Norma Monserrat Bustamante Laferte, Mon Laferte para el mundo, es toda una estrella del pop en latinoamérica gracias a álbumes como el homónimo que publicó en 2016 y ‘La trenza’, de 2017, dos discos en los que conjuga la tradición folclórica de México y los Andes (reside en el país norteamericano desde hace años, pero es chilena) con el rock de querencia retro, con doo wop, ska o rockabilly como herramientas. Música que la ponía en conexión como proyectos como Calexico, DePedro o M. Ward, pero engalanada con su portentosa voz, de una potencia y expresividad realmente subyugante. Todo ello aderezado con melodías amables, muy pegadizas, y un permanente contexto sentimental/pasional, que la han encumbrado como una insólita propuesta mainstream en un mundo cada vez más dominado por otros sonidos latinos.
Debo decir que algo me chirriaba personalmente en la figura que Laferte venía proyectando en sus anteriores álbumes. Un tufillo a rollito vintage de ropa de segunda mano, tatuaje old-skool, moño y vermut, retromodernidad de manual hipster (sí, ese concepto que ya es retro en sí mismo) que colisionaba con el poderío interpretativo de la artista. Pero ‘Antes de ti’, el single entre álbumes que publicó Laferte a principios de año (y que ha terminado llevándose el gato al agua en nuestra lista de Mejores canciones de 2018): un baladón heredero del mejor Manuel Alejandro y de la estética Tarantino que derrochaba una convicción y un clasicismo bien canalizado que desarma.
Por eso esperaba con mucho mayor interés este ‘Norma’, que juega con el autohomenaje a un segundo nombre que rechaza usar y a la vez emplea la acepción de la palabra como “regla” o patrón de conducta, en este caso con las relaciones sentimentales. Las primeras pistas sobre el punto de partida de este álbum lo hacían además aún más apetecible e interesante: fue grabado de una manera ya muy poco común, registrado en una sola sesión urgente (¡de una hora!), con primeras tomas y con todos los músicos (y no eran pocos, puesto que se acompaña de una sección de metales) tocando juntos en la misma sala. Todo bajo la dirección de Omar Rodríguez-López (ahondando en su pasión por las big bands de swing y jazz, muy alejada de sus trabajos con The Mars Volta y At The Drive-In) y con el legendario Bruce Botnick (Rolling Stones, The Doors) como ingeniero de grabación.
Todo esto se traduce en un sonido realmente espectacular por su viveza, que casi se palpa y que realza la interpretación vocal de Mon Laferte que se embarca en un álbum a su manera conceptual, imaginando una película (que ella imagina dirigida por Almodóvar o Tarantino) protagonizada por una mujer icónica y apasionada (sin duda esa portada, con una Mon descamisada cortando una cebolla para forzar su llanto) que nos guía en la transición de una historia de amor desde la primera seducción hasta la separación. Y el tránsito de cada uno de esos capítulos o escenas se vale de un estilo musical diferente para tender un fresco de la diversidad de ritmos bailables latinos, identificando cada uno de ellos con un estadio emocional. Así, el cortejo de ‘Ronroneo’ se ambienta en una cumbia, el sexo más fiero en el tango de ‘No te me quites de acá’, la pasión en la salsa de ‘El beso’ y la arrebatadora, gloriosamente clásica ‘Por qué me fui a enamorar de ti‘ o la bachata en la tierna despedida de ‘Si alguna vez’.
Curiosamente, pese a la diversidad, la coherencia del discurso es fantástica sobre todo gracias a la voz de Laferte, que estremece por su versatilidad y, sobre todo, por esa pasión desarmante que desprende gracias a unas tomas únicas maravillosamente imperfectas. Así nos creemos a la perfección a esa Norma que nos atrae paladeando cada “r” de ‘Ronroneo’, con escalofriante (y no es una metáfora) seducción, la que, pese a estar exhausta de follar, sigue derritiéndose de deseo en ‘No te me quites de acá’ –que acaba en orgasmo una sexual explosión– y ‘Caderas blancas’, la que saborea la saliva de toda la pléyade de ósculos que expone en ‘El beso’, la desengañada por los celos asfixiantes que se desahoga rapeando con una convicción asombrosa (Nathy Peluso, andate con cuidao) en ‘El mambo’ o la que vislumbra con ternura el negro futuro de una relación mansa y adocenada en el bolero de ‘Funeral’. Curiosamente, aunque esté interpretando un “papel”, Laferte establece con todas ellas una narrativa honesta y creíble, visiblemente cuidada en cada palabra, creciendo ante nuestros ojos como escritora.
Además, en ‘Norma’ destaca también otra audacia más allá de la de reunir palos tan distintos en una sola obra o la de su grabación al estilo de la era Tin Pan Alley, ese aquí-te-pillo-aquí-te-mato no exento de calidad. Me refiero a la producción de Rodríguez-López, que además de dirigir la orquesta para Mon y diseñar con ella unos arreglos suntuosos, aporta ciertas técnicas del pop contemporáneo, como esos ad-libs propios del hip hop y guiños dub que salpican diversas canciones y sitúan esta obra en nuestro tiempo, y dan vigencia a tanta nostalgia. ‘Norma’ es un salto al vacío de Mon Laferte y la artista, aunque adolece de algún momento menos deslumbrante (la producción algo artificiosa de ‘Caderas blancas’ y el tratamiento medio pop empequeñecen su buena melodía; el blues de ‘Quédate esta noche’ es demasiado genérico, salvo por la garganta prodigiosa de la chilena), cae de pie y crecida como artista.