Lo primero que destaca de este álbum doble, de 90 minutazos de duración (Nacho parece ir siempre a contracorriente), es que no lo parece y pasa volando, algo que ya tiene un mérito supino. Cada una de las 18 canciones ofrece algo singular y memorable, que cuando no es un gancho pegadizo es una interpretación destacable, un arreglo sorprendente o una letra fantástica. Eso cuando no conviven todas esas cualidades, lo cual sucede en varios momentos. Curiosamente, los adelantos ‘Ser árbol’ e ‘Ideología’ no son especialmente representativos de un disco diverso y rico en recursos, y funcionan mucho mejor integrados en el tracklist de cada una de las respectivas dos partes de ‘Violética’ que como “singles”. Al menos, en la manera en que suelen entenderse comercialmente hablando, y lejos del impacto que en su momento causaron, por h o por b, notorios precedentes como ‘Actores poco memorables’, ‘La gran broma final’, ‘Dry Martini, S.A.’.
Eso no hace sino amplificar la sorpresa de encontrar canciones mucho más certeras y llamativas ya desde la primera escucha, como la gloriosa cumbia ‘Todos contra el cielo’, el impactante arreglo a lo The Jesus and Mary Chain de ‘Crímenes cantados’, el murder ballad astur a la manera de Tom Waits de ‘Bajo el puente de L’Ará’, el guiño a ‘Red Right Hand’ en el fantástico dueto con Cristina Martínez (grandísima interpretación, casi teatral, de la integrante de El Columpio Asesino) ‘La última atrocidad’ o la arrebatadora apropiación de ‘Maldigo del alto cielo’, en la que Christina Rosenvinge ofrece un perfil discreto, un contrapunto vocal algo histriónico que enfatiza la fuerza iracunda de su letra. Esta tremenda canción de Violeta Parra, como confiesa el propio Nacho, es tan crucial en ‘Violética’ que abre su segundo disco y, además, inspira el nombre del álbum, como icono de lo que el ex-Manta Ray aspiraba a conseguir en esta obra, tanto desde el punto de vista musical como lírico. En el primero, persigue –y logra, como acabamos de ver en este párrafo– la convivencia de un perfil más rockero (en su caso, lo de indie ya apenas se ajusta a él en lo de “independiente”, por la autoedición en Marxophone) con la riqueza de la tradición folclórica local –un factor habitual desde sus inicios, enfatizado aquí por el apoyo recurrente del Coru Antifascista Al Altu La Lleva, que dice mucho de su actual visión de la política– pero también la global, con la explícita apertura a ecos de Latinoamérica.
En el segundo, sus letras, busca hacer convivir de manera armónica el cariz reivindicativo y político con lo humano y lo sentimental. Eso, que perseguía en discos previos con resultados desiguales, se materializa en este álbum de manera natural, sin que resulte en absoluto chirriante. De hecho, como la evocada figura chilena, a menudo consigue integrar ambas cosas dentro de una misma canción: ya lo vimos en ‘Ser árbol’, que sí es una canción de amor, pero no a una pareja, sino a uno mismo, a las raíces e ideales sociales; y lo hace de nuevo en la mentada ‘La última atrocidad’, una especie de dueto pimpinelesco que, situando a la mujer como la dominadora de la situación trasluce una proclama anti-patriarcado; o en ‘La voz tomada’, donde alude a un episodio personal traumático para invocar a una sociedad harta de la creciente desigualdad y la opresión de las oligarquías; o en ‘Las palabras mágicas’, que en su visión del futuro tan poética como catastrófica, encuentra un halo de esperanza; o en la mezcla de una historia de amor con el problema de los migrantes en ‘(Pasamos) El Negrón’; o en el relato periodístico de ficción (aunque aparentemente inspirado en hechos reales
