¿Qué queda de aquellos tiempos en los que los artistas salvaguardaban su imagen y, ante los ojos del público, parecían hasta intocables, como de otro planeta? Ese mundo paralelo virtual de las redes sociales lógicamente ha ayudado a que todos estemos más interconectados que nunca, pero también ha provocado que muchas estrellas del firmamento musical hayan quedado en evidencia por sí mismas. Y no solamente por consentir en ocasiones a una jauría de trolls capaces de despedazar a la competencia de turno (¿alguien dijo «little monsters»?), sino por ser ellos mismos los que se exponen a una oleada de ridiculez y polémicas de lo más absurdas que les beneficia más bien poco.
Durante los 80 y los 90 la MTV se encargaba de alimentar el ego de un sinfín de artistas y ejercía como una plataforma promocional inigualable, al igual que los late shows más punteros estadounidenses. No obstante, con el desembarco de las redes sociales en nuestra vida 2.0., el exhibicionismo ha superado todas las expectativas posibles y es como si la rueda promocional no se detuviera nunca y fuese perpetua. Y si no que se lo digan al responsable de la cuenta de Instagram de Joan Rivers, que al poco de morir promocionaba desde ultratumba el iPhone 6 para sorpresa de sus seguidores y los aficionados de las ciencias ocultas.
Da exactamente igual que haya un disco en ciernes, o bien una aparición en un programa de televisión o una gala de audiencias millonarias: el artista 2.0 no puede frenar sus instintos de lucir cacha día sí y día también (que se lo digan a Justin Bieber); pronunciarse con poco tino sobre cuestiones que realmente ignora (ahí está Madonna, una de las últimas a sumarse a Instagram, que pasó por el filtro «rebel heart» al mismísimo Martin Luther King y es tan torpe deletreando como Rihanna); mostrar a la mascota de turno como si viviera en un carnaval de disfraces permanente (Asia, el bulldog francés de Gaga); presumir de amistades como cualquier hijo de vecino haría (ya hemos perdido la cuenta de las veces que hemos visto a Taylor Swift junto a las hermanas HAIM o Lorde), o incluso de esposa (lo que hace Kanye West cuando no se piropea a sí mismo) y, sobre todo, meterse en fregaos que no les incumben.
Como si del plató de ‘Sálvame’ se tratara, desde los últimos años podemos enterarnos en directo de las desavenencias que los propios artistas tienen entre sí y que, de no ser por esto, pasarían desapercibidas para la mayoría de mortales. De este modo hemos descubierto que Diplo a veces se pasa de bocachancla y se enzarza en guerras que no le llevan a ninguna parte sólo por diversión (aparte de los ataques que dedicó a Taylor Swift, no nos olvidamos de aquel estúpido ‘beef’ que tuvo con Geoff Barrow de Portishead vía Twitter) o que el productor británico Zomby (todo un experto en batallas internautas) llegó a las manos con Hudson Mohawke hace poco más de un año en Londres. ¿Realmente les beneficia hacer público todo ello? ¿Vale la pena teniendo en cuenta que ya ha habido damnificadas como Azealia Banks que por culpa de sus incontables trifulcas han visto cómo sus canciones han pasado del todo desapercibidas para el gran público? La respuesta para muchos, como por ejemplo Iggy Azalea, pasa acertadamente por desaparecer de las redes sociales una temporada para huir del ojo público… aunque tarde o temprano siempre acaban volviendo.
Pero no todo va a ser malo, ni mucho menos. Gracias a Twitter descubrimos que Courtney Love se maneja muy bien jugando a ‘¿Dónde Está Wally?’ dando con el vuelo MH370 de Malaysia Airlines desaparecido en marzo de 2014, o que James Blunt se toma con mucha guasa a aquellos que le dicen que es un cadáver mediático desde hace años. Después hay otras tantas como Shakira, muy listas ellas, que pese a contar con perfiles siempre políticamente correctos no dudan en colgar las fotos de sus retoños en las redes sociales para así joder a los paparazzis que la persiguen. Para la prensa rosa Twitter e Instagram ha pasado a ser un buffet libre de contenidos que pueden reproducirse gratuitamente en sus páginas.
En España no andamos cortos tampoco. Además de las meadas fuera de tiesto de David Bisbal o los problemas que Alejandro Sanz ha tenido con sus haters en Twitter, también hemos visto con detalle el camel toe de Russian Red antes de que decidiera irse a Los Ángeles o el sentido del humor que los miembros de Manos de Topo lucen retwitteando todos esos mensajes que se meten con la particular voz de Miguel Ángel Blanca. Aunque si a alguien amamos con toda nuestra alma es a La Bien Querida, que no dudó en colgar para sus seguidores instagrameros una preciosa estampa de ella y su pareja, David Rodríguez, momentos antes de darse un homenaje en la cama.
Buena parte de nuestros artistas favoritos, visto lo visto, deberían pasar por un examen previo para saber si están realmente capacitados para gestionar sus redes sociales (si no siempre pueden contratar a una tercera persona para que se haga cargo de ello). Pero ciertamente muchos echamos de menos aquellas décadas de los ochenta y los noventa en las que, aun generando menos noticias, nadie podía tachar a un ídolo de ser un cansino de tomo y lomo. Les envolvía un aura de misterio que ahora no quieren preservar para conseguir seguidores a toda costa.
Foto: Instagram de Rihanna.