La Estrella de David / Consagración

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La Estrella de David / Consagración

Siete años sin La Estrella de David han sido demasiados. Vale que David Rodríguez no ha estado precisamente inactivo durante todo este tiempo; lugarteniente de La Bien Querida, labores de producción (Rombo, Los Punsetes), colaboraciones varias (la última, el magnífico ‘Los sentimientos’ de Jonston), le han mantenido en el candelero. Pero, ay, no es lo mismo. ‘Maracaibo’ fue uno de esos discos que tocan la fibra profundamente. Sin embargo, después de alumbrarlo, dio la impresión de que su proyecto en solitario ya no iba a tener continuidad. Hasta que llegó la buena nueva: ‘Consagración’, su esperadísimo tercer álbum. El hecho de que Sonido Muchacho, Hi-Jauh USB? y Terranova hayan unido fuerzas para editarlo da la medida de la cantidad de fans de David que pululan.

No encontramos a David Rodríguez exactamente en el mismo sitio que en 2011, pero sí en casi la misma situación. Se mantiene fiel a un paisaje: El Baix Llobregat, Sant Feliu en concreto; a una manera de cantar, arrastrada, desafinada y extrañamente emotiva; a un romanticismo doméstico, cotidiano, pero certero a nivel emotivo. Imposible no sentirse identificada con esas historietas de gente a la que se echa demasiado de menos, a la que no sabes muy bien si echaste tú o se fue sola. Todo regado con abundantes dosis de inteligencia y sensibilidad, David continúa paseando ese personaje “tan flojito” con el que sarcásticamente se retrata al final del álbum. Como sarcástico es el título (y su portada). La Estrella de David ya se consagró hace tiempo. ¿O quizás es la constatación del propio autor de que este es su mejor disco? El más compacto, desde luego.

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En ‘Consagración’ ganan los medios tiempos en los que David sube pocas veces la voz, como si más bien nos susurrara sus penas y quebrantos. Medios tiempos de letras tiernas con bordes aflictivos, de melodías suaves, casi de pura de canción pop romántica, a las que se añaden sus querencias kraut, las baterías sincopadas, secas (¿electrónicas?) de Jordi Irizar y los bajos postpunk. El arranque no puede ser más devastador: la tríada de desazón y desamor que conforman ‘Me ha parecido que estaba en mi cabeza’, ‘Cariño’ y ‘Aceite’ es emocionalmente demoledora, en su simplicidad de cantautor pop mostrando sus miserias sentimentales y su añoranza por la amante (¿abandonada? ¿“Abandonante”?). La primera es una letanía, increíblemente pegadiza, con La Bien Querida acompañando en el estribillo. ‘Cariño’ es una genialidad con algo de New Order, un reprise en que se narra una historia de amor desigual, aunque el inicio recitando a todas esas periodistas rancias pueda confundir (tal como indicábamos, seguramente sirva para ejemplificar a una pareja de otra casta). Desarma su súplica a seguir siendo amigos, aunque sea (y no sólo en Facebook). “Tú siempre fuiste la más lista / y no querrás volver a verme”, concluye con un deje de amargura. Divertida y tierna es también ‘Aceite’, latineo irónico en su melodía y alguna expresión (esos “dame aceite, mamita”, particularmente graciosos cuando los entona con su voz), pero con una profunda hondura sentimental gracias no sólo a su letra, sino a la digresión de la guitarra y el desespero con lo que acomete los versos de ‘Los sentimientos’ de Jonston, aquí usados como culminación.

No sólo hay desventuras afectivas, también las hay autobiográficas. “Mi padre tenía una escopeta de balines / Y me llevó a disparar a un descampado / Y ahí ya me di cuenta/de que nunca sería capaz de hacerme / mis propias cecinas y morcillas”, recita en ‘La primera piedra’, una canción que a ratos parece de de autoayuda, a ratos parece burlarse del espíritu de superación. Aunque la culminación de los infortunios vitales es ‘Noches de blanco Satán’. De explosión planetaria, es un implacable retrato de la angustia de la primera juventud, cuando sólo topas con la inercia y la inacción como horizontes vitales. ‘Erosky’, balada a piano glosando de manera conmovedora las tardes en los centros comerciales, cierra una cara A demoledora, inapelable.

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La cara B la abre ‘La canción protesta’, la canción más bailable y el único tema bufo del álbum (lo que en ‘Maracaibo’ fue ‘La gran fiesta de la democracia’), con letra de Luis Troquel. Una rumba psicodélica que es un venenoso dardo contra la actitud de algunos cantantes públicamente comprometidos, pero privadamente (o no tan privadamente) con más ínfulas que una diva. Aun así, aunque divertida, no es de lo mejor del disco. De hecho, la cara B empieza de manera menos fulgurante que la A… hasta que irrumpe ‘Maracaibo’, la canción más bonita y más triste entre un ramillete de canciones tristes y bonitas. Con los teclados un poco de feria, las baterías sincopadas, el estribillo cantado con exaltación, alcanzando las alturas del ‘Technique’ de New Order, en la rememoración de un antiguo y no olvidado amor: “La canción de esos veranos / siempre suena con tu voz”. También muy notable es ‘Consagración’, mezcla de italo disco melancólico y postpunk brumoso, podría ser perfectamente algún oscuro hit synthpop de los ochenta.

Durante todo el minutaje David pasea ese aire de tipo de-vuelta-de-todo, de perdedor cínico-romántico. Mucho más romántico que cínico. No en vano, se autofustiga al final en ‘Amor sin fin’, recreando la derrota del tipo que va a fiestas en contra de su voluntad, pero que se acaba erigiendo en el antihéroe que siempre estará ahí, a tu lado. Aparentemente desdeñoso, pero profundamente empático y humano.

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Calificación: 8,3/10
Lo mejor: ‘Me ha parecido que estaba en mi cabeza’, ‘Cariño’, ‘Aceite’, ‘Noches de blanco satán’, ‘Maracaibo’
Te gustará si te gustan: La Bien Querida, Jonston, Marcelo Criminal
Escúchalo: Bandcamp, Spotify

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