Camino a IFEMA, lugar donde era la puesta de largo de Mad Cool tras dos años de parón, el metro iba hasta los topes de metaleros ilusionados con ver a James Hetfield y compañía. Pero había también en el vagón un pequeño grupito cual aldea de Astérix escuchando con el móvil canciones de Carly Rae Jepsen, y entonces se produjo un momento maravilloso…
Uno de los chavales intentó convencer a los heavies para que se ausentasen luego unos minutos de Metallica -coincidían- y fuesen a ver a Carly (“es la del ‘Call Me Maybe‘”) y, ante su negativa, los fans de Carly empezaron a cantar ‘Nothing Else Matters’… y uno de los metaleros empezó a cantar ‘Call Me Maybe’ con su amigo, uniéndose al final los dos grupos en una especie de medley surrealista que acabó dominado por el “hey, I just met you, and this is crazy”. Cuando el metro llegó a IFEMA, escuché cómo el grupo metalero prometía ver un rato a Carly, y los fans de Carly ver un rato a Metallica, respectivamente. ¿Lo harían finalmente? Pues a saber. Pero en cualquier caso fue un momento que refleja estupendamente el poder de la música, y de la pasión de los fans.
Porque los heavies, seguidores fieles por excelencia, y los fans acérrimos de alguien como Carly pueden tener más en común de lo que parece. Aunque a nivel mucho menos mainstream, más nicho, es reconocida también esa pasión y lealtad a la diva pop que ya no está en primera liga, por no hablar del tópico (quizás no tan tópico) sobre la devoción del público marica. Que se lo digan a Kylie. O, mismamente, a Carly Rae Jepsen, a quien confirmamos ayer como una mini-Kylie tanto en aura como en cierto parecido sobre el escenario. Evidentemente las tablas de la australiana no tienen nada que ver, y solo el futuro dilucidará esto, pero hay algo en la carrera hasta ahora de Rae Jepsen y en ese pop hecho con tanto mimo que nos recuerda.
Ataviada con un dos piezas plateado y acompañada de una corista y una pequeña banda que resaltaba su lado funky, la canadiense no tiró de grandes performances, ni siquiera de unas pantallas más bien discretas, sino que se limitó a lo que mejor hace: contagiar su alegría con un repertorio infalible, dominado por temazos de ‘EMOTION‘ y ‘Dedicated‘ como ‘Run Away with Me’, ‘Now that I’ve Found You’, ‘Boy Problems’, ‘Too Much’, ‘Want You in my Room’ o ‘I Really Like You’.
‘Call Me Maybe’ sonó, sí, y el público general empezó a irse tras ella, pero a Carly no le importaba correr ese riesgo y no cerró con ella, sino que guardó dos canciones más para sus fans: ‘Let’s Get Lost’ y la fantástica ‘Cut to the Feeling’. ‘Party for One’, el single fallido de ‘Dedicated’, fue la gran ausencia, aunque la que yo eché de menos fue ‘Comeback’, una de sus mejores canciones (pero no hubo representantes de sus estupendos “Sides B”). Tocar hasta 15 canciones en tan poco tiempo no impidió a Carly interactuar de vez en cuando con el público, ya fuese para bromear sobre que el Julien de la canción resultó ser un capullo, y que prefería dedicarle la canción a cualquier Julián del público, o para hablar sobre las inseguridades antes de ‘Too Much’.
Esa es, por cierto, otra de los similitudes (por mucho que decir esto parezca sacrilegio) entre los seguidores de una diva pop y de un grupo como Metallica: las canciones de ambos dan fuerza a sus fans, y se convierten en un oasis donde combatir sus inseguridades (cada una a su manera) y olvidar sus problemas. El éxtasis vivido entre el público de Metallica fue prueba de ello. Los estadounidenses empezaron con más de 15 minutos de retraso, pero para cuando terminó el directo pocos se acordaban de ese detalle salvo que tuviesen que escribir sobre él.
James Hetfield estuvo impecable vocalmente y el escenario principal (con 60 consolas de audio y más de 200 altavoces) hizo justicia a la calidad de la banda, con momentos cumbre desde el mismo inicio, en el que fragmentos de ‘El bueno, el feo y el malo’ aparecían en las pantallas mientras sonaba ‘The Ecstasy of Gold’ de Morricone… y salía la banda para dar comienzo al show con ‘Whiplash’. No esperaron mucho para soltar bombas como ‘Enter Sandman’ o ‘Wherever I May Roam’, o la coreada por miles de personas ‘Nothing Else Matters’, así que pudimos disfrutarlas antes de irnos para ver a Carly.
Corrimos en cuanto ella terminó para no perdernos la traca final, en la que Hetfield y compañía tienen buena fama de irse por todo lo alto. Merecidísima, claro: entre fuego en el escenario y pirotecnia, sonaron ‘Moth in Flames’, ‘Damage Inc.’ o ‘One’, antes de cerrar a lo grande con los casi 10 minutos de ‘Master of Puppets’. No hubo menciones a ‘Stranger Things’, aunque la portada del disco, proyectada como cinemática en las pantallas, podía hacer pensar que sí a quien no la hubiese visto (igual en próximos bolos cae algo si se confirma que estamos ante otro “caso Kate Bush”), pero lo que desde luego hubo fue una energía desbordante y un sentimiento de comunidad a través de la música que el vocalista quiso dejar patente antes de terminar.
