Clásicos Que Nunca Lo Fueron: ‘Marshall Crenshaw’ de Marshall Crenshaw

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Clásicos Que Nunca Lo Fueron: ‘Marshall Crenshaw’ de Marshall Crenshaw

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Título: ‘Marshall Crenshaw’
Artista: Marshall Crenshaw
Sello: Warner Bros. (1982)

«Hacia el año 73 dejé de oír la radio y simplemente me sumergí en la escucha de viejos singles de los 50 y los 60. Percibía en ellos una sensación de inmediatez que no encontraba en las cosas que sonaban en las ondas en aquel momento». Con estas palabras explicaba Marshall Crenshaw a principios de los ochenta dónde estaban clavadas las raíces de su música, el momento crucial de su adolescencia en el que decidió seguir un camino diferente. Una declaración de principios de doble filo, porque esa querencia «oldie» le ayudó a distinguirse de la competencia con una etiqueta muy práctica, pero que a la hora de evaluar su relevancia como artista ha funcionado a veces de pesado sambenito. Es fácil comprobarlo leyendo las diversas biografías de Crenshaw y viendo cómo a menudo se centran demasiado en su papel como John Lennon en la obra musical ‘Beatlemanía’ (1978-80) o como Buddy Holly en ‘La Bamba’ (1987) y no tanto en las excelencias de, por ejemplo, este casi olvidado disco de debut.

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Cuando en 1980 Marshall decidió finalmente abandonar la mencionada obra «off-Broadway» que contaba la historia de los Beatles, se mudó a Nueva York para tratar de iniciar una carrera musical como artista solista. Sólo le costó un año conseguir su primer fruto, la publicación del single ‘Something’s Gonna Happen‘ para el sello Shake Records. Poco después sus maquetas empezaron a circular entre editoriales y discográficas y el cantante de rockabilly Robert Gordon acabó grabando varias de ellas, incluida ‘Someday, Someway‘, que tenía un riff a base de acordes muy en la línea de Buddy Holly. El artífice fue el productor Richard Gottehrer, que estaba trabajando en el disco de Gordon y reconoció inmediatamente el potencial que tenían las canciones y el propio artista al escuchar sus demos. A partir de ahí fue todo muy rápido: Warner Brothers fichó a Crenshaw con un contrato que duraría el resto de la década, y para enero de 1982 el artista ya estaba en la Record Plant de Nueva York junto a Gottehrer grabando ‘Marshall Crenshaw’, uno de los LPs más interesantes de la historia del power pop, con un carácter romántico y melódico que pocas obras de este género han alcanzado.

Si Marshall apagó la radio en 1973 debió de hacerlo tras oír ‘No Matter What You Do’, una canción que marcó el inicio del power pop en su sentido moderno

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Si es cierto que Marshall apagó la radio en 1973, debió sin duda haberlo hecho justo después de escuchar el primer single de aquel año de Badfinger, ‘No Matter What You Do‘. Y seguramente lo hizo con una sonrisa, mientras pensaba: «¡Ajá!». Porque esa canción marcó como pocas el inicio del sonido power pop en su sentido moderno, como género separado ya de sus raíces en los grupos británicos de los 60. Para finales de los 70 la avalancha de artistas era imparable, y Crenshaw conectó sin duda con ese movimiento musical que, como él, había ignorado buena parte de los excesos rockistas de la década y posaba su mirada en la simplicidad de una buena melodía de pop echada a volar con guitarras eléctricas y jubilosos redobles de batería, insuflada de vida con preciosos arpegios al estilo de los Byrds o Big Star. Lo que distingue a nuestro artista de forma muy clara en este magnífico debut es su muy personal querencia por el R’n’B y el pop de los 50 y primeros 60. Con un ojo posado en el power pop de sus contemporáneos y otro en los héroes de la era dorada del pop norteamericano gestó estas doce canciones, que comienzan con un ejemplo perfecto de esa doble mirada: sobre ritmo y arreglos muy new wave se asienta una melodía que es puro Arthur Alexander.

