Cada vez que Mónica Naranjo habla de su salida de Sony, me dan ganas de meter un saco de palomitas en el microondas. Una historia fascinante, con sus altibajos y sus momentos de poca confianza en la artista y de mucha confianza, en los que ha habido de todo: el éxito descomunal de ‘Palabra de mujer’, el disco de ‘Chicas malas’ que tanto trauma le representó, aquella locura llamada ‘Europa’, aquella locura al cuadrado llamada ‘Lubna’… Estoy seguro de que las reuniones de artista y sello en torno a tan extravagantes lanzamientos daría para una serie de Netflix o, como mínimo, de Movistar+.
«No hemos funcionado y no pasa nada», resume ahora ella, mientras algunos nos frotamos los ojos, porque lo cierto es que el combo de discográfica y artista hizo funcionar hasta aquello que parecía imposible de arrancar. Que tire la primera piedra el que habría adivinado que un tributo a Mina se vendería tan bien, el que habría dicho que ‘Lubna’ sería uno de los álbumes más vendidos de su año en España, el que habría predicho al escuchar ‘Desátame’ que Mónica Naranjo estaría vendiendo canciones de sonido metal al público LGTB+ en 2022. Pero así es ella, de sin igual.
En todo caso, ‘Mimétika’ es su primer álbum para una distribuidora independiente como es Altafonte, que acoge, por poner un par de ejemplos, las autoediciones de Robe y de Zahara. No por casualidad, muchos de sus temas hablan precisamente de la autorrealización y de la libertat. La portada parece sumar varios pedazos de Mónica Naranjo porque ‘Mimétika’ representa la suma de las diversas mujeres que contiene dentro de sí, al mismo tiempo que todo lo que pasa por su «puta cabeza».
Muy decidido en su temática de empoderamiento, el disco se abre con ‘Eterna’, cuyo mensaje es: «Pequeña mía / No quieras ser tan sólo una mujer más / Vive y sé grande». ‘Lágrimas de un ángel’ pide que se abra el paso a «una diosa» y a «una reina». ‘Aire’ parece burlarse de un «mansplaining» («Me dijo: «Nena, estás de suerte, te vengo a ayudar»»). Y ‘Medusa’ es tan clara como esto: «Ya no voy a callar / Ya no voy a llorar / Ya no quiero una bendición / Ni tampoco pedir perdón».
La suma de varias Mónicas Naranjos, en verdad, se aprecia más en la variedad musical que en los textos. Las composiciones de Pepe Herrero, posteriormente redondeadas por Chris Gordon -los dos principales nombres que acompañan a la misma Mónica en los créditos- pueden ser literalmente cualquier cosa. Hay retazos de trip-hop orquestado en ‘Polvo vacío’, hay metal en ‘Medusa’, hay arreglos industriales en ‘Lágrimas de un ángel’, hay hasta algo parecido a un reggaetón en ‘Sherezade’, también influida por arreglos al Este del Mediterráneo.
En ese «todo vale», y en un mundo poblado de hyperpop y producciones mutantes desde SOPHIE a Bad Bunny con todo lo que cabe en medio, ‘Mimétika’ no es un disco tan osado ni rocambolesco después de todo. Lo inesperado de la rave de Mastodonte en ‘Polvo vacío’ -sin ser lo más elegante del disco, precisamente- se echa de menos en otros puntos del minutaje. Por otro lado, el single ‘Ey!’ recuerda demasiado melódicamente a ‘Ain’t No Mountain High Enough’ y a ‘Fame’, por no hablar de que, entre todas las personas en el mundo para hablar de la libertad, la elección del Bunbury post-pandemia devanea entre lo inexplicado y lo inexplicable.
Comprobado que tampoco ha llegado tan lejos fuera de Sony en el camino de la ida de olla ya total, y dados los discretos resultados artísticos y comerciales de ‘Ey!’, quizá lo más revolucionario que podría hacer Mónica Naranjo ahora mismo sería un disco de canciones normales, como las baladas a piano ‘Se acabó’ o ‘Dame alas’. Quizá es una impresión personal, quizá es que todavía no he superado que la adaptación de ‘Hoy no‘ no fuera un hit de enormes dimensiones.