En 2017 la revista Billboard anunció que Cher iba a producir un musical de Broadway sobre su vida. La foto que ilustraba la noticia, sin embargo, no era de Cher sino de Chad Michaels. Esta drag queen, que concursó en la cuarta temporada de Rupaul’s Drag Race, se dedica profesionalmente a imitar a la cantante, ha alterado su cara quirúrgicamente para parecerse a ella y en muchos sentidos ya es más Cher que la propia Cher, porque Chad Michaels no recrea a Cher sino que evoca lo que el público imagina cuando piensa en Cher. Pero, ya se tratase de un error o de una broma con ansias de viralidad, aquella foto de Billboard puso de manifiesto una tendencia cada vez más asentada en una industria edadista y machista que exige a las mujeres seguir siendo las mismas, a diferencia de lo que sucede con los hombres: antes las drag queens imitaban a las divas, pero ahora las divas del pop cada vez parecen más drag queens.
Alaska llama a esto “la venganza travesti”. Las drag queens han sido consideradas tradicionalmente criaturas marginales, pero cuando pasan el suficiente número de años las señoras cis empezarán a parecerse a ellas en sus rasgos (intervenidos), su maquillaje (excesivo) y su pelo (artificial). Este proceso tiene motivos culturales, psicológicos y políticos, pero desde el punto de vista estrictamente estético solo un nombre y apellido: Kevyn Aucoin.
Aucoin creció en Lafayette, Louisiana, un lugar particularmente hostil para ser un niño mariquita durante los 70. No tenía Barbies, pero tenía a Barbra Streisand: pasaba horas estudiando su cara llena de ángulos que la alejaban del canon de belleza. Por eso en 1983 le propuso a Revlon lanzar una línea cosmética naturalista. En pleno apogeo ochentero del maquillaje en tonos eléctricos, fluorescentes o metálicos, Kevyn Aucoin defendió que el maquillaje podía resaltar la belleza natural de la mujer en vez de disimular sus defectos. Y así fue como el contouring entró en la cultura de masas.
Los primeros registros de contouring (técnica que consiste en subrayar con tonos oscuros la mandíbula, la nariz, los pómulos y la línea del cabello para dramatizar los rasgos) datan de principios del siglo XV. Los actores de teatro, especialmente los que interpretaban a mujeres, marcaban sus rostros con hollín y tiza para que el público reconociese sus expresiones faciales con claridad. Cuando la Reina Victoria decretó que maquillarse era una vulgaridad, solo seguían recurriendo a este artificio los actores y las prostitutas. Pero el siglo XX, y en especial la invención del cine, trajo una obsesión colectiva con el show business que se tradujo en una popularización de los trucos de belleza de las estrellas y en una nueva industria, la cosmética, que generaría millones generando inseguridades en la gente.
El contouring fue el mejor aliado de actrices como Marlene Dietrich o Julian Eltinge, la primera drag queen de Hollywood. Eltinge actuó vestido de niña por primera vez a los 10 años, pero según maduraba y su popularidad crecía (llegó a actuar para Eduardo VII y a rodar películas con Rodolfo Valentino) necesitaba cuidar más su maquillaje para “suprimir al hombre y revelar a la mujer cambiando la forma de la cara, eliminando la mandíbula y hasta disimulando la nuez”, según explica el maquillador Ricky Boudreau.
Esta técnica es similar a la que describía en 1998 Cindy Crawford, una de las muchas estrellas que en aquella época exigía por contrato que solo podía maquillarla Kevyn Aucoin: “Las mujeres me maquillan tal y como se maquillarían a sí mismas: intentando tapar defectos y haciendo lo que pueden con lo que hay. Pero Kevyn primero convierte tu cara en un lienzo en blanco y entonces empieza desde cero. Primero borra tu cara completamente y luego te la vuelve a poner”. Cualquier espectador de Drag Race ha visto este proceso docenas de veces.