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‘Someday Someway’ sonará a algún «90’s child» por haber sido versionada por S Club 7 y por aparecer en un anuncio de cerveza

‘There She Goes Again’ es una perfecta apertura de álbum, con letra de post-adolescente desengañado al ver a su ex con otro tipo, que sin embargo va más allá de la habitual autocompasión u odio contenido: “Espero que encuentre lo que trata de encontrar, la vida y el tiempo pasan / ¿Se sentirá su corazón satisfecho alguna vez?”. El disco continúa con un viejo truco de muchos LPs de los ochenta: meter los singles al comienzo, como gancho rápido para no perder la atención del oyente, a quien seguramente ya le sonaban las canciones por haberlas oído en la radio. ‘Someday Someway‘ fue, desde luego, mucho más exitosa que ‘There She Goes Again’, una melodía que incluso sonará a más de un “90’s child”: por haber sido versionada por los británicos S Club 7 (¡los de la excelente ‘Don’t Stop Movin’!) y sobre todo en España por haber sido utilizada en la campaña publicitaria de una conocida cerveza, allá por los 90, con la letra cambiada, eso sí. Con todo, la canción resiste el desgaste de todos estos abusos y 32 años después sigue siendo una fresca rodaja de pop de guitarras, con guiño a Buddy Holly en el riff, sí, pero totalmente contemporánea de la época. De hecho la voz de Crenshaw siempre tuvo más que ver con la de Elvis Costello o Joe Jackson que con la de sus ídolos del pasado. Este vídeo recoge una interpretación de dicha canción con el trío que grabó el disco (su hermano Robert a la batería y Chris Donato al bajo) en el show de David Letterman. Produce una extraña excitación ver al presentador sujetando el elepé y presentando al artista de similar manera a como lo hace en la actualidad, pero tres décadas antes.

‘I’ll Do Anything’ es una maravilla pop que ha sido señalada como antesala del sonido jangle pop

Las siguientes dos canciones son un buen ejemplo del lado más power pop y nuevaolero de este ‘Marshall Crenshaw’, que equilibra las influencias alejándolo de ser un mero artefacto retro. El ritmo de rock marcial de las estrofas de ‘Girls‘ es muy propio de la época (casi en la línea del ‘Eye of The Tiger’ de Survivor, curiosamente de 1982 también). Pero combinado con el tempo distinto de los estribillos produce un curioso híbrido que la convierte en una de las canciones más interesantes del disco. Armonías vocales, guitarras más contundentes, y una melodía preciosa para una reflexión desesperada sobre la ubicuidad del sexo opuesto y su atracción, guardando las formas, eso sí («You know I don’t want to be impolite / but I need someone to hold beside me tonight»). Lo mismo pasa con ‘I’ll Do Anything‘, cuyas guitarras de efecto «flanger» o bajo de pellizco casi “slap” la anclan inequívocamente en los primeros 80. Sólo ese delicioso eco en la voz recuerda las querencias 50s de Marshall, que en esta canción presenta otra de las melodías y desarrollos instrumentales más brillantes de todo el disco, una maravilla de pop que algunos críticos han señalado como antesala instrumental del sonido jangle pop.

‘Rockin’ Around’ presenta una melodía simple, quizá algo más floja que el resto, pero con indudable gancho. Marshall Crenshaw se ha referido con frecuencia a este disco como un intento de escribir «cada canción como si fuese un single», y a esta altura de la cara A queda perfectamente claro, a nivel de melodías pegadizas, ritmos «uptempo» y duración breve y directa (siete de las doce canciones no llegan a los tres minutos). Este último dato es importante: el disco se consume como un delicioso y ágil aperitivo musical, que llega a la mitad con el sonido -esta vez sí- marcadamente retro de ‘The Usual Thing’: un tema original que suena totalmente tradicional, entre las armonías a lo Everly Brothers y ese irresistible ritmo de batería rockabilly tocada en el aro de la caja. La melodía es una de las más fabulosas del disco, puro sonido soleado.

