Arca nos penetra, Princess Nokia nos arrolla y DAWN decepciona en el jueves de Sónar

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Arca nos penetra, Princess Nokia nos arrolla y DAWN decepciona en el jueves de Sónar

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Intentamos comenzar la primera jornada de Sónar tras la charla y el dj set de Björk con Princess Nokia, que se retrasa una hora sin previo aviso así que, sorprendentemente, nos topamos con el DJ set de Bewrut. Huyendo del calor acabo en Toxe, que pincha en el XS, una menuda diosa nórdica que nos arrolla con la furia de Odín a base de tralla descomunal y electro oscuro altamente adictivo. Pero he de regresar al Sonar Village para, ahora sí, presenciar la eclosión de una de las revelaciones de 2017. La intro de ‘Tomboy’ ya enciende al personal más que el calor (que, dentro de lo que cabe, se está comportando). Destiny Frasqueri irrumpe y es saludada como nuevo ídolo. Su imagen destaca toda su ambigüedad, sus contradicciones deliberadas; vestida como una diva R&B (más Solange que Beyoncé, por eso), pero potenciando su faceta de icono feminista, se nos muestra exhibicionista y tímida, chula y agradecida. Acompañada por una DJ, con todo pregrabado (los coros y hasta las voces), ella canta por encima, no se molesta en disimular; porque se encarga de ocuparlo todo con su carisma escénico. Que lo tiene a espuertas, de lo que da fe la gran cantidad de público que se concentra y unas primeras filas llenas de fans que se saben las canciones al dedillo. Y caen sus tres mayores hits: ‘Tomboy’, en que todos coreamos su demoledor estribillo: “With my little titties and my phat belly”, ‘Kitana’ y ‘Brujas’. Destiny hace crowdsurfing, se echa fotos con el público, nos tira colchonetas de playa, se muestra ahora dura, ahora más soul y sensual, exhibe la bandera de Puerto Rico, nos enseña el culo en un arrebato… El problema es que, tras el subidón inicial, la actuación se relaja y pierde fuelle. Cosa de empezar en lo más alto, aunque para acabar entona la preciosa ‘Dragons’, con su cadencia casi trip-hop. El público le canta el cumpleaños feliz, nos suelta un discurso sobre la sororidad… y se acaba abruptamente. Y se va sin cantar ‘Apple Pie’. Snif. Mireia Pería.

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Forest Swords me sorprenden, para bien: me gustan muchísimo más en directo que en disco. No sé si será la atmósfera mágica del SonarHall, la iluminación o las hermosas proyecciones, pero el dúo (bajo y sintetizadores, guitarra a ratos) propulsa sus bandas sonoras de manera contundente y eficaz. Sobre una base dub y cierto tribalismo, oscilan entre el spaghetti western, el thriller y algún toque árabe. Ellos comienzan algo adustos, parapetados en la penumbra azul pero, a medida que avanzan, bailan con más furia y nos regalan unos graves atronadores, pero también se muestran extrañamente melódicos y melancólicos. Paisajismo rotundo y arrebatador. Mireia Pería.

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Tommy Cash apareció solo, sin refuerzos ni en lo sonoro ni sobre las tablas, vestido de verde pistacho, en tirantes y con pantalón de chándal. Desde el principio nos pidió acompañarle haciendo coros y lalás pero con escasa respuesta por parte del público a pesar del considerable aforo. Únicamente logró ese «feedback» cuando bajó a unirse a las primeras filas y mostó carnaza. «Entonces sí, pídenos lo que quieras». A destacar la inquietud que generan sus vídeos. Es imposible no asociar sus proyecciones con Aphex Twin, sobre todo con ‘Window Licker’ y Cris Cunningham: una misma cara en distintos personajes. En esos visuales pudimos percibir más eclecticismo que en lo sonoro -donde se mostró más comedido-, y pudimos ver en muchos momentos a Picasso, Keith Haring, Bacon, Murakami, Basquiat… en pantalla, aunque tal vez lo que más seduce de Cash son los movimientos de cadera y de hombros, junto a los momentos en que mete más caña, algo que se cumple con ‘Winaloto’. Una vez vitoreada hay retirada de público, por muchos bpms que subiera. Sr John.

