Así que parece que dentro de un año casi ni nos acordemos de este trabajo número 19 en la carrera del rockero de Nueva Jersey. Es una pena, porque, aunque es cierto que hay algo a medio cocer en ‘Western Stars’, su planteamiento y muchas de sus canciones son realmente destacables. Inspirado en el country rock elegante y sobreproducido de la escena de Nashville, Glen Campbell y Burt Bacharach, ese disco de Springsteen recurre a suntuosas orquestaciones para engalanar unas composiciones que aluden al cancionero americano más clásico. Situando como evidente autoreferencia musical a su propio ‘Tunnel of Love’ (1987), en ‘Western Stars’ vuelve el cantautor romántico que habla de carreteras desérticas y cafés taciturnos repletos de personajes atormentados e inadaptados que huyen de sus propias vidas y sueños rotos, etcétera.
Esa ruptura con el tono social de discos previos y la dinámica confesional que había desarrollado tanto en la autobiografía ‘Born To Run’ como en el espectáculo teatral ‘Springsteen on Broadway’), exponiendo una larga y destructiva depresión, se concreta en canciones cuya mayor pretensión es ser bonitas en un sentido clásico. Y lo alcanzan sin peros incontestables preciosidades como ‘Hitch Hikin´’, el single ‘Hello Sunshine’ –con ese indisctuble eco al estilo de Harry Nilsson–, ‘Tucson Train’, ‘Chasin´ Wild Horses’, ‘Somewhere North of Nashville’, la propia ‘Western Stars’ o el bonito cierre de ‘Moonlight Motel’, en las que se impone la sutileza en el paso de lo íntimo de una voz y una guitarra acústica a lo expansivo de los arreglos de cuerda, con medidos toques de steel guitar, piano o banjo. El tono de nostalgia solemne que desprende ese grueso de cortes impregna todo el disco y articula un buen discurso estético, que por momentos podemos situar junto al del Richard Hawley más melancólico.
Donde no triunfa ‘Western Stars’ es, precisamente, en los temas en los que el bueno de Springsteen se deja llevar más por la grandilocuencia. Pese a la buena factura de algún tema como ‘Sundown’, que ejemplifica cierta aspiración hacia el Roy Orbison más ambicioso, los resultados en temas como ‘There Goes My Miracle’ (traicionado por un estribillo resuelto de forma regular –esos “walking away” suenan muy poco inspirados–), la soporífera ‘Stones’ o una ‘Sleepy Joe’s Café’ que coquetea con el tex-mex son decepcionantes. La máxima “the bigger, the better” se cae con todo el equipo en este disco, y cabe atribuir al menos parte de la responsabilidad a su productor, Ron Aniello.
Si ya en ‘Wrecking Ball’ estaba a punto de cagarla con sus pacatos intentos de hacer sonar “moderno” a Springsteen, aún menos atinado está en un disco que, por momentos, parece sonar a la demo previa a la entrada al estudio: de manera inexplicable –dudo mucho que el presupuesto sea un problema en un disco de alguien como Springsteen– con mucha frecuencia suenan en un sintetizador arreglos que, dada la propuesta del disco, debían ser interpretados con cuerdas y metales. Un recurso cutre (lo de ‘The Wayfarer’ es de auténtica vergüenza, tanta como las trompetas postizas de “Sleepy Joe”) que además contrasta de manera sonrojante cuando ambas soluciones se aplican en la misma canción (‘Drive Fast (The Stuntman)’, ‘Stones’). Por no hablar de que, como si estuviéramos ante un trabajo de principiantes, oigamos la claqueta de grabación en no pocas ocasiones. Pero no cabe culpar a Aniello de todo. Al fin y al cabo, el que manda es El Jefe, y él, por hartazgo, pereza o vaya usted a saber qué, ha consentido dar por terminado el trabajo de esta forma tan rala. Lo cual deja, como decía, un regusto agridulce debido a que muchas de sus canciones son intachables muestras del enorme talento de su autor. Y merecían ser mejor tratadas, tanto en lo sonoro como en lo mercadotécnico.
Calificación: 6,8/10
Lo mejor: ‘Hello Sunshine’, ‘Hitch Hikin´’, ‘Tucson Train’, ‘Chasin´ Wild Horses’, ‘Western Stars’
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