La cumbre pop de Bob Dylan, inmortalizada en su legendaria imagen de ropa oscura, gafas negras y enjuto cuerpo espitoso, ocurre entre 1965 y 66. En el espacio de 14 meses (marzo ‘65 a mayo ‘66) compone, graba y lanza tres discos fundamentales de su carrera: ‘Bringing It All Back Home’, ‘Highway 61 Revisited’ y ‘Blonde on Blonde’. Es durante ese corto período cuando se sacude definitivamente la etiqueta de folkie pacifista, se electrifica para horror de muchos fans, se enreda en una relación de atracción/influencia mutua con los Beatles (Lennon sobre todo) y crea su serie de canciones más legendarias y pop, o bien popizables por otras bandas. Sólo esos dos primeros discos de la serie incluyen ‘Mr. Tambourine Man’, ‘Love Minus Zero’, ‘Like a Rolling Stone’, ‘It’s All Over Now, Baby Blue’ o ‘Subterranean Homesick Blues’.
Pero es al final de la trilogía, con ‘Blonde on Blonde’, cuando consigue materializar su disco de pop más perfecto, cuando la transición de folk a pop (rock) termina de sintetizarse: en él no hay ninguna canción completamente acústica, y las exploraciones rockeras de ‘Highway 61 Revisited’ se aplacan para recolocar a Dylan en un equilibrio deliciosamente mágico: hay rock, sí, pero sobre todo folk-rock, pop con elementos de country, y algunas de lo que acabarían siendo sus más bonitas melodías, todo amalgamado en un sonido que pasaría a la historia como ese sintestésico “wild mercury sound… metallic and bright gold” del que crípticamente hablaba Dylan en la época.
Pero ¿cuál fue la fórmula para lograr ese mítico sonido y alcanzar así la cumbre de su trilogía pop? La respuesta está encerrada en la palabra “Nashville”. Dylan -por sugerencia de su productor Bob Johnston- no fue a la capital de Tennessee a hacer su disco más country, sino a hacerlo más pop. Recordemos que los estudios de la ciudad se caracterizaban por haber dulcificado y comercializado el sonido originariamente rural de la música country (creando un subgénero que los puristas denominaban, peyorativamente, “countrypolitan”) y Johnston, con buen ojo, estimó que las sesiones con The Band en Nueva York en enero de 1966 estaban fallando porque les faltaba ese toque comercial y melódico. Flash-forward a febrero del 66, Nashville, con Dylan rodeado de una reducida corte de músicos propios (Al Kooper, Paul Griffin y Robbie Robertson) más un nuevo escuadrón de experimentados -y legendarios- músicos de sesiones de la ciudad.
‘Blonde on Blonde’, además, supone una cumbre en los textos de su autor. Dentro de su universo de letras surreales, psicodélicas incluso, mezcla de poesía simbolista y retablos costumbristas de la fauna noctámbula neoyorkina (‘Visions of Johanna’) o de los/las hipsters de la Factory (‘Just Like a Woman’) se esconden algunas de sus letras más románticas (‘Sad-Eyed Lady of the Lowlands’, ‘I Want You’), engarzadas con la música en una simbiosis insuperable.