Y es que Hetfield pidió que levantasen la mano quienes estaban allí por primera vez (“Metallica virgins, good!”) y quienes les habían visto con anterioridad, respondiendo con un “pues a los vírgenes, bienvenidos a la familia de Metallica”. Y, como toda buena reunión familiar de Nochevieja, la banda se despidió con unos fuegos artificiales más propios de Año Nuevo que de un concierto al uso de festi –porque, evidentemente, aquello no era un concierto al uso de festi-. Como curiosidad, Hetfield quiso volver y decir unas palabras, pero ya le habían cortado el micro, así que el pobre se conformó con agradecer al público usando gestos.
Hablando del efecto ‘Stranger Things’ en el exitazo décadas después de ‘Running Up that Hill’ (estuve a punto de meterla a nivel simbólico en mis propuestas para las mejores canciones de 2022 de enero a junio, es increíble lo que está pasando con ella), estaba la duda de si Placebo tocarían su excelente versión, y cómo respondería el público. Solo pudimos asistir al principio si queríamos ver algo de Alfie Templeman, aunque nos chivan que cerraron con ella. La locura de la serie de Netflix ha llegado también al grupo de Brian Molko, y en el último mes esta versión ha ido subiendo hasta convertirse en su canción más escuchada en Spotify, con más de 100 millones de streams y a punto de superar los 120 de su mayor éxito, ‘Every You Every Me’… ¡que no sonó en ningún momento!
No he encontrado declaraciones al respecto, pero parece que Brian Molko y Stefan Olsdal se han cansado de interpretarla en directo, porque no suena desde 2015. Sí sonó otro de sus clásicos, ‘The Bitter End’, y canciones de otros discos como ‘Special K’ o ‘Too Many Friends’, lead-single del fallido ‘Loud Like Love’. Pero en general lo que hizo la banda fue presentar su último disco, ‘Never Let Me Go‘, y se comprende: es el primer álbum de estudio tras ocho años de silencio. El por entonces aún presente calor y unas pantallas que parecían sacadas del Winamp no ayudaban a levantar al público ante estas canciones menos conocidas, aunque pareció haber algo más de entusiasmo con ‘Beautiful James’ y ‘Sad White Reggae’.
Poco después, Alfie Templeman y su banda intentaban solventar problemas técnicos que les llevaron a empezar con retraso, pero cargados de entusiasmo. El cantante inglés, que nos enamoró con temas ‘Used to Love’ en 2019, acaba de sacar su segundo disco, ‘Mellow Moon’, y de hecho abrió con uno de sus temas, ‘Candyfloss’. Los chicos se vinieron más arriba en ‘Film Scene Daydream’ o ‘Everybody’s Gonna Love Somebody’, aunque no les ayudaba la dudosa acústica del Escenario Seven.
Y es que, igual que la acústica del escenario principal fue muy buena, no se puede decir lo mismo de escenarios como ese o el Región de Madrid: a Carly le jugaron una mala pasada, y con CHVRCHES pasó lo mismo, aunque en ambos casos la solvencia defendiendo su repertorio nos hizo olvidarnos un poco de eso. Los ingleses presentaron en general su último trabajo, el excelente ‘Screen Violence’ y, como curiosidad, entre los asistentes pudimos ver a la directora y actriz Abril Zamora (otras caras conocidas en el festival fueron los influencers Carlos Peguer de ‘La pija y la quinqui’, TheRubiew o Esty Quesada AKA Soy Una Pringada). La banda ha cuidado especialmente la estética en su último disco, y desde luego se podía ver en su líder Lauren Mayberry, con un espectacular vestido tul rojo con volantes que encajaba a la perfección con la majestuosidad de temas como ‘He Said She Said’, ‘Final Girl’ o ‘How Not to Drown’, espectacular (sensacional) con o sin Robert Smith.
Antes de eso, y tras Wolf Alice -programados a las 18.35 de la tarde-, fue el momento de conocer a Dominic Richard Harrison -AKA Yungblud– que sí contó con una acústica a la altura de las circunstancias. El ídolo de masas inglés no solo se aseguró a sus fieles, sino que pudo cambiar gracias a temas como ‘strawberry lipstick’ o ‘fleabag’ alguna que otra mirada más severa de los fans de Metallica que esperaban a su grupo en primera fila. Yungblud, muy emocionado por ir antes de la mítica banda, ha hablado siempre de lo importante que es para él la estética y mezclar lo tradicionalmente asociado a lo masculino y lo femenino, y ayer lo demostró: lo mismo portaba una cadena -candado incluido- en el cuello y se esforzaba por dar una actitud fiera, que llevaba calcetines rosas, se ponía sombra de ojos y marcaba todo con un apretadísimo conjunto de camiseta sin mangas, bermudas y tirantes. Antes de despedirse con una pandereta mientras cantaba ‘loner’ -prácticamente su himno-, Yungblud aseguraba que volvería pronto, “muy, muy pronto” a España.