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DAWN no cubrió nuestras expectativas entre bailarines a destiempo, voces pregrabadas a cascorropo y sin parar de gritar innecesarios «Barcelona, let’s go». Pensábamos que la apuesta sería más cercana a FKA twigs, pero no, la cosa fue más un quiero y no puedo. A pesar de todo, hay que reconocer que obtuvo una leve aceptación entre el público. Hay poderío vocal en algún lugar, pero sobre todo queda el recuerdo de oír voces mientras el micrófono está bien alejado de su boca. Supo a poco después de Princess Nokia. Sr John

Sobre Arca, confieso que, ahora que además de carne se ha vuelto palabra en ‘Arca’, me chifla lo que no me chiflaba antes. Alejandro Ghersi llega con Jesse Kanda (responsable de los audiovisuales) y todo está oscuro. Se parapetan tres en la mesa, se escucha sonido de lluvia y truenos y ¡chas! Arca emerge con un ceñido (y breve) vestido blanco y un látigo, y se pasea desafiante por una pasarela que atraviesa el SonarHall, que entiendo como símbolo fálico: Arca nos está penetrando. Se queda en mitad de la sala y arranca con ‘Piel’, mientras flores blancas sangran en la pantalla y Ghersi interpreta con el poderío de una folclórica. Que nadie se lo tome como un comentario ofensivo, porque la intensidad, las poses, el arrebato, los gestos torturados y cierto patetismo en su actuación, son los propios de las divas de la copla; con el plus de su soberbia expresividad corporal. A eso hay que sumarle las letras de amores prohibidos, masoquistas y dolientes. Sus temas son neoboleros; con cobertura electrónica y la voz tratada, pero con el fondo y la pasión de los clásicos. Aunque el concierto es irregular. Cuando el Arca-diva se lanza en mitad del escenario es soberbio, pero cuando recula, se queda detrás de la mesa o incluso desaparece del escenario durante minutos, el ritmo se resiente. Cada desaparición nos deja huérfanos, cada retorno a la pasarela, al drama, resulta avasallador, incluso en los momentos más contenidos, como ‘Anoche’, menos oscura y más melancólica que en el álbum. Pero tras ‘Miel’ Arca se retira y, durante un rato, solo se ve a Jesse Kanda, sentado en el escenario. Pasan los minutos y los audiovisuales… hasta que Alejandro reaparece, (des)vestido con chaqueta torera y exiguo tanga, exhibiendo su hermoso cuerpo, con una ‘Desafío’, más Hi-NRG que la original, que casi convierte en el momento culminante del concierto. El casi es porque la apoteosis llega, realmente, con un ‘Reverie’ demoledor. Pero, cuando más enardecidos estamos, nos abandona y nos deja con un extraño y naïve vídeo de un bebé. Bajona de nuevo. Por suerte ‘Coraje’ nos devuelve, con su línea de piano sintética y desafinada, al terreno de los amores desgarrados. Y cuando parece que la actuación ya va a acabar, nos avisa de que, si hay menores de edad, que evacúen la sala o que sus padres se hagan responsables de lo que van a ver. Intriga. En las pantallas aparece algo así como una endoscopia… que se convierte en un primerísimo primer plano de un fist-fucking a ritmo de ‘Whip’. El tipo que tengo detrás rompe a vociferar: “¡Brillante! ¡Metáfora!” (no sé si irónicamente). Y Arca aparece, claro, con su látigo y un corsé negro. Y se sumerge en el público y rapea sinsentidos sobre ‘Sinner’ hasta alcanzar el Apocalipsis sonoro, y él se pavonea, orgulloso y vencedor, mientras proclama su amor por el Sónar y obliga a Jesse a saludar. A pesar de la arritmia, una actuación apasionada, sobreactuada y triunfal. Mireia Pería.

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Yung Beef, tras la desintegración de Pxxr Gvng, no dio todo lo que debería. Hubo lleno, sí, pero con estampidas espontáneas también. Tras los desajustes del principio, hasta el punto de repetir y tener que empezar de nuevo, presenciamos poco más que recordatorios «a la mami» a la hora de pronunciar las letras o en las muletillas, con un caos que no paró de ir y venir. Beef se agobia y aparece y desaparece de escena varias veces… y tampoco generando dramas. Algo no funciona del todo. Lo justifica diciendo que “somos pecadores”, lo cual cala. De nuevo entrada y salida del escenario. El público se viene arriba con bases de Rihanna, mientras pide más carne, bajadas con el público, subidas de camiseta y más de esos “sus quiero”. Al final era inevitable pensar “¿qué ha pasado aquí”? Igual no era cuestión entender nada… Sr John

Andy Stott tenía todas las papeletas para quedar en buen lugar, pero tampoco fue así. El artista no llegó a tocar la fibra de un auditorio, el SónarComplex, que estaba prácticamente lleno. Es verdad que estar en un espacio sentando en total oscuridad genera una predisposición, pero en este caso no fue para bien y fueron visibles las retiradas por aburrimiento de más o menos la mitad del público, que no entendió la propuesta. ¿Fue mal? En absoluto, pero con un par de trucos más, habríamos visto una presentación más coqueta y curiosa. Sr John

Fotos: Nerea Coll, salvo Tommy Cash, por Alba Rupérez.

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