No es por tanto casualidad que ‘Blonde on Blonde’ siga siendo hasta la fecha el álbum de toda la carrera de Bob Dylan del que más singles promocionales se extrajeron (cinco), dos de los cuales son sus más perfectas canciones de pop: ‘I Want You’ y ‘Just Like a Woman’. Ambas sirven también como perfecto ejemplo de la magia de Nashville en pleno funcionamiento. En ‘I Want You’, el añadido crucial del riff de guitarra de Wayne Moss añade gancho y comercialidad a la que de por sí ya era una de las melodías más pop de la carrera de Dylan, y el experto motor de la batería de Ken Buttrey (con un sonido irrepetible) daba a la canción los cimientos ideales para un éxito radiofónico. En ‘Just Like a Woman’ las guitarras españolas (presentes en todo el disco y no tan frecuentes hasta entonces en la obra de Dylan) aportaban un sonido dulce y digerible que un año después el productor Johnston perfeccionaría en el primer disco de Leonard Cohen. Si sumamos a ello la calidez y claridad de que caracterizaba al Estudio B de la Columbia en Nashville, estamos ante la fórmula de esa brillante amalgama sónica: en la canción, los órganos Hammond de Al Kooper suenan sedosos (alejados del áspero aunque maravilloso sonido del Estudio A de Nueva York en ‘Like A Rolling Stone’), y la voz de Dylan nunca volvería a sonar más matizada y romántica. ¡La canción hasta tiene un puente! (“it was raining from the first…”), igual que en ‘I Want You’. Consciente o inconscientemente, producto de una ósmosis con la fértil época que el pop norteamericano estaba viviendo, o quizá de su rivalidad con los Beatles de los que le atraía su gancho pop… por la razón que fuese ‘Blonde on Blonde’ contiene elementos pop y comerciales que ni hubo en sus discos anteriores ni se volverían a repetir.
Pero en ‘Blonde on Blonde’ hay muchas más canciones maravillosas que para los presupuestos estéticos de la segunda mitad de los 60 eran también pop sin complejos: como las tribulaciones sentimentales de ‘(Sooner or Later) One of Us Must Know’, con ese refulgente estribillo de preciosa secuencia de acordes y órganos Hammond, que fue primer single. O el gancho absoluto de ‘Stuck Inside of Mobile with the Memphis Blues Again’, llena de humor surrealista y una melodía que llegaría a encajar hasta en el universo único de Kiko Veneno. Incluso la broma de ‘Rainy Day Women # 12 & 35’ acabaría en número 2 de las listas (igual que ‘Like a Rolling Stone’) convertida en un inesperado hit de pop “novelty”.
Podríamos seguir; sólo las avenidas y callejones de ese microuniverso de belleza titulado ‘Visions of Johanna’ ya merecerían un artículo propio. Hasta las piezas más “bluesy” llegan mucho más allá del ejercicio de estilo y son canciones redondas con sus riffs y sus memorables motivos distintivos (‘Pledging My Time’, ‘Obviously Five Believers’). Pero es el sonido lo que lo une todo y hace a ‘Blonde on Blonde’ único: la extraña alquimia que sucedió en aquel estudio, en el que las nuevas canciones del anfetamínico Dylan de alguna extraña manera encajaban a la perfección con la maquinaria de pulido industrial de Nashville sin perder un ápice de filo, y acababan recubiertas de magia, incluso con sentimientos verdaderos emergiendo con delicadeza en algunas de ellas, algo insospechado en un músico en el que la distancia sarcástica era lo habitual.
Como las mejores historias pop, la legendaria trilogía pop de Dylan y más concretamente el relámpago cultural que supuso ‘Blonde on Blonde’ acaba con un flashazo trágico que cristalizó el mito en el imaginario colectivo: el accidente de moto de Dylan en julio de 1966 fue la mejor de las tragedias posible, porque no supuso la habitual muerte prematura de otro joven artista. Se quedó en un misterioso, críptico retiro y un posterior retorno transformado, casi como si fuese otra persona. De alguna manera murió y a la vez permaneció vivo, otro verdadero “hat trick” que define a Dylan perfectamente. Para la historia quedó este ‘Blonde on Blonde’, ejemplo perfecto de su momento pop por excelencia.
Calificación: 9/10
Lo mejor: ‘I Want You’, ‘Visions of Johanna’, ‘Just Like a Woman’, ‘One of Us Must Know (Sooner or Later)’
Te gustará si te gusta: el rock clásico americano, el folk-rock, The Band, The Byrds, Tom Petty, Lucinda Williams…
Escúchalo: vídeo de ‘JUST LIKE A WOMAN’