Cuando Björk declaró que se encontraba grabando un álbum de “rave doméstico”, saltaron las alarmas. ¡Björk volverá a hacernos bailar por fin! ¡Ha dicho la palabra “clubbing”! Lo que dijo después ya no nos interesó tanto: que las canciones se moverían “como si fueran virus”, que no serían bailables sino que irían a 80 o 90 bpm porque “ese es el ritmo al que yo camino” (¿puede ir más a su bola esta persona?)… En parte teníamos razones para esperar, al menos, un disco más centrado en los beats de gabber, puesto que este es el estilo del dúo de productores indonesio que colabora en el álbum. Y cuando dices que el estilo de tu disco es el “tecno biológico”, la palabra “tecno” llama poderosamente la atención. ‘Atopos’, en este sentido, ha sido un single engañoso al que debemos agradecer otras cosas.
Hacía mucho tiempo que un tema de Björk no daba que hablar, pero ‘Atopos’ se ha convertido en meme, y estoy seguro que la islandesa ha sido la primera en reírse. Frente a la expectativa de un disco naturalista, doméstico, inspirado en el mundo de los hongos y centrado en conceptos como el amor o la familia, Björk ha decidido que es momento de sacar una canción de reggaetón. ‘Atopos’ lo es a su manera, y su final de beats aporreados es lo más loco que ha firmado Björk en años. Además, la canción está dedicada al amor entre dos personas que se quieren por encima de sus diferencias, pero admite una segunda lectura sobre la cultura de la cancelación en la que no se ha reparado tanto, pues Björk la escribe como reacción al #MeToo, que sucede, cabe recordar, cuando ‘Utopia’ ya está en la calle.
‘Atopos’ es el single claro de ‘Fossora’, como ya lo era ‘Earth Intruders’ de ‘Volta’, pero no tiene tanto que ver con el resto del disco, en el que Björk sigue básicamente construyendo su propio folclore, a través de un cancionero centrado en el sonido de los clarinetes y otros instrumentos que no son necesariamente electrónicos. Los beats de Gabber Modus Operandi vuelven a construir una completa ida de olla en la pista titular, probablemente la más accesible de todas, pero sobre todo están presentes para conferir un latido a las composiciones, como es el caso del romántico segundo single, ‘Ovule’, que parece que se va a convertir en un afrobeat pero no: opta por una forma más abstracta, mientras la melodía de trombones evoca un viaje en barco de vela. Y en una de las pistas del album, Björk directamente interpreta una canción folclórica islandesa, escrita por una poeta de siglos pasados, que versa sobre los fiordos escandinavos.
Ese componente “popular”, de canción antigua, dirige la mayoría de composiciones. El concepto micológico puede llegar tan lejos como en ‘Fungal City’, donde, entre cuerdas ufanas y beats de gabber, parece que va a asomar la cabeza de David el Gnomo en cualquier momento (en su lugar aparece serpentwithfeet), y la voz como instrumento principal forma la base de muchas de las piezas, entre ellas el curioso interludio ‘Mycelium’ (el micelio es una especie de tejido de los hongos). Björk definitivamente sigue componiendo durante largos paseos por la naturaleza islandesa, como cuando de niña cantaba sus propias tonadas mientras regresaba a casa de la escuela, desafiando el temporal con un chorro de voz salvaje que el paso del tiempo ha domado; y se nota en lo completamente libres y personales que siguen sonando sus melodías. La diferencia es que ahora tiene la madurez suficiente para hablarnos de vínculos no solo románticos, sino también familiares, hasta el punto que sus dos hijos, Sindri e Ísádora, nacidos con 20 años de diferencia, entre el primer disco de los Sugarcubes y ‘Vespertine’, aportan voces en el disco.
El vínculo maternal también es explorado desde el punto de vista inverso. ‘Sorrowful Soil’, la primera de dos canciones dedicadas a Hildur Rúna, madre de Björk, fallecida en 2018 y muy conocida por su activismo y estilo de vida hippy, es un enorme himno coral, de iglesia, que no puede sonar más ‘Medúlla’ ni su letra ser más Björk en su descripción de una madre que pone “huevos y nidos” y los cubre con su “tejido emocional”. ‘Ancestress’, la elegía siguiente, donde pone coros Sindri, toma una forma mucho más épica, como de canción imperial china, en la que Guđmunsdóttir relata durante siete angustiosos y bellísimos minutos la muerte de su madre con la franqueza lírica que la caracteriza, mientras la instrumentación incluye percusiones de gong y cortantes beats que reproducen una batalla de espadas (¿entre la vida y la muerte?). En este contexto emociona especialmente el cierre de ‘A Mother’s House’, donde Ísadóra visita la casa de su madre ya no como inquilina, sino como invitada, entre preciosos arreglos de clarinete y cuerda que transmiten una sensación acogedora.
No obstante, Björk ha aclarado que ‘Fossora’ no es en absoluto un disco de luto y, de hecho, la composición más oscura del largo, ‘Victimhood’, asfixiante en su mezcla de clarinetes disonantes y angulosos y beats de tecno industrial, está dedicada a su divorcio. Y, aun así, no se regodea en la miseria; al contrario, busca salir de ella. «Creía que el mundo me debía amor» es una de las frases que salen de la boca de Björk mientras supera el sentimiento de víctima que le dejó la pérdida de su familia, de su «misión común» con Matthew Barney, tal y como relató en ‘Vulnicura’. En contraposición, la islandesa no puede sonar más enamorada en ‘Freefall’, donde es posible escuchar -ojo- influencias del pop de los años 50; ni tampoco más feliz en ‘Allow’, una fantasía de flautas sacada de las sesiones de ‘Utopia’ donde la noruega Emilie Nicolas hace coros. Está cantada desde el punto de vista de una planta que crece gracias al amor, una imagen que viene a resumir todo el contenido de ‘Fossora’, un trabajo que rinde homenaje a los vínculos familiares y románticos, pasados y presentes, en los que Björk encuentra su fortaleza.