Ha llegado a la cartelera ‘The Fake’, la película de animación ganadora en el pasado festival de Sitges, un film tan para adultos como la recién estrenada ‘El viento se levanta‘ de Miyazaki o ‘The Congress’, que a pesar de su espectacular homenaje al cine, su visión de los actores como profesionales en el futuro, la secuencia del aeropuerto Tempelhof en Berlín o el cruce de barreras entre ficción y realidad, no termina de distribuirse en nuestro país. Ni siquiera con el empuje de los elogios en los Festivales de Gijón y Sevilla ni el aval de estar dirigida por el israelí Ari Folman, que siempre recordaremos por ‘Vals con Bashir’.
En ‘The Fake’, del coreano Yeon Sang-ho, el eslogan de promoción es “La mentira os hará libres”, una sentencia que viene acompañada por un envoltorio de pesimismo y violencia en el argumento. La acción se desarrolla desde los primeros minutos de metraje en un entorno hostil habitado por unos protagonistas que viven en un engaño emocional. Un pueblo cercano a Seúl vive bajo la amenaza de ser inundado por la construcción de una presa, mientras los pobladores creen que con las indemnizaciones para abandonar sus casas, sus vidas irán a mejor.
Los enfrentamientos se desatan entre un reverendo y un antiguo residente que decide volver con su familia. La cruzada de mentiras, con epicentro en el pastor, se instala en el resto de vecinos, algo que no está dispuesto a consentir Min-Chul, el personaje que decide retornar al pueblo. Su regreso sirve para sacar a la luz el arraigo de las sectas cristianas y su influencia en una población desesperada, con el efecto colateral de sacar a flote otros lodos sobre sexo, la pasividad cómplice con la mentira, las falsas expectativas o la corrupción social.
‘The Fake’ es un ejercicio fantástico de animación, sólo un poco descuidado a la hora de enfocar a algún personaje o en una bajada insignificante de ritmo hacia la mitad. Pero el reflejo de los contrastes es firme e inabarcable: mientras estamos en ambientes luminosos, los personajes están inmersos en un estado lúgubre; cuando la inmoralidad campa a sus anchas, las conductas de los lugareños muestran honradez; cuando no empatizamos con la propuesta argumental, la pantalla se llena de colores sutiles. Nada es superficial -lo sería si solo nos centráramos en una crítica a la Iglesia y sus seguidores-, todo es más complejo cuando el espectador no tiene elección entre el bien y el mal, cuando el mal es la única alternativa frente al mal… 7,5.