Decía Julia Roberts en una entrevista que no entendía cómo los actores encargados de interpretar ‘Agosto’ en teatro no acababan exhaustos o ingresados en un manicomio. Que no se imaginaba lo que debía ser meterse en la piel de esos personajes cada día para vomitarlo todo sobre un escenario y después irse tranquilamente a casa. A muchos actores de cine se les podría responder que no hay ningún secreto, que eso que les parece imposible simplemente se llama actuar. Pero viendo lo que hace la Roberts en esta película no me atrevería a toserla. Ante lo perfecto no queda más remedio que asentir y cerrar la boca.
Sobre todo cuando logra eclipsar a Meryl Streep, la otra pata del banco que con su papel pensado para el lucimiento de la actriz de turno (como los son todos los que dibujan personalidades marcadas por la enfermedad, el rencor y la soledad autobuscada) sostiene en pie esta película de texto retorcido que funciona como una bomba de relojería inesperada. Una suerte de olla a presión en la que parece que no pasa nada hasta que un gesto, o una palabra, hace que todo salte por los aires. Eso sí, dentro de casa, que en Oklahoma, como en Castilla -que es igual de amarilla y plana cuando aprieta el calor del verano capaz de matar a los periquitos- los trapos sucios se lavan en casa.
Por eso es ahí, entre cuatro paredes de una mansión en medio de la nada, donde se desarrolla casi al completo este drama familiar que podría pasar por una versión made in USA de ‘La casa de Bernarda Alba’ y que, como en la adaptación fílmica de aquella, su origen teatral acaba siendo al final su mayor carga. Los actores lo tienen todo para lucirse, y de hecho aprovechan como nadie cuando la cámara se posa sobre ellos más de la cuenta, pero la catarsis del directo se diluye por culpa de un medio que cuando imita, no emociona.
Que no digo que no salgas con la angustia instalada en tu cabeza preguntándote cuánto falta para que tu familia también se haga pedazos al reconocer en alto esos secretos y mentiras que, como todas, guardan para que todo siga como está. Porque pasará. Ya lo dicen en la película parafraseando a T.S. Eliot: “la vida es demasiado larga”. Por suerte. Y por desgracia. 8.