El pasado viernes, Buffalo Tom publicaban ‘Quiet And Peace’, su 9º disco de estudio cuando, precisamente, se cumplen 30 años desde que se publicó su álbum de debut. La carrera de este trío, formado por Bill Janovitz –guitarra y voz–, Chris Colbourn –bajo y voz– y Tom Maginnis –batería y prestatario del nombre del grupo, combinado con el de Buffalo Springfield– podría ser una más entre la de tantos grupos de los 90 que obtuvieron notoriedad al amparo del grunge y lo alternativo pero, llegados al nuevo siglo y a su propia madurez, se esfumaron… o eso parecía.
Sin embargo, Buffalo Tom no son unos más, puesto que su carrera está cargada de buenos discos (algunos, mucho más que eso) y su sonido ha servido de inspiración para muchas otras bandas posteriores, quizá sin ser nunca aludidos de manera explícita o frecuente. Pero es que además tampoco hay tantas bandas que hayan resistido 30 años de vida manteniéndose fieles a sí mismos, lo cual incluye su formación –sin variaciones desde su origen– y su estilo, lo cual es directamente heróico. Porque si de algo puede presumir ‘Quiet And Peace’ es de que, ya sus dos avances ‘All Be Gone’ y ‘Roman Cars’ dan muestra de que no han perdido ni la personalidad (en lo que las voces alternas de Bill y Chris tienen mucho que ver) ni la fuerza de antaño.
Pero vayamos algo más atrás, a sus inicios: el trío se formó en 1986 en Boston, en medio de aquel bullir de bandas de finales de aquella década en la que nombres como Pixies y Throwing Muses estaban inmersos –aunque ellos estaban estilísticamente más próximos a Hüsker Dü, a decir verdad–. Bill, Chris y Tom se hicieron amigos en la Universidad de Massachusets –Buffalo Tom fue uno de aquellos grupos cuyo éxito se basó en buena medida en el apoyo de las radios universitarias– y pronto formaron un grupo en cuya gestación tuvo mucho que ver J Mascis, de Dinosaur Jr. Mascis impulsó la grabación de su debut homónimo de 1988: lo co-produjo e incluso tocó la guitarra en uno de sus temas, ‘Impossible’.
Ese sonido eléctrico, tan cargado de fuzz como de melodía, a medio camino del pop y el punk, impregnaba canciones como aquella o ‘Sunflower Suit’, aunque en ‘The Bus’ también mostraban esa faceta más de balada/medio tiempo que les ha caracterizado siempre y les conectaba, en cierta medida, con la canción tradicional norteamericana. Y es que, aunque no sean unos referentes tan evidentes como Uncle Tupelo, Buffalo Tom son, a mi juicio, culpables en buena parte de la posterior eclosión de la nueva Americana.
Algo que se evidencia a partir de su primera obra maestra, ‘Let Me Come Over’ (1992), que llegaría tras la mejora de sonido en ‘Birdbrain’, su segundo disco. Producido por el tándem Paul Q. Kolderie/Sean Slade (que por entonces también produjeron ‘Pablo Honey’, debut de unos chavales británicos llamados Radiohead), ‘Let Me Come Over’ establecía un nuevo estándar no solo para el propio grupo sino también en el rock alternativo yanqui, con una colección de canciones soberbia en la que brillaban los singles ‘Taillights Fade’ y ‘Mineral’, pero en la que ni uno de sus otros 11 cortes quedaba a la zaga: ‘Staples’, ‘Velvet Roof’, ‘Frozen Lake’, ‘Porchlight’… Todo un discazo que reflejaba un momento de la historia de la música y que a cualquier otro grupo le hubiera pesado.
Pero no a ellos, que respondieron a la primera de cambio –apenas un año después– con otro disco sobresaliente. ‘Big Red Letter Day’ es otro álbum inapelable en el que afinaron con los ganchos y limpiaron un poco su sonido (co-produjeron ellos mismos con The Robb Brothers, que por entonces trabajaban con otras grandes estrellas de la época, Lemonheads). Esa limpieza no fue muy bien vista en círculos alternativos –en aquellos momentos, no molaba nada que tu grupo favorito se hiciera masivo, ¿saes?– pero a su vez ayudó enormemente a que pegaran muy fuerte en las listas norteamericanas: temas como ‘Sodajerk’, ‘I’m Allowed’ o el baladón ‘Late at Night’ se acercaron a ser hits. Esta última, además, obtuvo especial repercusión cuando apareció en la por entonces popular serie televisiva ‘Es mi vida’ (‘My So-Called Live’), donde ponía base musical al amor adolescente de, atención, Jared Leto y Claire Danes. Un momento de esos que marcan a una generación.
En 1995 Bill, Tom y Chris, algo arrepentidos de sonar tan pulidos, recurrieron a John Agnello para volver a su lado más enérgico y desmelenado. Eso es lo que contiene ‘Sleepy Eyed’, otro gran disco de rock melódico con muy buenas canciones que, cosas de las modas, fue algo peor acogido pese a comenzar como un tiro con ‘Tangerine’, ‘Summer’, ‘Kitchen Door’. Quizá no andaba tan sobrado de canciones redondas, pero no supone ninguna tacha en su carrera, ni mucho menos. Como un signo, quizá, de madurez, Bill Janovitz vio que sus nuevas canciones pedían teclados, y trabajó con Tom Gorman de Belly para arreglarlas. El resultado fue ‘Smitten’ (1998), un disco que, de manera inequívoca, sonaba a tradición norteamericana y, a la vez, resultaba más espeso y menos inspirado que sus antecesores. Parecía abocado a marcar un cierre de ciclo para el grupo que, por aquel entonces, pareció una separación.
Tras los inevitables recopilatorios de caras As y Bs, algún directo y varios discos en solitario de Janovitz (aunque su trayectoria comenzó antes, en 1996, y aún prosigue intermitentemente), Buffalo Tom reaparecieron actuando en el SXSW de 2007, como uno de los grandes atractivos de la edición. Ese mismo año publicaron su primer disco en casi una década, ’Three Easy Pieces’, un nuevo regreso a su cara más fiera y aguerrida, y con un buen puñado de canciones (‘Bad Phone Call’, ‘September Shirt’ o ‘You’ll Never Catch Him’ al frente) con las que reivindicarse como autores.
Una política y estética que extendieron en el igualmente notable ‘Skins’ (2011) y que, parece, persiste en su nuevo disco. Resulta un placer que, aunque lo tengan que hacer desde la discreción de una teórica segunda fila, tengan la generosidad de seguir escribiendo canciones notables que sobrevivan tendencias y, ojalá, calen en nuevas generaciones. Porque no merecen menos que su nombre sea reivindicado como unos de los más dignos (y escasos) supervivientes de su época. ¿Cómo es posible que su nombre, con semejante repertorio y disco nuevo bajo el brazo, no esté en la mitad de los festivales del mundo este verano?