En 1944, el Padre Castillejo escribió ‘Telegrafía rápida, la música eléctrica’, un libro en el que prácticamente se anticipaba a la música electrónica: con la intención de “acercarse a Dios” a través de la música, en sus páginas hablaba del “electrocompositor”, o de la idea de transformar, a través de un cable dispuesto en el fondo del océano, el movimiento de los bancos de peces en sonido… y convertir así la vida (marina) en una melodía. ¿Adivináis de dónde era este sacerdote? Sí, del mismo sitio que la Ruta Destroy, y sí, voy a evitar “bakalao”.
Lo que ha quedado de la Ruta en el inconsciente colectivo es más lo que ésta representaba en su decadencia que en su efervescencia (curiosamente, lo contrario de lo que ocurre con la Movida Madrileña). Sin embargo, en su historia hay un fuerte componente de fraternidad, esperanza y hasta de espiritualidad, dándole a esa anécdota del Padre Castillejo un punto profético que tiene su merecido guiño en ‘La Ruta’, la serie de Borja Soler y Roberto Martín Maiztegui (con dos firmas de lujo en dirección: Belén Funes y Carlos Marqués-Marcet) para Atresplayer Premium. Todas esas discotecas de pueblo presentes en la serie, como aquellas de las que nos hablaban nuestros padres, parecen más sci-fi que algo histórico, porque todo está cada vez más dominado por las ciudades y el empeño, no ya de sacar rédito, sino de que todo lo que no sea sacar el máximo dinero posible es un fracaso.
Pero, frente a esta dinámica de ocio nocturno, lo que se cuenta de esos primeros años -y que recogería gente como Joan M. Oleaque o Luis Costa– es que, por naif que parezca, muchas veces aquello se acercaba más a oasis que a un negocio. Salvando las distancias, algo parecido a lo que está ocurriendo con la resurrección (?) de la escena rave (si no has conocido estas navidades a las vecinas de La Peza, no esperes más). ‘La Ruta’ nos acerca a esto, y lo hace a través de un coming of age a la inversa, rodaje incluido: relata la evolución de una pandilla a lo largo de doce años, empezando en su capítulo piloto por el final en 1993, y acabando en 1981. Tanto por las antipatías que genera el “héroe local” Atresplayer como por la inusual manera de contar esta historia, ‘La Ruta’ requiere de cierta paciencia, pero pronto los temores respecto a ambos aspectos comienzan a calmarse. La serie parte de la conocida decadencia que se ve reflejada en el grupo de amigos, y va viajando en el tiempo hacia el luminoso principio de la Ruta y de ellos.
Hay un buen trabajo de guión (obra de los creadores junto a Clara Botas y Silvia Herreros de Tejada) y del reparto para mantener el complicado equilibrio entre que esto sea realista y que la historia y sus personajes no nos expulsen. Así, nos encariñamos con ellos y con ese grupo pese a que “grupo” sea un eufemismo en el inicio, y pese a que se suponga que está todo contado. El casting combina rostros jóvenes que debutaron en éxitos como Àlex Monner, Claudia Salas, Ricardo Gómez y Elisabet Casanovas con dos pesos pesados como Sonia Almarcha y Luis Bermejo (coprotagonistas de ‘El Buen Patrón‘ y ‘Magical Girl‘, respectivamente) y la gran revelación, Guillem Barbosa, que sale airoso de un personaje con el que fácilmente podría pasarse de rosca.
Crear una pandilla y una amistad (y que el espectador se lo crea) a partir de unos personajes que, según el caso, no se soportan, se resultan indiferentes, o directamente han muerto, es casi misión imposible, y el hecho de que aquí sea posible es uno de los motivos por los que recomendamos ‘La Ruta’, sobre todo por la secuencia en que algo hace “clic” y esto se consigue. Además de la mejor secuencia de la serie, puede ser una de las mejores de la ficción (no solo nacional) de este pasado año. Y lo que la hace tan especial no es solo la coreo o el diseño de producción en sí, sino que tiene algo aún más difícil de lograr: alma. Hay algo en el efecto catártico que puede tener la música en grupo y vivir un temazo con personas a las que quieres, hay algo en esa mezcla de amistad, hedonismo, inocencia y libertad… que hace que entendamos a qué se refería la frase “quiero morir en una discoteca llena de maricas”. O “quiero morir en los váteres de Spook”, como reza la pintada que se ve justo antes, y que al parecer existió.
Precisamente esa escena ocurre mientras suena ‘Nowhere Girl’, y la verdad es que tanto la banda sonora original de la serie (a cargo de Pional, Álex de Lucas, Raúl Santos y La Plata) como su selección musical son otro punto a favor. De Kraftwerk a Chimo Bayo (se llegó a intentar Nina Simone, como cuenta Antonio Rivera en El Confidencial), por ‘La Ruta’ desfilan ejemplos de la etapa noventera como ‘The dream is just in my mind’ de Piropo o ‘Es imposible’ de Megabeat, pero también clásicos algo olvidados como ‘Lady Shave’ de Fad Gadget o ‘Solidarity’ de Angelic Upstarts (imperdible su historia), junto a un megahit como ‘Fade to Grey‘ de Visage, siendo estas dos últimas parte de otros dos momentazos de ‘La Ruta’. El uso que le dio Xavier Dolan en ‘Laurence Anyways’ (¡algún día continuaremos esa serie!) pone el listón muy alto a la hora de meter ‘Fade to Grey’, pero es una digna elección para ejemplificar los discos que “mataba” Carlos Simó.
Y es que, aunque la serie no mantenga sus destellos de genialidad y no logre expresar del todo qué fue la Ruta, sí que hay multitud de guiños a sucesos reales (de “matar un disco” al suicidio de R.a.f.a DJ, pasando por el elefante, el batería de The Stone Roses o el “test de drogas” de Fran Lenaers), y un concienzudo trabajo de documentación sobre discotecas o distintos personajes de la época, como detalla Javier P. Martín en El País.
La pena es que se echa en falta la magia de secuencias como la de ‘Nowhere Girl’ o la de la playa, en general, más presencia de la música de una manera no tan accesoria. Quizás una historia como ésta pedía más momentos como esos, y menos de piruetas formales, de una seriedad que muchas veces resulta impostada y que parece querer “acercarla al cine” (really?), o de misterios y giros aprovechando la estructura que no terminan de cuajar. En cualquier caso, ‘La Ruta’ no deja de ser una serie recomendable, en la que se pueden ver bastantes paralelismos con la generación actual, y en la que hay un acercamiento al amor por la fiesta, especialmente en tiempos de incertidumbre. Ya lo dice Toni, el personaje de Claudia Salas, en un momento clave: “hay que vivir la vida”.