Esta ilusión de naturalidad a menudo acredita a Aucoin, junto con el presidente de Elite John Casablancas, como el creador de las top models. Él conseguía que pareciesen bellezas sobrehumanas. Aucoin aplicó la técnica del contouring a una lista de clientas que habla por sí sola: Madonna, Whitney Houston, Liza Minelli, Cher, Courtney Love, Julia Roberts, Tina Turner, Naomi Campbell, Gwyneth Paltrow, Jennifer Lopez, Barbra Streisand. En su libro superventas ‘Making Faces’ transformaba, con el poder del maquillaje, a divas del presente en divas del pasado: Celine Dion era Maria Callas, Christina Ricci era Edith Piaf, Winona Ryder era Liz Taylor. Él maquilló a Janet Jackson para la icónica portada de ‘Janet’, una imagen que el publicó creyó que mostraba a la cantante con la cara lavada.
Y mientras Kevyn Aucoin aplicaba la tradición del maquillaje drag a las divas del pop, estas empezaban a envejecer. Su caras, su cuerpos y su pelo iban dejando de ser los que habían sido pero, lejos de asumir y exhibir el paso del tiempo, muchas trataron por todos los medios de preservarse igual que cuando estaban en la cima. Fue así como las estrellas del pop empezaron a transformarse en travestis de sí mismas.
Cuando Gwen Stefani recuperó su look de No Doubt para la portada de su nuevo single, cuando Jennifer Lopez volvió a ponerse aquel Versace en tonos aguamarina, cuando Taylor Swift interpretó a todas sus eras pasadas en el vídeo de ‘Look What You Made Me Do’ o cuando Mariah Carey posó en 2009, a los 40 años, emulando sus propias portadas de los 90, lo que estaban haciendo, esencialmente, es ser su propia drag queen. Generar una ilusión, mediante la estética, de que eran unas mujeres que no eran. En el caso de las superestrellas como Swift, Lopez o Carey este transformismo es una extravagancia puntual y un guiño a sus fans, pero cuando la carrera de una popstar no prospera pasará el resto de su vida atrapada en la estética y los hits de su pocos años de gloria: cuando Spice Girls, Cyndi Lauper o Anastacia actúan lo hacen vestidas con la iconografía que el público recuerda de ellas. Y el pináculo de todo esto, como siempre que se trata de divas y gays, es Cher, quien se ha puesto el mono de rejilla y la peluca gigante que llevaba en el videoclip ‘If I Could Turn Back Time’ varias veces desde que lo grabó en 1989. Cher no solo lleva décadas siendo su propio travesti, sino que ha convertido ese rasgo en parte de su performance.
Cher no solo lleva décadas siendo su propio travesti, sino que ha convertido ese rasgo en parte de su performance
La estrecha relación entre el público gay y las divas del pop ha sido analizada desde todos los puntos de vista, pero cabría simplificarla en tres motivos: ellas triunfaban siendo exageradas, trágicas y narcisistas (las mismas cualidades que los condenaban a ellos), les ofrecían una evasión fantasiosa respecto a una realidad hostil y desplegaban una femineidad extravagante (incluidos sus estereotipos peyorativos: vanidad, envidia, frivolidad) sin disculparse por ello. El resultado es que parte del público gay experimenta a ciertas divas del pop en calidad de ídolos religiosos que los llevan al éxtasis. Al fin y al cabo, diva viene de divinidad y las divas provocan entre sus fans (que viene de fanático) un fervor catártico que escapa de su control. Y si no os lo creéis, probad a intentar razonar con un fan de Madonna.
“Miss J, una travesti negra alta y delgada lleva años enseñando a caminar a las modelos de París”, explicaba la drag queen Lady Bunny en 2010: “A Gladys Knight la maquilla un transexual y a Patti Labelle una antigua travesti. Destiny’s Child contrataron a Kevin Aviance para que les enseñase a caminar sobre el escenario. No es raro ver a las estrellas rodeándose de gays o de drag queens, porque las mantienen a la última en cuanto a las estéticas y cómo conseguirlas”.
