Lorde / Solar Power

Lorde nunca cumplió los estereotipos que el mundo suele asociar a los jóvenes artistas. Su primer éxito ‘Royals‘ mostraba a muchachos reales y con granos, conectando con toda una generación en lo que terminaría siendo un hit millonario, y a su vez con un público más adulto que enseguida se dio cuenta de que la artista tenía un discurso interesante del que podía aprender algo. La cantante neozelandesa subió la apuesta con ‘Melodrama‘, que además de una superproducción pop de corte minimalista, nada pomposa, huía de ser el típico álbum post-ruptura para ofrecerse al mundo como disco conceptual dividido en 3 partes sobre un desengaño, sí, pero también sobre la autoafirmación, sobre conocerse a uno/a mismo/a, sobre lo bien que se está solo/a igualmente.

Los textos con aristas que encontrábamos en aquel segundo largo confirmaban que Lorde no era una más, algo que queda patente de nuevo en este tercer álbum, que es hasta cierto punto coherente con su discurso de siempre. Lorde continúa a la caza de su verdad en ‘Solar Power’, ahora a través de la conexión con la naturaleza, tratando colateralmente cuestiones como el cambio climático. La cultura hippie durante los años 60 le ha servido de inspiración, y la intención de la cantante es apartarse de la tontería de la fama, de los focos y de las redes sociales, utilizando en ocasiones California como metáfora de tales males.

Las cosas pintaban bien: nadie ha precipitado este lanzamiento, que llega tranquilamente 4 años después de ‘Melodrama’, la cantante aparece en la portada como si estuviera dando un salto medio desnuda sobre una playa en lo que puede reconocerse como un guiño feminista y una crítica al puritanismo hipócrita de Instagram, las inspiraciones en el álbum son completamente ajenas a las modas y a la esclavitud del mercado, y repite como músico y productor Jack Antonoff, con quien tuvo una conexión especial en ‘Melodrama’. El suyo es casi, casi, el único nombre que aparece en todos los créditos aparte del de Lorde, que además ha escrito completamente sola 4 canciones del álbum. Ni rastro de los casi obligatorios campos de composición; sí de Clairo y Phoebe Bridgers para algún coro puntual.

Dada la agudeza habitual de Lorde con los textos y la de Antonoff a los mandos de producción en obras seminales de Lana del Rey y St Vincent, lo primero que llama la atención de ‘Solar Power’ es lo poco que merece la pena comentar sobre él desde el punto de vista musical. El álbum tiene influencias reconocidas de The Mamas and the Papas, que lamentablemente solo se manifiestan de manera muy aislada en pequeños instantes de ‘California’ y ‘Fallen Fruit’, renunciando a ser un homenaje más significativo al folk de finales de los 60, que es a lo que apuntaba la flauta de la canción inicial, ‘The Path’. En esta, Lorde reafirma su huida de la fama indicando «que no va a coger el teléfono si llama su sello o la radio», y se pregunta «dónde fueron los sueños que tuvimos». Cuando crees que estás disfrutando de cierta cumbre formal hacia los 3 minutos del tema, la canción se apaga en un holgazán «fade out» que representa el primer coitus interruptus del álbum. No será el último.

‘Secrets from a Girl (Who’s Seen It All)’ comienza con más confesiones interesantes de una Lorde que madura (ahora puede «tomarse dos e irse a casa»), sobre una melodía melancólica un tanto Lana del Rey, para después transformarse de manera extraña en una canción de Natalie Imbruglia. Solo que ‘Left of the Middle’ -de 1997- tenía una producción bastante más ambiciosa y avanzada que la de este tema, y a ‘Big Mistake’ me remito. Robyn cierra este corte y ahí hay que subrayar una cosa: sí ha habido un gran acierto en la promoción de este disco, y es haber mantenido en secreto que la cantante sueca iba a participar en él. Todos sabemos la magnitud de «meltdown» que se habría alcanzado el pasado viernes por la mañana cuando hubiéramos amanecido con que su colaboración en este tema era un spoken word de azafata triste, sobre un punteo de guitarra que podría estar ahí o no.

