Hace unas horas ha verbalizado esos tormentos en un revelador texto publicado en Instagram. En él, Justin reflexiona sobre la futilidad de la fama, que no le hace feliz –»tengo mucho dinero, ropa, coches, elogios, logros, premios y aún me siento incompleto»–. También habla sobre sus orígenes, sobre la presión que supone para un niño convertirse de la noche a la mañana en una estrella global cuando ni su vida era idílica –destaca que sus padres, muy jóvenes, se separaron poco después de nacer él– ni su personalidad y capacidad para tomar decisiones está desarrollada. Y él relaciona todo eso con el abuso de drogas “bastante duras” a las que recurrió entre sus 18 y 19 años para paliar el terremoto emocional que supone para un artista subir y bajar de un escenario.
También dice que “abusó de todas sus relaciones” y que, resentido y enfadado, fue “irrespetuoso con las mujeres”, volviéndose distante con los que le querían. Sin duda, eso alude a Selena Gomez, con la que mantuvo una relación durante aquellos años y que terminó rompiéndose. A continuación Bieber dice le ha llevado años reparar todas esas malas decisiones –quizá eso explicaría el reencuentro cordial entre él y Selena, que se interpretó como un comeback a su relación sentimental–, y que ahora atraviesa un momento feliz con su matrimonio, un reto en el que está aprendiendo paciencia, confianza, compromiso, amabilidad, humildad “y todas las cosas que se parecen a ser un buen hombre”.