«2016, lárgate de una puta vez» es el mensaje más recurrente que se lee en las redes sociales cuando últimamente se conoce una mala noticia relacionada con el mundo de la música. A nadie se le ha escapado que David Bowie, Prince, Leonard Cohen, Sharon Jones, Juan Gabriel, Alan Vega, Phife de A Tribe Called Quest o ahora George Michael, han muerto en el mismo año. Decir que este ha sido el año más negro de la historia de la música quizá es hacer de menos a otros artistas que nos han dejado otros años, como Michael Jackson en 2009, Amy Winehouse en 2011 o Lou Reed en 2013. Todos los años perdemos a artistas influyentes y queridos. ¿Hay que recordar que nada menos que Donna Summer, Whitney Houston y Adam Yauch de Beastie Boys, entre otros, murieron en 2012? ¿Que Ian Curtis, John Lennon y Bon Scott, entonces cantante de AC/DC, lo hacían en 1980 en muy trágicas circunstancias? ¿Que Kurt Cobain y Harry Nilsson murieron el mismo año? ¿Cómo se quedó el mundo en 1970 cuando Janis Joplin y Jimi Hendrix fallecían con 15 días de diferencia, ambos a los 27 años? ¿Y cuando después de la estúpida muerte de Nico en Ibiza en el verano de 1988, las Navidades de aquel año nos dejaron Roy Orbison y, diez días después, Sylvester?
Y sin embargo, con todo el dolor que nos han generado las tempranas pérdidas de Trish Keenan, Carlos Berlanga, Pedro San Martín y decenas de artistas más, lo de 2016 ciertamente sí parece harina de otro costal. Siempre es trágico que una persona joven muera, pero lo que une a muchos de los artistas que hemos perdido este año es haber sido fundamentales para diferentes generaciones: las de nuestros padres o hermanos mayores, la nuestra y la de nuestros hermanos menores, hijos y sobrinos si los tenemos o cuando los tengamos. Con la salvedad de Sharon Jones, que se hizo famosa bastante mayor y aun así se ganó enseguida el cariño y el respeto tanto de puretas del soul como de neófitos, el resto de artistas mencionados tuvo al menos tiempo de desarrollar una carrera lo suficientemente longeva y consistente como para influir y marcar a lo largo de décadas. Leonard Cohen y Bowie movían sus primeras fichas en los 60, desarrollaron interesantes carreras durante los 70, lograron sus mayores éxitos comerciales en los 80 y mantuvieron el prestigio (y las buenas ventas) hasta el final, consiguiendo críticas unánimemente positivas de sus últimas obras, casi póstumas.
Prince, algo posterior y más joven, siempre escribiendo y autoproduciendo la totalidad de su propia música (solo se le conocía en última instancia un co-productor y no parece demasiado relevante), se convertía en uno de los grandes iconos de los 80 y principios de los 90 gracias a una personalidad singular que definiría los derroteros de la música negra hasta nuestros días, como saben perfectamente artistas como Blood Orange, Janelle Monáe o Miguel. A Tribe Called Quest existen desde mediados de los 80. La batalla de Juan Gabriel por la atemporalidad está fuera de toda cuestión (curiosamente ‘Así fue’, una de sus obras maestras, para Isabel Pantoja, siempre me pareció muy ‘I’m Your Man’ de Leonard Cohen en su mezcla de folclore y sintetizadores); como la influencia que ha ejercido Alan Vega con o sin Suicide en gente tan dispar como Nick Cave o M.I.A.; o el lugar que un día ocupó George Michael en la imaginería popular, en su momento equiparable al alcance del mismísimo Michael Jackson (‘Faith’ vendía 25 millones de copias).
Insisto en que todos los años perdemos a artistas influyentes, pero parece claro que este se ha llevado la palma en cuanto a artistas únicos que se nos han ido, muchos además sin avisar, como fue el caso de David Bowie, que no informó de que padecía un cáncer de hígado desde hacía 18 meses; Prince, que nos dio un susto pero no ha podido tener una muerte más boba (relacionada con la lacra de los calmantes de dolor con receta que a tantísima gente se lleva en Estados Unidos); o George Michael, que parece que ha sufrido un fallo cardíaco.
Alguien preguntaba en Twitter esta mañana si alguien pensaba que 2017 va a ser mucho mejor. Lamentablemente, es ley de vida que aquellos artistas que se popularizaron cuando la música pop empezó a despuntar y de hecho se inventaron las listas de éxitos (mediados de los 50) nos vayan dejando, pues si nacieron en los años 30 o 40 van cumpliendo 80 años. A ellos hay que ir sumando los que no supieron o no quisieron cuidarse y los que tuvieron la peor de las suertes. Ya dijo uno de esos estúpidos estudios que rellenan de vez en cuando las páginas de la prensa que ser músico y solista reducía la esperanza de vida, pues su consumo de drogas, la dedicación a la mala vida o simplemente su obligación de viajar está muy por encima de la media.
Con la esperanza de que 2017 sea al menos un pelín mejor («fingers are crossed, just in case», decía uno de los últimos clásicos de David Bowie), sólo nos queda una petición para Don McLean, a quien por cierto George Michael había versionado con el propio beneplácito del autor de ‘American Pie’, en concreto ‘The Grave‘, una canción en principio inspirada en la guerra de Vietnam. McLean no sabía lo que se venía encima cuando llamó «el día que la música murió» el día de la muerte por accidente de avioneta de tres pioneros del rock. Fueron Buddy Holly, The Big Bopper y Ritchie Valens, este último a los 17 años y tras haber popularizado ‘La Bamba’ en Estados Unidos. Donald, aprovechando que por suerte sigues con nosotros, ¿hora de actualizar esa letra?