Por un momento, cupo la sensación de que el espectáculo de pirotecnia que acompañó parte de la actuación de Björk de anoche en el singular Poble Espanyol de Barcelona, con el escenario situado en aquella plaza castellana de la que guardamos tan buenos recuerdos los que asistimos a la primera expansión del festival Primavera Sound, parecía un homenaje a las fiestas mayores que en muchas plazas de Catalunya y España se celebraban anoche. También como en esos correfuegos, se vivieron emociones que, cuando se desvanecieron, ya sabían a poco.
Lo mejor de la gira de presentación del notable ‘Vulnicura‘ es que la islandesa cambia el repertorio (también sus siempre excéntricos atuendos) cada dos o tres shows, agregando el factor sorpresa (raro en artistas de su estatus) a una visita siempre imprescindible. La única constante es que su último álbum copa más de la mitad del set (en este caso, ¡sólo se quedó fuera ‘Atom Dance’!), dejando claro que es su obra más sólida en años. De hecho, al margen del buen arranque con ‘Stonemilker’ y ‘Lionsong’, el primer momento culminante de la velada lo sirvió una ‘Black Lake‘ descomunal, tan precisa como emotiva, moviéndose de lo minimalista a lo barroco, y con unos visuales alucinantes que representaban los sonidos con luz, formas y colores. También ‘Family’ y ‘Notget’, la primera canción en la que empleó fuegos artificiales como efecto visual y, a la vez, rítmico, se mostraron fascinantes y poderosas en su versión en vivo.
Björk, ataviada con una especie de versión libre del judogi, dos moños laterales y una máscara, se mostró más contenida en su gestualidad de lo que dice la leyenda, con algunos bailes puntuales que propiciaban la ovación del público, y agradeciendo en castellano los aplausos cada dos por tres. En el plano vocal se mostró intachable, aunque parecía medir mucho los esfuerzos, sabedora de que sus largas giras pueden pasar factura. Se acompañaba en primer plano por una orquesta de cuerdas de 15 féminas (si la vista no me falló desde la distancia) y, al fondo, el tándem formado por Arca y el percusionista Manu Delago proporcionaban el sostén rítmico y ambiental. La mixtura de la orquesta de cámara, moviéndose entre lo clásico y lo abstracto, el venezolano Alejandro Ghersi jugando con bases y ambientes tendentes a lo oscuro y lo gótico y los variados recursos de Delago (de la batería electrónica a instrumentos folclóricos), sirvieron de perfecta definición de la particular concepción artística de Björk.
Cabe achacar de excesiva sencillez a su puesta en escena, con una sencilla pantalla trasera en la que se podían ver proyecciones de sus videoclips y otras imágenes, que empleaban animales invertebrados (babosas, insectos, serpientes) en metafóricas y oníricas actitudes. Solo en la citada ‘Notget’ y, casi al final, en ‘Mouth Mantra’, en la que la pirotecnia se combina con unos espectaculares cañones de fuego traseros (los pobres Arca y Delago deben sufrir esos momentos a base de bien), el show abandona su minimalismo, puesto al servicio de los pizpiretos paseos y gestos de la Guðmundsdóttir y, sobre todo, de las canciones. En ese plano, rompió esquemas con una selección que reivindicó momentos inesperados. Fueron fantásticas las recuperaciones de ‘Come To Me’, transformado en un número dramático y oscuro, una mágica ‘All Neon Like’, una ‘Wanderlust’ que sonó crepitante y atronadora (quizá el gran highlight de la noche) y una ‘Mutual Core’ en la que la potente base y unas increíbles cuerdas pugnaban por gobernar. Menos afortunadas resultaron ‘Harm Of Will’, tan intimista y delicada que parecía desconectada del set, y ‘I See Who You Are’, justificada apenas por la pericia percusiva de Manu Delago.
Tras un breve descanso después de algo más de hora y media de concierto, Bjork y el músico austriaco regresaron a escena en solitario, interpretaron una inédita y esquelética versión de ‘One Day’, con ella cantando sobre el maravilloso fondo que él disponía tocando el curioso hang. Cuando todos esperábamos un largo bis pero Björk respondió con una tímida reverencia para desaparecer ya de forma definitiva, la decepción fue inevitable. Pero horas después, pese a puntuales defectillos, aún saboreamos muchos instantes de la pasada noche, probando que el espectáculo de Björk no solo valió la pena sino que además, por sus características y entorno, volvió a ser memorable. 8