Hay una contradicción palpable entre el hecho de que Mitski llegara a decidir abandonar la música, y ahora regrese con su disco más pop: cuando menos exposición parecía querer, más parece reclamar. Lo explica en una gran entrevista con The Guardian en la que cuenta que va a terapia, al tiempo que se recuerda la existencia del meme «Los terapeutas odian a Mitski».
La ansiedad le vino de sentirse como un objeto «por ser mujer y además de origen asiático», con todas las consecuentes proyecciones que la gente le ponía encima. Como ella misma indica, al ser su madre japonesa parece que el mundo esperaba de ella que fuera más sumisa, y el nivel de fanatismo de sus seguidores, que han llegado a arrancarle la ropa en su intento de acercarse a ella, pues aunque no lo parezca ha tenido sus virales en TikTok, no es que le haya ayudado mucho a esclarecer sus ideas.
Por eso ahora indica que no quiere seguir haciendo música que la proteja de sí misma: «La música que me encanta, la que me ha salvado la vida, es el tipo de música que me llega al corazón. Así que decidí que incluso aunque me pudiera hacer más daño, seguiría mejor mi cometido si escribiera algo que fuera cercano a mi corazón». El trabajo, qué hacer con tu vida laboralmente, es un tema en este disco ‘Laurel Hell’, que recibe su nombre de una expresión folclórica sobre estar atrapado en matorrales de laurel en los Montes Apalaches. Mitski sale de ese atasco para seguir desarrollando lo que mejor sabe hacer, y en ese camino de hacer música más próxima a su corazón, sus referentes han resultado una sorpresa.
Influida por el deseo de hacer música alegre que resultara esperanzadora después de la pandemia, se ha decantado por lo que ella llama «la burbuja de los 80», una «sensación de poder aspirar a tener un montón de dinero» que no volvió jamás. Para ello sus mayores referentes han sido Scott Walker, Vangelis, Giorgio Moroder, Iggy Pop en su etapa berlinesa, Arthur Russell y «una referencia secreta que quizá no debía revelar, Hall & Oates». En su modo de expresarse, casi en modo «guilty pleasure», aún hay prejuicios, pero no en su música, en la que incluso se ha atrevido a colaborar con Dan Wilson de Semisonic, conocido por colaborar con gente del tamaño de Adele y Taylor Swift, aparte de en aquel tiro tan chanante que fue ‘Closing Time‘ a finales de los 90.
Esto último sucedía en el espléndido single ‘The Only Heartbreaker’, en el que lo fascinante no es que haya hecho un himno ochentero, que eso lo puede hacer cualquiera, sino la libertad que ha dejado a los teclados, que parecen volar solos en busca de su propia victoria. Y es que la canción retrata una lucha de poder en una pareja (“si cometieras un solo error, qué alivio sería ese”), ironizando sobre ser la única que comete errores en una pareja, por ser la única que de hecho intenta hacer algo. En la línea, el más reciente single ‘Love Me More’, un hit tamaño ‘Maniac’ que puede interpretarse de dos maneras: como la nueva presentación de su libertad, o como la patética necesidad de aprobación constante de la sociedad de hoy. Y también nos es muy cercana ‘Stay Soft’, en la que explora su sexualidad.
Que esta aproximación a la música pop sea vibrante no significa que el disco no sea oscuro. Al contrario. Antes de todo esto, el primer single fue otra cosa: una ‘Working for the Knife‘ de distorsiones más bien próximas a My Bloody Valentine. Uno de esos temas que lidian con nuestra labor en la sociedad capitalista, con el cuchillo representando la opresión. «Siempre pensé que la elección era mía, y tenía razón, pero elegí mal» o «Pensé que ya estaría todo hecho a los 20, y ahora que tengo 29 el camino parece el mismo / Quizá a los 30 veré la manera de cambiar» son algunas de las inquietudes que expresa.
Ese lado más sombrío aparece expresado musicalmente en canciones de corte más cinético, como ‘Valentine, Texas’, ‘Everyone’, ‘There’s Nothing Left Here for You’ o ‘Heat Lightning’ -sobre una noche de insomnio-. Ahí es muy evidente la influencia de Moroder, también de Badalamenti, mientras ‘I Guess’ suena como una canción de Sinéad O’Connor producida por Enya. Mitski no ha llenado su disco de hits relucientes sino que mantiene una apasionante escala de grises que huyen de artificio o desesperación por el éxito. De hecho, es que incluso los momentos melódicamente más alegres esconden un trasfondo negro. ‘Should’ve Been Me’ puede recordar a ABBA y a ‘Walking on Sunshine’, pero en realidad está hablando de tratar de comprender una infidelidad, y de manera más extrema, detrás de esa alegría que ni Cyndi Lauper en ‘Girls Just Wanna Have Fun’ de la última pista, ‘That’s Our Lamp’, se esconde una historia de desamor y despecho.
Si preferías a la vieja Mitski, la de ‘Be the Cowboy‘, la buena noticia es que aun así con este disco se abre un mundo de posibilidades para su futuro. Su carácter inquieto tan sólo deja ver que al igual que le encaja este registro más comercial y apto para telonear a Harry Styles, cosa que va a suceder este año, le puede encajar para cualquier otra cosa igual de inesperada. Haim no se hicieron necesariamente más comerciales tras colaborar o actuar con Taylor Swift. Si prefieres el pop sin prejuicios, ‘Laurel Hell’ se libera de influencias tan marcadas como la de St Vincent para abrir todo un universo de posibilidades, al tiempo que abre una puerta para entrar en su obra anterior. Todos sabemos que Jessie Ware salió ganando desde que quiso «dejar de ser una chica Pitchfork» para ser una estrella de verdad, y este podría ser el mismo caso.