El eslogan «no puedo creer que siga protestando por esta mierda» es uno de los más populares que se pueden observar hoy en día en cualquier manifestación, sobre todo en Estados Unidos. Es una frase meta porque habla sobre la manifestación desde dentro de la misma y ‘Una Navidad con Samantha Hudson’ traslada ese mismo «hastío vital» -como canta Amaia al final del especial en la balada ‘Óyeme’, desde hoy disponible en las plataformas de streaming junto al resto de la banda sonora- al formato de largometraje televisivo.
Se ha cuestionado que Samantha Hudson sea una artista transgresora porque lo que hace ya lo hicieron otras antes (qué novedad), pero el problema precisamente es que lo que hace siga teniendo sentido en 2021. El objetivo de Samantha, en mi opinión, no es innovar ni tampoco ejercer de voz experta en ninguna materia, sino asumir el papel de artista pop que trae un discurso diferente, abiertamente politizado, que nos habla de diversidad de género y orientaciones sexuales pero que también cuestiona el capitalismo y la figura de la policía, reivindica el comunismo incluso llegando a abogar por un «marxismo queer» que no es ninguna invención de Hudson aunque a algunos se lo haya parecido, y denuncia la apología del franquismo y la hipocresía de la iglesia.
Como película navideña estrenada en una plataforma de pago, ‘Una Navidad con Samantha Hudson’ es mucho menos polémica pero tampoco deja títere con cabeza sin abandonar el humor absurdo que caracteriza a la artista. La política madrileña aparece representada en un personaje muy similar a Isabel Díaz Ayuso que lidera un partido llamado PENE («Partido Español Nacional Extremista») y que afirma que «si nos llaman fascistas es que algo estaremos haciendo bien». A continuación hace pedazos frente a la cámara la imagen de una virgen negra como si fuera Sinéad O’Connor en Saturday Night Live. En otra escena, la delirante Manuela Trasobares lanza una merecida pulla a las eléctricas y la supuesta corrupción a la que la cultura LGBTQ+ somete a la población infantil según ciertos sectores ejerce prácticamente de leitmotiv de toda la película.
En ‘Una Navidad con Samantha Hudson’, la autora de ‘Liquidación total‘ prepara un especial navideño dedicado a la cultura del transformismo pero Antena 3 cancela su emisión a raíz de las protestas de un grupo de ultras que defienden los «valores tradicionales» de la Navidad. Samantha Hudson, una estrella déspota que ha olvidado sus orígenes y perdido toda conciencia de clase, se ve obligada a regresar al antro de Chueca en el que empezó a actuar pero trata a sus antiguas compañeras (La Prohibida y Supremme Deluxe entre ellas) con desprecio. A lo largo del especial y cual Scrooge en ‘Un cuento de Navidad’ de Charles Dickens, Samantha va recobrando la sensatez con la ayuda de sus ángeles, Arturo Valls y Yurena, dos personajes que, como la reina de los bajos fondos, han sido absorbidos por la cultura de la telebasura, pero que precisamente representan valores como la empatía o el amor propio que son intrínsecos a la experiencia queer. Valores que, como plantea Hudson por otro lado, tampoco se tienen que dar por defecto: la enemistad de Samantha con sus antiguas compañeras, que se resuelve al final felizmente, demuestra que, cuando la comunidad LGBTQ+ pelea consigo misma, olvida su objetivo común, que es luchar por la igualdad.
El absurdo de ‘Una Navidad con Samantha Hudson’ toma caminos tan dispares como los cameos de Paco Clavel o de un Jordi Cruz recién salido del plató de ‘Art Attack’, la versión travesti de ‘Loba‘ de Shakira en clave italo disco o la aparición de Chenta Tsai aka PUTOCHINOMARICÓN vestido de cura para oficiar el funeral imaginario de Samantha Hudson, al que no acude una sola persona. La misma existencia de Chelo, la representante de Samantha Hudson interpretada por Anabel Alonso que guarda más de un parecido razonable con la periodista de Sálvame fan de Pantocrator, es digna de comentar por lo mucho que recuerda su dinámica con Samantha a la del Quijote y Sancho Panza: las dos parecen existir en universos paralelos. En el especial, las continuas referencias o bromas a costa de personajes pop como David Bowie, Demi Lovato o «Muerta Sánchez» y su himno de España plagan los diálogos de manera nada forzada y muy divertida, y el surrealismo de algunas escenas, por ejemplo, el remix reggaetonero de ‘Mira cómo beben los peces en el río’ junto a Ms. Nina, es equivalente en envergadura al de las protestas de las feministas transexcluyentes supuestamente expertas en biología que se dan hoy en día y que aparecen pertinentemente representadas en pantalla.
Samantha Hudson deja claro en el final de la película que es consciente de que la cultura drag puede ser otro producto del capitalismo, exactamente igual que lo es su misma figura o la misma existencia de este especial, pero también defiende el valor de la cultura como catalizadora de ideas que pueden remover conciencias y «cambiar el mundo» (las comillas son nuestras). El valor, en definitiva, de jugar al juego del capitalismo desde dentro. En su caso, la artista defiende los derechos de la comunidad LGBTQ+ con la herramienta más difícil y a la vez más efectiva de todas, el humor, y lo hace reciclando referencias a punta pala porque reciclados están también esos mismos discursos. Desde el segundo cero, ‘Una Navidad con Samantha Hudson’ pone en marcha un continuo reciclado de referencias culturales y discursos pasados de rosca salidos de la extrema derecha (y no tan extrema) que pone en evidencia la necesidad de continuar plantando cara a la intolerancia y al odio en un momento en que la violencia homófoba campa a sus anchas aunque algunos y algunas se nieguen a reconocerla como tal. No, Samantha Hudson no ha venido a salvar el planeta del apocalipsis ni a implementar el comunismo de la noche a la mañana pero vale la pena acercarse a su discurso por irregular o confuso que pueda haber sido en ciertos momentos. Detrás del humor, las pelucas y los cameos hay un mensaje que merece ser emitido en abierto.