armas al servicio de la melancolía que son el piano Wurlitzer y la guitarra “pedal steel” (a cargo de Ben Keith, fiel escudero como siempre). A la batería, Levon Helm de The Band, que repite junto a Rick Danko (y David Crosby) en la siguiente pista, ‘Revolution Blues’, el primero de los tres “blues” del disco (más en concepto que musicalmente). En él, imágenes de violencia a punto de explotar: hippies armados con rifles, alardeando y amenazándose entre ellos, que acaban dirigiendo su ira latente hacia la gente guapa de Los Ángeles: “He oído que Laurel Canyon está lleno de estrellas famosas / Pero los odio más que a los leprosos / Y los mataré en sus coches”.
Neil la escribió justo después de los asesinatos de Charles Manson y su “familia”, y desde luego mucho de esa ominosa atmósfera de la California de los primeros 70 vibra en el fondo de la canción. El suceso le impactó especialmente porque había conocido a Manson personalmente e incluso le había admirado como músico. La alusión en la letra a “diez millones de buggies de las dunas bajando de las montañas” es una referencia directa al ejército móvil que Manson fantaseaba con crear en el desierto de Mojave para dominar California. En lo musical, mención especial para el precioso solo de guitarra de Young, como lo son casi siempre: un chorro de notas que parecen tartamudear pero que en realidad siguen una lógica melódica y rítmica aplastantes.
Tras la campestre ‘For The Turnstiles’, tan solo banjo, dobro y voces, la cara A se cierra con ‘Vampire Blues’, el único verdadero “blues” de los tres, en el que se declara un vampiro que le chupa sangre a la Tierra, una clara alusión a la industria petrolera (“necesito mi alto octanaje”) y seguramente la canción menos sólida del disco. El propio Young destacaría años después que su cara preferida era la B, más desoladora, poblada tan sólo por tres canciones, la primera de las cuales representa el corazón de este disco: ‘On The Beach’. Su dulce cadencia y los lentos acordes de guitarra y Wurlitzer (tocado por Graham Nash) son la encarnación misma de la depresión post-éxito, envuelta eso sí en una de las más preciosas melodías y ambientes de la carrera de Young. “Ahora vivo aquí en la playa / Pero las gaviotas siguen fuera de mi alcance”.
Las contradicciones de un artista que necesita el reconocimiento pero a la vez no caer en las trampas del éxito aparecen expresadas magistralmente en el verso “Necesito una multitud de gente / Pero no puedo ponerme delante de ellos todos los días”. ‘On The Beach’ es pura magia, la banda sonora de alguien descubriendo que las cosas no acaban de encajar, pero haciéndolo sobre un colchón de valium que se acerca a los siete minutos. Los depresivos Radiohead la versionaron muy apropiadamente hace unos años.
‘Motion Pictures’ da un relativo respiro emocional al disco, ya que dentro de su tono melancólico va dedicada a su novia de aquellos años, la actriz Carrie Snodgress, a la que promete que “hará sonreír” en esta preciosidad acústica. La canción funciona también como perfecta transición hacia ‘Ambulance Blues’, la pieza más larga, que con sus nueve minutos deja al disco con ese bello y simbólico desequilibrio de cinco canciones frente a tres. Algunos críticos la han llamado la ‘Desolation Row’ de Neil Young, en alusión a la larguísima canción de Bob Dylan poblada de personajes literarios que simbolizaban en algunos casos identidades reales. Sin llegar a las ambiciosas cotas líricas de la canción de Dylan, es cierto que esta hermosa pieza final yuxtapone personajes enigmáticos, lugares de su pasado y reflexiones autobiográficas, en una serie de viñetas de caos y desolación que Young mantiene calculadamente ambiguas, quizá hasta para sí mismo (“Es difícil de saber el significado de esta canción” dice uno de los versos). Durante este fascinante viaje-canción Young nos conduce, guitarra acústica en mano, por la Ruta de los Navajos, por Isabela Street (una de las calles de su infancia en Toronto) por el Riverboat, uno de los primeros clubs de folk en los que actuó, dispara contra Richard Nixon (“Nunca imaginé que un hombre pudiese mentir tanto / Tenía una historia distinta para cada par de ojos”), y reflexiona soterradamente sobre Crosby Stills Nash And Young, concluyendo con una frase del mánager del cuarteto: “Estáis meando contra el viento”.
Una magistral canción autobiográfica para concluir un disco magistral, quizá el definitivo de los que cierran la “era hippy”, pero que tiene además el doble valor de enfrentar la depresión social de ese momento de la historia con las propias decepciones e inseguridades de Young como artista. No pasaría mucho tiempo hasta que Young pasase página tras esta catártica “trilogía de la cuneta”: apenas un año después de ‘On The Beach’, habría reformado Crazy Horse, editado ‘Zuma’ y partido de viaje hacia su propio futuro.