Ramón Rodríguez no puede parar de crear. Si ya es un músico prolífico de por sí, imagino que estos tiempos con apenas conciertos han exacerbado esta tendencia. En enero apareció un nuevo disco de Madee, la mítica banda de emocore; apenas dos meses más tarde, The New Raemon presenta otro disco, en alianza con David Cordero (Úrsula) y el multiinstrumentista Marc Clos. Ya hemos perdido la cuenta de la cantidad de discos que Ramón ha realizado al alimón con otros artistas: ‘El Problema De Los Tres Cuerpos’ con Francisco Nixon y Ricardo Vicente, ‘Convergència i Unió‘ junto a Maria Rodès y Martí Sales, ‘Lluvia y Truenos’ con Ricardo Lezón de McEnroe…
‘A los que nazcan más tarde’ aparece después de los dos mejores discos que ha publicado The New Raemon, ‘Una canción de cuna entre tempestades‘ (2018) y ‘Coplas del andar torcido‘ (2020). Precisamente, en este último David Cordero fue parte esencial, aunque ‘A los que nazcan más tarde’ recoge más bien el pesimismo de ‘Una canción de cuna’. Ramón sigue fiel a su estilo, a su particular imaginario atormentado pero contenido, pero ahora despojado completamente de sus visos costumbristas. También gracias a la colaboración con Cordero y Clos, el universo de The New Raemon ha adquirido una dimensión más atmosférica, sin guitarras, centrada en el ambient. Todo esto cobra sentido cuando lees en la hoja promocional que David Cordero retó a Ramón a componer en base al piano y a olvidarse de las guitarras. Y ahí, entre tres, en pleno confinamiento, cada uno desde su casa, han construido este disco, tan sólido como etéreo. Ramón sentando los cimientos, David poniendo los marcos de electrónica paisajística y Marc mimando los detalles.
‘A los que nazcan más tarde’ es una obra sin fisuras, con una absoluta unidad estilística. La compañía impone ciertos sesgos, a pesar de que la personalidad de The New Raemon, letrista y cantante, sea la que, obviamente, sobresale. La atmósfera es aún más densa que en sus discos anteriores, incluso diría que se hace difícil avanzar entre la marea de pesadumbres. Esto se hace evidente, por ejemplo, en el inicio de ‘Plata verdadera’, con unas querencias electrónicas diferentes de toda su obra anterior, donde el paisaje va cambiando, como si transitáramos a través de paisajes agrisados en un tren, en que se ven breves destellos de luz que duran poco. Sin en embargo, las marimbas de Clos y los dulces colchones de teclados de Cordero sobre los que arranca el disco en ‘La peor parte’ prometen algo más esperanzador. Y aunque la esperanza es algo que se nombra en la hoja promocional, sonoramente buena parte del disco es la banda sonora de aflicción; enseguida ‘Cámara lenta’, colgada sobre cuerdas y ráfagas tenues de sintetizados orquestados, ya nos arrastran a un estado de ánimo afligido, con su tempo lento y taciturno.
Pero dentro de la densidad también hay momentos para respirar, como ‘Corre, Caballo viejo’: su estribillo es el que se acerca más a la luminosidad. También está presente la intensidad de los The Cure de ‘Disintegration‘ en ‘Una infancia’, intensidad que se transforma en un cruce de bolero y balada melódica siniestra en ‘Todos quieren un final tranquilo’, de mensaje tenebroso, con la voz de Ramón en muy primer plano, que se frena un poco en el estribillo y nunca llegue al esperado desmelene.
Los ánimos aumentan con un piano cuasi house en ‘No haces de mí lo que soy’ y, aunque la voz de Ramón sigue sonando épica, el revestimiento lo eleva, el paisaje sonoro de sintetizadores, esos “no hay prisa” que se repiten a la suerte de coros/estribillo, hacen de este tema el momento más luminoso de un disco creado entre nubarrones negros, junto con el cierre de ‘Lanzo piedras al mar’, en que brilla una especie de esperanza entre clics, redobles de batería electrónica y ecos de ‘Vespertine‘ de Björk. Pero no dejan de ser dos pequeñas bocanadas de aire en un magma de pesar. Al fin y al cabo, quizás incluso en contra de su voluntad, Rodríguez, Cordero y Clos han puesto música al estado de mal sueño en el que vivimos.