El producto más perfecto de esta idiosincrasia, o al menos el más explosivo, es Lady Gaga. Una mujer cis que se viste, se comporta y se autobautiza como una drag queen. Ella se formó en clubs de travestis y, tal y como señalaba Lady Bunny, “tiene un equipo de estilistas como Geoffrey Mac, que me hace vestidos a mí, o Zaldy Goco, que ha hecho trajes para otras travestis como RuPaul o Michael Jackson”. Conceptos como Haus of Gaga, la reivindicación de las criaturas marginales o la construcción de un personaje completo para cada nueva performance provenían de la subcultura drag pero, al igual que en 1990 cuando Madonna popularizó el voguing, el gran público atribuyó el mérito a Gaga.
El producto más perfecto de esta idiosincrasia es Lady Gaga, una mujer cis que se viste, se comporta y se autobautiza como una drag queen
Pero Lady Gaga no solo provenía del mundo drag, también era resultado y sublimación de todo lo que había ocurrido en el pop durante las tres décadas anteriores. Además de sus referentes obvios (iconos del travestismo como Madonna o David Bowie, que llegó a crear dos alter egos distintos: Ziggy Stardust y Aladdin Zane), Lady Gaga no podría haber existido sin Cher. Y en concreto, no podría haber existido sin la Cher de 1999.
Cuando parecía condenada a anunciar productos de la teletienda durante el resto de su vida, Cher se reconstruyó a sí misma desde cero para lanzar ‘Believe’. Aquel proyecto era una exhibición de todos los mecanismos del pop. (Recordemos que, en aquella época, las mayores estrellas del pop vendían una supuesta autenticidad: la virginidad de Britney, la decencia de Whitney, los roles de Spice Girls). El pelo era de colores antinaturales y a veces incluso con tubos de plástico saliendo de él, los trajes eran monos de licra con estampados biónicos y el maquillaje acentuaba las operaciones quirúrgicas sobre las cuales ella hablaba sin reparos. Hasta la voz sonaba deliberadamente artificial con un software, el Auto-tune, que hoy sigue desencadenando carreras enteras.
‘Believe’ perfectamente podría haber sido una catástrofe ridiculizada para la posteridad pero arrasó en ventas, lo cual inauguró una nueva era en el pop: de crearse a sí mismas las divas pasaron a recrearse a sí mismas y, finalmente, a ostentar el artificio como parte del espectáculo. Katy Perry se puso pelucas de colores, Britney inició una residencia en Las Vegas ofreciendo un show en el que se imitaba a sí misma y Beyoncé fabricó un alter ego, Sasha Fierce, para justificar su sexualidad exuberante sobre el escenario en contra de sus valores religiosos fuera de él. “Cuando te dedicas al arte del drag puedes ser lo que quieras o quien quieras y puedes decir lo que quieras” explica la ganadora de la primera temporada de Rupaul’s Drag Race, Bebe Zahara Benet. “Y muchas de estas artistas femeninas se han dado cuenta de lo poderoso que es. Pueden utilizarlo como una plataforma para expresarse a sí mismas incluso aunque ellas no sean así en su día a día. Han descubierto ese secreto”.
En uno de sus primeros hits, ‘Beam Me Up Scotty’, Nicki Minaj se presentó a sí misma como “Soy Nicki Minaj, Nicki Lewinski, Nicki la ninja, Nicki la jefa, Nicki la Barbie Harajuku”. Según la profesora de comunicación Judith Halberstam, la creación de alter egos para escapar de una realidad insatisfactoria es un instinto creativo humano: “Oscar Wilde, en el siglo XIX, debió de ser una de las primeras personas en crear un personaje público para sí mismo y después estaba encantado, cuando le llamaban, de interpretar ese papel de dandy elocuente lleno de frases lapidarias. Los Sex Pistols hicieron lo mismo cuando se pasaron un programa de la televisión británica soltando tacos. Quisieron manipular la cobertura mediática que la prensa hacía de ellos y marcó una nueva era en el modo en que los artistas interactuaban con la prensa, una maquinaria supuestamente neutral”. Durante los 2000s el pop dejó de intentar disimular o disculparse por su artificio, lo abrazó y vivió una de sus mejores épocas. Y ahí seguimos hoy, con artistas como Ariana Grande cantando “¿Te gusta mi pelo? Jo, gracias, me lo acabo de comprar”.
