Hace unos días seleccionamos a cinco cortometrajistas españoles que ya están tardando en rodar un largo. El sexto podría haber sido Eduardo Casanova, cuyo sorprendente ‘Eat my Shit’ revelaba la mirada de un autor incipiente capaz de proponer estimulantes aproximaciones a la poética del horror y lo escatológico. Aunque el corto se podía disfrutar (o sufrir) como historia independiente, en realidad era un adelanto del que sería su primer largo. ‘Pieles’, producida por Netflix y Alex de la Iglesia (a través de su compañía Pookepsie Films), empezó su recorrido en la Berlinale. Compitió por el premio a la mejor opera prima que, curiosamente, se llevó la que promete ser una de las películas españolas del año: ‘Estiu 1993’, de Carla Simon.
¿Funciona la provocación visual y temática de ‘Eat my Shit’ en un largometraje? A ratos. ‘Pieles’ está contenida en su propio póster: un híbrido informe de historias y referentes (hay decenas, pero los más evidentes son John Waters, Todd Solondz, Crispin Glover, Bruce Tilden, LaChapelle, Almodóvar, ‘La parada de los monstruos’, ‘El hombre elefante’, ‘Society’…), cosidos en forma de película con la aguja de un Victor Frankenstein. Costurones firmes pero sospechosamente legitimadores que evidencian la inseguridad del director.
Y es que ‘Pieles’ es una película demasiado epidérmica. Su discurso sobre la diferencia tiene la intensidad de un pellizco de abuela. Casanova, como su personaje de ‘Mi gran noche’, se ha quedado en maquillador. Y en ese sentido, como operación cosmética, la película funciona bastante bien. El choque entre lo cuqui y lo deforme, lo bello y lo siniestro, resulta atractivo y morboso. Paradojas visuales que se deforman hasta generar potentes metáforas sobre el concepto de monstruosidad (física y moral). Es como si la Divine coprófaga de ‘Pink Flamingos’ le diera un beso negro a Starlily: la sensación es incómoda y el efecto perturbador.
Sin embargo, lo que no combina tan bien es la mezcla de comedia y melodrama. Cuando el director te cosquillea para que te rías, lo consigue. Sobre todo gracias a la afortunada presencia de Carmen Machi y Candela Peña. Pero cuando intenta ponerte la piel de gallina, te la acaba dejando colorada. Hay secuencias, como la de la violación o la de la revelación de la foto y el tatuaje (¿se pueden hacer más subrayados en menos tiempo?), que parecen realizadas con lo que Ana Polvorosa tiene en lugar de boca.
Como sus personajes, ‘Pieles’ es imperfecta y está malformada. Su estructura se tambalea como la moral de un pedófilo. Pero no es, como cabría suponer, un mero ejercicio de provocación. La película transpira honestidad y entusiasmo por los cuatro (o cinco, o seis) costados. Haría falta esperar a sus próximos trabajos para ver si estamos ante un artista en formación o delante de un imitador sin demasiado talento cuyo único mérito es dejarse la piel en el intento. 6,5.