‘Muchos hijos, un mono y un castillo’: la película española revelación del año

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‘Muchos hijos, un mono y un castillo’: la película española revelación del año

Qué fue de… Gustavo Salmerón. Tras convertirse en uno de los jóvenes actores más prometedores (y deseados) del cine español de los 90 (‘Más que amor, frenesí’, ‘Mensaka’, ‘El arte de morir’), y ganar un Goya como director con el cortometraje ‘Desaliñada’ (2001), se le perdió un poco la pista. No debutó en el largometraje como hicieron otros actores cortometrajistas con Goya (Santiago Segura, Daniel Guzmán, Achero Mañas), ni volvió a tener algo parecido a un éxito después de su trabajo en ‘Reinas’ (2005). ¿Qué había estado haciendo el actor durante todos esos años? Grabando a su madre.

Salmerón, el pequeño de una familia con muchos hijos, que tuvieron de mascota a un mono y vivieron en un castillo, grabó a su madre durante catorce años. En total, cuatrocientas horas de imágenes y sonidos de Julia Salmerón. Un tesoro. El director las ha sintetizado en noventa minutos. El resultado está a la vista: una de las propuestas más sorprendentes y sugestivas del último cine español.

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De forma muy hábil, el director articula su documental por medio de una excusa argumental que es toda una declaración de intenciones: la búsqueda de las vértebras de su bisabuela asesinada en la guerra que su madre había guardado como reliquia familiar. De esta manera, uniendo lo emocional con lo esperpéntico, la tragedia con la comedia, Salmerón compone la columna vertebral de ‘Muchos hijos, un mono y un castillo’. El resto del esqueleto está constituido por diferentes partes que dan lugar a varias lecturas.

La primera, y más evidente, es el retrato de la madre del director. Julia Salmerón es algo así como una Carmina Barrios fina, una señora de clase alta, maravillosamente excéntrica, capaz de definirse como masona mientras confiesa su amor juvenil por José Antonio Primo de Rivera, escuchar villancicos y tener el belén puesto hasta el verano, y pinchar con un tenedor a su marido por las noches para comprobar que sigue vivo. Solo por la cantidad de divertidas reflexiones, réplicas, exabruptos y anécdotas que cuenta la protagonista durante toda la película merece la pena pagar una entrada.

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Pero hay más. ‘Muchos hijos, un mono y un castillo’ es también la descripción de una familia muy peculiar, casi berlanguiana. Un microcosmos caótico, poblado de objetos inservibles, animales correteando por todas partes y adornos kitsch dignos del Ecce Homo de Borja (esos frescos), por el que se abre paso un padre atribulado y de enorme paciencia (que casi podría protagonizar una segunda parte), y unos hijos entre divertidos y abrumados por la arrolladora personalidad de su madre. Un universo felizmente desmadrado, pero que se encuentra en plena descomposición por culpa de la crisis económica.

Esta sería la tercera lectura de la película. Por las esquinas de este divertido y entrañable álbum familiar se va abriendo paso un discurso pesimista que amenaza con emborronarlo todo; una tristeza por la pérdida del patrimonio familiar, por el castillo del título, que es la vez metáfora de la pérdida de una ilusión y símbolo del derrumbe de todo un país. 8’5.

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