Cuando escribía la reseña como Canción del Día de ‘My Own Soul’s Warning‘, el espectacular cañonazo en forma de canción que abre el nuevo disco de The Killers, se entendió como peyorativo que empleara la palabra «pastiche». La RAE la define como «Imitación que consiste en tomar diversos elementos y combinarlos de manera que el resultado parezca una creación original», lo cual me parece una manera inmejorable de definir lo que, al menos desde el punto de vista sonoro, contiene ‘Imploding the Mirage‘. Una amalgama de ecos confesos a Bruce Springsteen, New Order, Kate Bush y Peter Gabriel (nombres citados explícitamente en la nota de prensa), conviviendo armónicamente con otros no explicitados pero evidentes como Fleetwood Mac, The Cars, Arcade Fire o The War On Drugs. Agitando todo eso en una coctelera mental, el resultado sería ciertamente semejante al sexto disco de estudio del grupo de Las Vegas.
De hecho, parece una jugada maestra implicar en la grabación, a algunos de esos músicos –Lindsey Buckingham, ex-Fleetwood Mac, y Adam Granduciel, el hombre tras TWOD, ponen solos de guitarra– para que, además, se entienda como homenaje lo que podría entenderse como fusilamiento. Pero, como sabemos, eso no es suficiente para que un disco funcione, sin más. E ‘Imploding the Mirage’ tiene algo especial. Y no me refiero a que sea un disco atípico de The Killers, aunque también: con Dave Keuning semi-retirado y Mark Stoermer pasándose por el estudio solo ocasionalmente para dejar algún bajo o guitarra, el álbum ha sido prácticamente obra de Brandon Flowers y Ronnie Vannucci Jr., formando un improbable tándem con los productores Jonathan Rado (el analítico, según Flowers) y Shawn Everett (el salvaje), que dan unos notables empaque y riqueza al conjunto. Y así, con todo en contra, logran una de esas conjunciones astrales que parece debe acompañar a toda gran obra creativa, que la hace destacar como, muy probablemente, el mejor disco de The Killers hasta la fecha. Al menos, hasta que se publique ese otro que prometen para antes de un año y que, aseguran, supera a este. Veremos.
‘Imploding the Mirage’ es la continuación de ‘Wonderful Wonderful‘ en más de un sentido, pero no en el sonoro: sus maneras electrónicas quedan atrás –o casi: la funky ‘Fire In Bone‘, con sello de Stuart Price, parece venir de esa época– en favor de un rock más visceral y desbocado, aunque con muy acertadas pinceladas de sintetizadores y coros –cortesía del dúo femenino Lucius– que explican la referencia de Kate Bush o Peter Gabriel más allá de la épica de estadio a la que aluden las influencias más evidentes del álbum. Pero también lo es en el sentido lírico y contextual. Porque si aquel disco exponía los difíciles momentos vitales atravesados por su esposa en los últimos tiempos que pusieron en riesgo no solo su matrimonio sino también la vida de ella, en este caso se trata de la salvación de ambas cosas. Como declaran, ‘Imploding the Mirage’ es una especie de disco conceptual sobre una pareja que da batalla a las dificultades para mantenerse unida a pesar de todo, evocada por la cautivadora imagen de su portada, un lienzo del artista Thomas Blackshear titulado ‘Baile del Viento y la Tormenta’, cuyas figuras han servido de inspiración directa para Brandon cuando tenía un bloqueo con los textos, dice.
En esa lucha de Brandon y Tana Mundkowsky –en el álbum hay dolor y miedo, pero el eje principal es la idea romántica del amor como salvación– ha sido crucial la decisión de abandonar Las Vegas con su familia y mudarse a un paraje natural de Utah, donde se crió el propio frontman, trasladadas aquí poéticamente como historias casi canónicas de inadaptados que huyen buscando huir del pasado o de una ciudad que no les comprende –hasta ahí alcanza la presencia del Boss de ‘Born to Run’, que precisamente hoy hace 45 años que veía la luz–. Pero también parece haberlo sido para la música del álbum, porque en gran medida sus canciones reflejan un renovado amor por la música ajena que les llevó a querer ser músicos. Como si revisitar aquellos desiertos y montañas de sus primeros años de vida hubieran hecho a Brandon conectar con la excitación de aquel adolescente que quiere ser una estrella del rock, la épica de ‘Imploding the Mirage’ suena esta vez más real, creíble y natural que nunca antes en la carrera de The Killers.
No sin cierto manierismo que es ya casi un sello de identidad del grupo, la energía y la capacidad de cautivar de los Killers de 2020 se muestra inconmensurable en su arranque, con ese bombazo que es ‘My Own Soul’s Warning’ –quizá una de las cuatro o cinco mejores canciones de su carrera–, seguido de ‘Blowback’ –un elogio a la fuerza interior de su mujer–, la gran ‘Dying Breed‘ –la raza que muere es, por si no se entendía, la de las parejas que resisten el paso del tiempo y las dificultades– y una ‘Caution‘ que, si ya había logrado vencer las reticencias iniciales, crece aun más en el contexto del álbum. Justo en ese momento uno empieza a pensar que está al caer la tan habitual pájara en los discos de The Killers, esa irregularidad que hace años que impide disfrutar de sus discos al completo. Pero en ese momento llega ‘Lightning Fields’, un medio tiempo exquisitamente arreglado y construido –en el que Brandon, siguiendo con la línea romántica, evoca la relación de sus padres como paradigma–, con k.d. lang –que ejerce el papel de su madre, Jean, fallecida de cáncer en 2010, apareciéndose en sueños a su progenitor– haciendo una aparición tan breve como espectacular en el puente– y la certeza de que este es un disco especial es ya palpable.
Eso no significa que sea intachable, porque ‘Fire In Bone’ no entrega lo que promete su aire bailable –su gancho, entre juguetones guiños a Eurythmics, es más bien exiguo y repetitivo–, abriendo paso a una segunda mitad levemente menos impactante que la primera. Pero sí que el ímpetu y la capacidad para interesar y emocionar se mantienen altas gracias a canciones algo reiterativas pero magnéticas como ‘Running Towards a Place’ o ‘When the Dreams Run Dry’ (esta especialmente, gracias a sus constantes giros rítmicos y sus sintetizadores juguetones). Y, sobre todo, con números espectaculares como esa ‘My God’, en la que Weyes Blood se transmuta en una suerte de Kate Bush de la era disco para dar réplica a Brandon como un ente celestial; y el tema que cierra y da nombre al disco, en la que, aludiendo a sus primeros días junto a Tana en Las Vegas, el grupo marida a la perfección su propia identidad entre guiños al Springsteen que se animó a acercarse al synthpop y ese estribillo en crescendo realmente grande. No descarto que sea un fenómeno de sugestión colectiva derivado de algún tipo de mecanismo psicológico –diría que esto merece un estudio en condiciones–, pero ‘Imploding the Mirage’ se suma así a la extensa lista de discos que siguen surgiendo para, como si de un acto de justicia poética se tratase, sanarnos el insufrible dolor de este 2020.