El espíritu del festival Emergència! durante los diez años que ha existido ha sido siempre extraer del subsuelo de la escena nacional algunas de sus propuestas más interesantes y prometedoras, fueran cuales fueran sus formas de expresión, para exponerlas en un escaparate exigente. Por aquí han pasado desde Maria Rodés hasta Sorry Kate, pasando por Karen Koltrane, Der Panther o The Parrots. El espíritu de la noche del sábado, sin embargo, lo expuso el único miembro de Holögrama que se personó en el recinto del CCCB: «Holögrama es un grupo que se ha disuelto y, de hecho, este es su último concierto. Es más, esta será la última canción del concierto, así que es el final de Holögrama». Un carrusel de malas noticias que nos recordó la triste realidad del por qué estábamos ahí.
Porque celebrar los diez años de un proyecto que parece necesario para la salud del tejido socio-musical de una ciudad como Barcelona y de un país como el nuestro, al tiempo que tenemos que despedirnos de él, es, cuanto menos, lamentable y agridulce. Aunque este capítulo haya tenido desde el principio cierto sabor a resumen, a despedida. Por eso el cartel de esta décima y última edición puede considerarse sin miedo el mejor: porque se componía de varias de las bandas más destacadas de cuantas han pasado por el festival, y alguna estando ya seriamente consolidada.
No fue, por tanto, la habitual mirada al futuro que ha caracterizado siempre al Emergència!, sino al pasado y también al presente, calibrando, por ejemplo, el impacto de un grupo como Oso Leone, cuyo tercer disco sigue haciéndose desear mientras lo presentan una y otra vez. O el de las gallegas Bala, que tras haber llevado con éxito su directo al lejano Japón siguen ganándose adeptos en España defendiendo ‘Lume’, su inflamable álbum de debut. O el de Marina Gallardo, que presentó una puesta en escena ambiciosa y a la altura de su notable último trabajo. Estas tres fueron las propuestas más interesantes y solventes de la noche, pese a que el orden de los factores alterara y determinara el producto. Sobre todo en el antes y el después de los mallorquines, en prime-time: embutida su elegante dilatación entre el salvajismo hardcore de Bala y el tenchopop verbenero de Joe Crepúsculo.
El sold-out registrado no se plasmó, de hecho, hasta esa terna de bandas en horario de máxima audiencia. Antes, tras un descafeinado y agridulce concierto de Holograma, que penduló entre el ambient, el kraut y una especie de pop sideral, y después del rock profundo de los sevillanos Flamaradas, pudimos disfrutar de Marina Gallardo con la densidad de gente adecuada. Porque el directo de la gaditana, así como su música grabada, evoca un espacio personal en el que no ha de haber obstáculos para moverse, rellenando ella el suyo con una música densa pero que fluye y circula como un líquido. Ésta, en todo momento, parecía ser onírica y estar viva a la vez, apoyándose en una puesta en escena ganadora. Con dos percusiones y una banda que alternaba texturas sintéticas y orgánicas (llegando a conjugar dos guitarras y bajo), Gallardo sacó a relucir temas sensacionales como ‘Moonphases’, la slowdiveiana ‘Vanishing Fears’ o ‘Sparkle Eye’ con personalidad, no solo individual, sino también de conjunto. 8.
Lo mismo podría decirse de las gallegas Bala, aunque en este caso la relación grupal se reduce a un bis a bis. El modelo guitarra-batería, más hard y con menos carga melódica que, por ejemplo, Japandroids, nunca ha resultado tan incendiario como en el caso de Ánxela y Violeta, capaces de despertar con su actuación los instintos más primarios. Distorsión, metralla y gritos pelados: una propuesta que, por momentos, se colocaba a medio camino entre Hamlet y Queens of the Stone Age, mirando frente a frente a Deafheaven. Metal implacable. El último fogonazo de la nutrida escena de noise gallega. 9.
Comprenderán que, tras una descarga de tal calibre, el concierto de Oso Leone, justo a continuación, resultó todo un ejercicio de estiramiento y descompresión. Máxime cuando, una vez más, pusieron sobre el escenario un material al que el público no puede asirse. Una música extraordinaria, sí, elegante, fina e impecablemente ejecutada, también, pero resbaladiza y esquiva mientras no aireen de una vez su nuevo material. Porque, de hecho, no tocaron ni un solo corte que no fuera de su esperado tercer álbum y es normal que la gente anduviera un poco perdida entre piezas que disfrutaba. La prueba es que todo el mundo se conectó al interpretar la banda ‘Virtual U’, el único adelanto ya compartido: un delicado contoneo R&B-soulero que podría indicar el camino que han tomado los baleares. En cualquier caso, el resto de su concierto, aunque más a ciegas, volvió a dejar claros dos detalles: la importancia capital de la línea del bajo (Eusebio Alomar), colocado en el centro de la disposición escénica de la banda; y lo mucho que han ganado con la incorporación de Emil Saiz, que parece haber traducido gran parte del silencio tradicional de Oso Leone al lenguaje de la guitarra eléctrica. 8.
Tampoco fue fácil la transición posterior. Si adaptar el oído de Bala a Oso Leone fue un ejercicio complejo, hacerlo de Oso Leone a Joe Crepúsculo fue casi imposible. De una música a la que tú tienes que entrarle para encontrarle los ritmos y tempos, pasamos a otra tan explícita y al servicio del baile que solo había dos opciones: o ponerse a dar brincos, o largarse. Pero el cierre estaba reservado a otra de las grandes propuestas –de las pocas extranjeras– que han pasado por el festival: Reverberation Radio, la versión a dúo de Allah-Las pinchando vinilos. Y como a quien escribe estas líneas no le gustan nada las despedidas, allí dejó disfrutando a los bastantes supervivientes de la montaña rusa estilística que fue la última edición del Emergència!, mientras los norteamericanos montaban una gomosa sesión con sonoridades californianas y de soft soul que fue, sin duda, la mejor forma de decir adiós a un festival que ha hecho por la escena nacional mucho más de lo que podemos llegar a valorar como meros espectadores. Así pues, gracias, Emergència! y (esperemos) hasta pronto.