A continuación, ‘The Man with the Axe’ es aún más inexplicable, pues su texto confesional (el de «creía que era un genio, pero tengo sólo 22») no logra desarrollarse como canción sentida e intimista, ni mucho menos una accesible. ‘Dominoes’ suma en desubicación: la melodía parece escrita para un anuncio de cerveza, solo que las canciones de los anuncios de cerveza se levantan para animarte un verano, pero aquí el texto solo consigue desconcertar entre referencias al «yoga y a la madre de Uma Thurman». «Es extraño verte fumar marihuana / solías ser quien más cocaína se metía / de toda la gente que he conocido», canta Lorde sobre una melodía de lo más alegre, sin que nadie a esa altura del disco sea capaz de adivinar cuándo está hablando en serio y cuándo no. Cuándo nos está diciendo algo tierno y bonito sobre la muerte de su perro (parece el caso de ‘Big Star’), y cuándo algo sarcástico y ácido (parece el caso de ‘Mood Ring’).

Entre el minuto y medio inane de ‘Leader of a New Regime’, más bien un micropoema sobre la necesidad, muy vagamente expresada, de que llegue un nuevo orden mundial; y lo interminable de ‘Stoned at the Nail Salon‘ y ‘Oceanic Feeling’, nos encontramos descubriendo, con verdadero horror, que la mejor canción del álbum sí era el single principal. Un ‘Solar Power’ sobre el que Primal Scream y los herederos de George Michael han actuado con una generosidad inusitada a día de hoy, cuando TLC un buen día resucitan en un crédito de Ed Sheeran, y Dido en otro de Rihanna. Es básicamente ‘Loaded’ meets ‘Freedom’. Apenas ‘Fallen Fruit’, con un minuto final que sí se decide por fin a ir hacia algún lado, en este caso mediante los teclados, ejerce de tímida competencia. Es como si perdida en defender la naturaleza, pero a la vez querer hilar tan fino para reírse de sí misma como «ama de casa hippie» (sic) en el vídeo de ‘Mood Ring’, Lorde hubiera descuidado esa cosa, la música.

La historia del pop está llena de «difíciles terceros discos», una maldición que ha caído sobre artistas de toda índole, desde Oasis a Dido pasando por Nirvana, Alanis, The Cranberries, The Strokes… Algunas de esas obras hundieron carreras, y otras se revalorizaron con el tiempo. Puede ser el caso de ‘Solar Power’, un álbum cohesivo, muy personal, que nadie más que Lorde podría firmar, y que de alguna manera flota atemporal: lo mismo podría haber salido en 1970 que en 1997 que en 2048. Quizá esté más que nada perjudicado por el contexto en que nos llega. No tiene Lorde la culpa ni de la pandemia ni del auge de la ultraderecha ni del de la homofobia. El problema es que el disco bordee temas esenciales para la vida, relacionados con la política, y lo haga de manera tan intrascendente y despreocupada. Como «de bromi». Mirando al sol a ver si su energía resuelve las cosas milagrosamente. Colocándose con un porro en el salón donde se gasta una pasta en que le hagan las uñas. Con temas que hablan, literalmente, sobre no saber si «ir a pescar o a la playa». Quizá algún día miremos atrás y podamos gozar el disco hippie-cuqui post-irónico que Lorde hizo sobre los males del mundo, y los pequeños placeres del mismo. Quizá cuando conozcamos a ese «líder de un nuevo régimen», descubramos que ‘Solar Power’ se adelantó a su tiempo. Hoy, las inquietudes de quien esboza un par de ideas mientras vive en unas eternas vacaciones en un lugar en el que siempre parece verano suenan bastante marcianas.

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Publicado por
Sebas E. Alonso
Tags: lorde