) de ‘A ver la ballena’, donde se mezcla conciencia ecológica con humor y esbozando la infinita estupidez humana. No son todas estas las canciones más atinadas del álbum, pero sí marcan la línea lírica que persigue y feliz y frecuentemente encuentra Nacho Vegas en ‘Violética’.En todo caso, también triunfa cuando aparta un poco lo emocional (poco explícito en el disco, apenas en la divertida balada country ‘Un ejemplo de discreción’, la algo meliflua ‘Todo o nada’ –sobre el desgaste del amor en pareja, de nuevo con la preciosa voz de Maria Rodés– y la aún más personal, reminiscente de Sabina en lo vocal, ‘Los sabios idiotas’), afrontando lo estrictamente político como un Miura, sin medias tintas: además de los tradicionalistas recuerdos a figuras históricas del anarquismo y el socialismo en Asturias, como los hermanos Manolo y Aurelio Caxigal (‘Un corazón helado’ se construye con fragmentos de poemas de estos dos hermanos maquis asesinados en la postguerra) y Aida de la Fuente (‘Aida’ es una versión de un cantar popular dedicado a esta joven militante socialista de 19 años asesinada por fascistas), brillan el soñado ‘Desborde’ del hartazgo ciudadano para acabar con las clases privilegiadas (empleando la divertida metáfora de un Madrid anegado), el imaginario ajuste de cuentas (incisivo, disfrazado de falsa dulzura) de ‘Tengo algo que decirle’ hacia algún “Sr. Delegado del Gobierno” por la violencia policial que ha campado a sus anchas del 15M a esta parte, el reflejo de la absurda facilidad con la que los poderes fácticos manipulan la opinión pública en ‘Todos contra el cielo’ o la necesaria denuncia en ‘Crímenes cantados’, con implacable y acongojante crudeza, de la insostenible situación de los seres humanos que llenan CIEs en nuestro tan querido país.
Es prácticamente inherente a una obra tan ambiciosa –lo es también en su formato, un doble CD con bonito encarte diseñado y creado por Miguel Brieva, triple en su edición vinilo– y vasta, tan llena de recovecos, que permanezca viva en el tiempo y cambie nuestra visión de ella. Iremos encontrando nuevas gemas que pasaron por alto en acercamientos primerizos –como apuntaba antes, ‘Ser árbol’ e ‘Ideología’ crecen con las escuchas e integrados en los discos, y algo similar ocurre con la bonita ‘Los sabios idiotas’– del mismo modo que veremos decaer nuestro entusiasmo cuando el factor sorpresa inicial se pierde (algo que juega en contra, por ejemplo, del vals ‘A ver la ballena’). Si uno se para a pensarlo, y aunque nunca deja de ser reconocible, el Nacho Vegas de ‘Violética’ parece un artista distinto al que era, tan alejado de su propio mito ligado a lo sórdido y lo emocionalmente devastador que parece otro. Tan firme que no teme abrumar con un sonido quizá demasiado natural de la grabación de Paco Loco, que a menudo truena (Abraham Boba –León Benavente–, Joseba Irazoki, Edu Baos y compañía continúan dando lustre musical), evocando el carácter comunal que proyectan sus letras. Tan confiado que no teme imitarse a sí mismo –nos encontraremos varias veces buscando a qué otra canción suya nos recuerda tal o cual giro melódico–. Un Nacho Vegas inspiradísimo, claro, pero que también se ha esmerado, a todas luces, por cuidar y trabajar esta obra al detalle, alcanzando su total madurez artística.
Nacho Vegas realiza esta semana las únicas presentaciones de ‘Violética’ en España antes de partir a hacerlo en América Latina. Hoy, día 20 de junio, estará en la Sala Razzmatazz de Barcelona; mañana, jueves 21, en el Palau de la Música de Valencia; y el viernes 22 en la Sala La Riviera de Madrid.
Calificación: 8,2/10
Lo mejor: ‘Crímenes cantados’, ‘La última atrocidad’, ‘Maldigo del alto cielo’, ‘Ser árbol’, ‘Todos contra el cielo’, ‘Desborde’
Te gustará si te gustan: Christina Rosenvinge, Billy Bragg, Violeta Parra, Joaquín Sabina.
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