En los 2000 el pop empezó a destacar su propio artificio y por tanto se volvió mucho más travesti
Esta transparencia del pop a lo largo de los 2000 coincidió con que las actrices empezasen a confesar lo duro que era mantenerse en forma (en los 90 las estrellas de Hollywood todavía insistían en que no hacían nada para estar así), las celebridades negras empezaron a hablar abiertamente sobre sus pelucas y los productores detrás de los hits del pop empezaron a ser tan famosos o más que sus propios cantantes. Y así, el pop empezó a destacar su propio artificio y por tanto se volvió mucho más travesti.
Este ecosistema de artificio transparente era terreno fértil para una artista como Lady Gaga. Y la cima y relevo simbólicos de este fenómeno tuvieron lugar en los premios MTV de 2010: Cher iba (tra)vestida de sí misma con el mono de rejilla de ‘If I Could Turn Back Time’ cuando Lady Gaga subió al escenario y le pidió que por favor le sujetase el bolso de carne. Que ambas actuaran con total normalidad en esta situación confirma que tanto Cher como Lady Gaga son dos pedazo de travestis plenamente conscientes de su propio camp.
El camp es un movimiento artístico mucho más fácil de comprender que de explicar (tal y como demostró la desastrosa gala del MET de 2019, en la que casi nadie cumplió con la premisa), pero podría resumirse como una sensibilidad que se regodea en el artificio, la estilización, la teatralidad, la ironía y la exageración. En su ensayo seminal ‘Notas sobre el camp’, Susan Sontag escribía que “el camp lo ve todo entre comillas”. “Eso no es una lámpara sino una «lámpara». Eso no es una mujer, sino una «mujer»”. Las drag queens, inevitablemente, son las madres del camp y también sus hijas. Rachel Devitt, en su ensayo ‘Girl on Girl: Fat Femmes, Bioqueens and Redefining Drag’, señala que el camp utiliza el exceso para neutralizar la realidad por pura sobrearticulación. La propuesta de Cher en ‘Believe’ reivindicaba la inautenticidad asociada al pop y a lo femenino, a menudo despreciada en contraposición a la supuesta autenticidad del rock y de lo masculino: Cher no era una mujer de 54 años sino una “mujer de 54 años”, no tenía pelo sino “pelo”, no cantaba sino que “cantaba”. Y ese proceso de fabricación de sí misma no es muy distinto del de cualquier travesti. Según Wayne Koesterbaum en su ensayo ‘The Queen’s Throat’, el atractivo de las drag queens “reside en la lección que dan en el arte de la rabia: cómo luchar contra un sistema opresivo inventándose un alter ego resistente”.
(El fenómeno más similar en España es Mónica Naranjo, tan fabricada a sí misma que hablaba con acento mexicano, llevaba el pelo de dos colores igual de falsos y en una actuación se arrancó la peluca para quedarse calva: no es que Naranjo tuviera referencias de la cultura drag, es que era un travesti).
Lo que hacía una artista camp como Lady Gaga era defender que el show es lo genuino mientras que “la normalidad” es lo falso. Gaga niega su personalidad privada, vive permanente en drag y no hace comedia con su extravagancia. Su estética durante sus primeros cuatro discos rechazaba el erotismo convencional, con malformaciones, distorsiones o armaduras con pinchos que negaban la disponibilidad del cuerpo femenino. Y en este mundo creado por ella, en el que las normas de estética y de comportamiento se han invertido, los desviados son los privilegiados. Así que cada vez que alguna persona completamente genérica se define a sí misma como “rara”, “loca” o “friki” para sentirse especial significa que vivimos en un mundo de travestis.
Durante estos últimos años Kim Kardashian, la travesti más famosa de la Haus of Kardashian, ha popularizado el contouring mediante tutoriales de Instagram y clases en las que cobra mil dólares por entrada. Por supuesto, ahora el contouring se envuelve con frases de autoayuda 0,60 como “saca la mejor tú que hay en ti”, pero esencialmente significa que ahora todas las mujeres del mundo van por la vida hechas unas drag queens. Esa era la verdadera venganza travesti.
Juan Sanguino es autor de dos libros, ‘Cómo hemos cambiado‘ y ‘Generación Titanic‘, a la venta en la tienda de JENESAISPOP.