Marshall Crenshaw, pues, saldando cuentas personales a modo de homenaje a sus héroes del rockabilly, incluido el poco conocido Jack Scott, al que cita a menudo como uno de sus ídolos e influencias. La letra es un canto un tanto críptico en contra de lo convencional: «No quiero saber nada de lo habitual, no quiero molestarte con lo habitual / sólo quiero gritar, sentirme vivo (…) Y si no pensase que tú también eres un poco diferente no me molestaría en decírtelo».

Donde este disco termina de elevarse a los más inspirados cielos del pop es en la cara B, con temas como ‘She Can’t Dance’ o ‘Cynical Girl’, canción que, en busca de una chica diferente del resto, te hacía pensar que había sido escrita precisamente para ti

Pero donde el disco acaba de brillar definitivamente es en la cara B. ‘She Can’t Dance‘ podría muy bien haber sido un single de éxito, y la abre de manera trepidante: es el retrato de una chica de 17 años (casi todo el disco va de chicas) que no sabe bailar ni cantar pero a la que le apasionan la música y la ropa. La música suena exultante, otro perfecto single de power pop con deje 50s, excelentes melodías, un solo de guitarra exquisito, y sobre todo una «joie de vivre» como sólo un músico de veintipocos puede transmitir. En menos de tres minutos se convierte en la antesala ideal de la auténtica cumbre de todo este ‘Marshall Crenshaw’: la canción que para mí eleva al disco a los más inspirados cielos del pop, ‘Cynical Girl’, de lejos la chica más interesante de todas las retratadas y añoradas: «voy a salir, voy a salir a buscar una chica cínica / que sienta desprecio por el mundo real / estoy buscando una chica cínica / Yo odio la televisión, tiene que haber alguien más como yo / dispuesto a criticarla inmediatamente / estoy buscando una chica cínica».

La canción es una obra maestra de pop: concisión (dos minutos y medio) y contención (ni un redoble de batería) al servicio de la mejor canción de la carrera de Marshall Crenshaw, cuyo motor es esa nota de guitarra repetitiva alrededor de la que giran todos los acordes, armonizando con ella de manera hermosa y excitante. Un riff circular («jangle» donde lo haya) que, combinado con palmadas, maracas y unas notas gloriosas de vibráfono (un guiño al pop de Phil Spector) convierten este tema en uno de los momentos redondos de la producción de Richard Gottehrer. Y luego, claro, está esa voz jubilosa, inolvidable. Elementos todos que, oídos con veinte años y en busca de una chica diferente del resto, te hacían pensar que la canción había sido escrita precisamente para ti.

La esencia de ‘Cynical Girl’ es en realidad esa serie de tres acordes sobre los que gira la parte principal, una vieja secuencia que propulsa del mismo modo otros clásicos del pop, desde el ‘Spanish Stroll’ de Mink deVille al ‘Baby I Love You’ de las Ronettes. De hecho las demás secciones de la canción existen en función de esta parte única y principal, y cada vez que ocurren funcionan como exultantes rampas de lanzamiento de regreso a ella… todas las veces que la canción nos lo concede, que no son muchas, dejando al oyente con ganas de volverla a escuchar una y otra vez.

Richard Gottehrer había producido los debuts de Blondie y Go-Go’s y después trabajaría con Raveonettes o Dum Dum Girls

Dos notas al hilo de lo anterior: Richard Gottehrer ya había producido otros dos debuts excelentes: el de Blondie en 1976 y el de las Go-Go’s en 1981. Con esos antecedentes se entiende que las canciones brillen de tal manera en sus manos: sin perder contundencia, reciben pura magia espolvoreada sobre la mesa de mezclas, especialmente en el sonido de las guitarras y con un tipo de mezclas ideales para las emisoras de FM. Con los años Gottehrer seguiría produciendo discos de artistas tan variopintos como los Fleshtones, Richard Hell o los Raveonettes. Coproduciría también, ya en 2010, el debut de las Dum Dum Girls. En cuanto a las Ronettes, curiosamente Ronnie Spector grabaría años después diferentes canciones de Marshall Crenshaw, incluyendo su primer single ‘Something’s Gonna Happen’. Como en el caso de Joey Ramone, la legendaria Ronette tuvo siempre una sensibilidad especial para conectar musicalmente con su siguiente generación de fans músicos.

El resto de la cara B continúa brillantemente con ‘Mary Anne‘: una vez más, riff de acordes, melodías y armonías vocales -en este caso de querencias un tanto 70s- que conducen directamente a otro de los bonitos guiños del disco: su versión del ‘Soldier of Love’ de Arthur Alexander. La primera referencia es muy inmediata, porque vocalmente despliega su faceta John Lennon hasta el punto de replicar el timbre de su voz: sin duda Crenshaw estaba al tanto de la versión que los Beatles habían hecho de la canción en una de sus sesiones de la BBC, además de haber grabado ‘Anna’ del mismo autor en su disco de debut. Pero el verdadero homenaje es al propio Arthur Alexander, uno de los melodicistas más inspirados del pop negro de los años 60 y que sigue a día de hoy siendo muy poco reconocido (cualquiera de sus LPs bien merecería un «Clásicos que nunca lo fueron»): Crenshaw siempre lo admiró, y la impronta de su habilidad para las melodías se ve muy claramente reflejada en la obra de nuestro autor. Su versión está convenientemente modernizada pero mantiene casi toda la magia del original.

‘Not For Me’ es otra pieza de artesanía pop, y otra muestra del talento como arreglista de Crenshaw (los arreglos de todas las canciones estaban ya presentes en parecida forma en las maquetas de las canciones, que emergerían ya en 1998 en el interesante ‘The 9-Volt Years‘): detalles como esas guitarras sutilmente arpegiadas haciendo un contrapunto melódico a la melodía de voz en el estribillo son de clase superior. Y la canción es otra lección sobre cómo coger una melodía tremendamente melancólica y revestirla de un ritmo uptempo, quizá el más trepidante de todo el disco, y conseguir esa eufórica combinación de tristeza y alegría que sólo se encuentra en el mejor pop.

La letra, sobre una antigua amante observada entre la multitud, casa apropiadamente con ese aire de melancolía: el autor duda si volver a acercarse pero finalmente desiste. “Si sigo en tu dirección, ¿dónde estaría? / No tengo que preguntármelo, sé con certeza que eso no es para mí”. Como prueba de lo hermoso de la melodía de esta canción quedan las interpretaciones semiacústicas que a día de hoy Crenshaw sigue haciendo en directo.

Brand New Lover‘ despide el disco en ejemplar cóctel de influencias, como un resumen apresurado del disco: una canción de inspiración 50s, con bajo y melodía vocal totalmente new wave. La conclusión temática es clara: Marshall seguirá buscando esa chica que todavía no ha encontrado: «Tengo que hacer algunos cambios antes de que sea demasiado tarde (…) Sólo sé una cosa: voy a buscarme un nuevo amor / No hay otra cura posible».

A imagen y semejanza de su portada, que muestra a un Marshall Crenshaw sentado en la mesa de un antiguo «diner» vestido con traje 50s y gafas 60s pero con una pátina al óleo de colores pastel muy 80s (óleo de Christina de Lancie sobre foto de Gary Green, muy al estilo de nuestra Ouka Lele), el debut de este genial músico de Detroit tiene dos capas musicales: la que rebota en el pasado con el sonido de viejas «reverbs» y la que nace de un presente (1982) en el que el power pop todavía florecía. Aunque quizá un poco demasiado tarde para nuestro protagonista: debutar en este estilo un año después de la gloriosa explosión del synth pop en todo el mundo no auguraba la viabilidad musical que habría tenido tres o cuatro años antes. Los nuevos románticos estaban a la vuelta de la esquina y cada vez quedaría menos espacio para viejos románticos con tanto talento como Marshall Crenshaw.

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