Depeche Mode dan en Primavera Sound un show pletórico y emocionante

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Depeche Mode dan en Primavera Sound un show pletórico y emocionante

El viernes en Primavera Sound 2023 a Skrillex se le incendió un foco (lo de «fire, fire» iba en serio, no era jerga dubstep), y tanto Depeche Mode como Christine and the Queens dieron los mejores conciertos de la jornada, con perdón de Sparks. Kendrick Lamar, uno de los platos fuertes, no terminó de crecerse como esperábamos, y asistimos a la reunión de The Moldy Peaches después de 20 años.

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El concierto de Beth Orton en el Auditori es toda una exquisitez. Ella está tras el teclado, le acompaña una banda jazzística, en la que manda el clarinete. Hacen una introducción larga, atmosférica, casi lluviosa de ‘Weather Alive’, que enlaza con ‘Friday Night’ de manera orgánica. La voz de Beth es trémula y poderosa a la vez, suena todo tan bonito que sobrecoge. En ‘Lonely’ se desborda sin abandonar las premisas más jazz. Nos dice que hace mucho que no viene a Barcelona, y que nos va a cantar dos canciones antiguas. Se levanta y coge la guitarra para entonar ‘Someone’s Daughter’ y ‘She Cries Your Name’, de ‘Trailer Park’. Declama como si la vida le fuera en ello y dibuja unas filigranas preciosas a la guitarra. La lástima es que la tengo que abandonar porque quiero llegar a tiempo a uno de mis conciertos más esperados: The Delgados. Mireia Pería

Emma Polock bromea con que la última vez que The Delgados vinieron a Barcelona fue hace ya 20 años. Creo que delante del escenario Cupra estamos exactamente los mismos que los vimos en el Razzmatazz en 2003. Alun Woodward va con una camiseta de ¡Marco Pantani! Y Emma con un vestido azul. Ninguno se quita las gafas de sol en todo el concierto. No pueden molar más. Y no parece que hayan pasado veinte años, porque sus canciones suenan tan tersas y magníficas como siempre. Además, para la ocasión han traído cuerdas y hasta una flauta travesera. Abre Alun con ‘No Danger’ y oh, es como volver a casa. Emma se queja divertida de que no le funciona el monitor “fingers crossed”, espeta. Pero no se nota cuando canta otro gran clásico de ‘The Great Eastern’, ‘Accused of Stealing’.

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Después de un arranque tan bueno, todo se torna un tanto lánguido… Hasta que llega su gran clásico, ‘Coming From the Cold’, con esa melodía mágica, ese estribillo embrujado y todo es hechizo otra vez. Y para acabar de liquidarnos, ‘The Light Before We Land’, qué bien las canta Emma y qué bien quedan las cuerdas. Y claro, del ‘Hate’ tenía que caer otro de sus clásicos: ‘All You Need Is Hate’, su villancico envenenado cantado. Oh, cómo echaba de menos toda esa mala leche escocesa disfrazada bajo una capa de azúcar. Y ahora, por favor, que no tarden otros 20 años en volver. Mireia Pería

El Auditori del Parc del Fòrum anida algunos de los conciertos más interesantes de cada edición de Primavera Sound. Vuelve a ser un privilegio asistir a un set de Julia Holter, autora de uno de los mejores discos de la década pasada, ‘Have You in My Wilderness’, y también del fascinante e inabarcable ‘Aviary’, uno de esos discos que seguir descubriendo con los años.

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Acompañada de su banda, e instalada detrás de su teclado, Holter presenta un repertorio de temas nuevos y viejos. “Wilderness” es el más mimado de todos sus discos publicados. En los temas nuevos, como ‘Sun Girl’ o ‘Evening Mood’, se aprecian influencias del jazz o experimentales, reluce el clavecín de ‘Sea Calls Me Home’, ella sigue cantando como los ángeles y el final con ‘I Shall Love 2’ es todo lo mágico que cabe esperar. Jordi Bardají

Sparks se pasan el juego

Christian Bertrand

Lo suyo es un abuso, directamente. Derroche de energía, de hits, de todo. Todos los que estamos en las primeras filas además somos fans fatales, multitud de veinteañeros incluidos. Es increíble la voz y el carisma que exuda Russell Mael, enfundado en un traje de satén negro y rojo subido, mientras Ron en su sitio, tras el piano. Abren con ‘May We Start?’ de Annette, por supuesto, perfecto arranque y presentación. Cae ‘The Girl Is Crying in Her Latte’ seguida de una de mis favoritas, ‘Angst in My Pants’. ‘Nothing Is as Good as They Say’ es recibida ya como un clásico. Pero para clásico una loquísima y pletórica ‘Balls’, que nos hace sudar la gota gorda. Russell baila, salta, y logra que hasta canciones tan esquinadas como ‘The Shopping Mall of Love’ suenen a hits redondos. Además, es uno de los escasos momentos en que Ron se levanta para recitar su parte. Russell dice «love», Ron replica «yeah», y cada «yeah» es acompañado con nuestras palmas. A partir de aquí el acabose: éxitos por un tubo, sparkcidad a máxima potencia: ‘We go Dancing’, ‘Bon Voyage’, momentos de puro baile como ‘Music that You Can Dance to’ o la increíble ‘When Do I Get to Sing ‘My Way’’. Aquí diría que me he dejado la garganta… o quizás en ‘The Number One Song in Heaven’ (y en ese momento, en nuestros corazones), en el que Ron vuelve a salir a bailar. Para ‘This Town Ain’t Big Enough for Both of Us’ ya estamos rendidos, botando, dichosos. Mucha gente se ha ido a coger sitio para Depeche Mode. Craso error. Se han perdido a los vencedores de la jornada. El de Sparks es de esos conciertos que justifica seguir en este mundo. No puedo acabar más exhausta. Ni más feliz. Mireia Pería

El regreso de The Moldy Peaches

Entre los primeros conciertos de la jornada que son un “must” en cualquier ruta se encuentra el de Moldy Peaches. El grupo de “antifolk” se ha reunido después de 20 años y su concierto en Primavera Sound es uno de los primeros que ofrece en 2023. De repente, el Primavera Sound vuelve a su época inicial con un show de puro indie-pop al que vale pena acercarse solo para recordar cuán pioneros han sido Moldy Peaches en eso de hacer indie desde casa, antes de que conociéramos esa cosa llamada “bedroom pop”.

La entrada de los integrantes de Moldy Peaches al escenario es brutal, pues aparecen disfrazados, uno de zebra, otro de domador de circo, otro enfundado en el pijama de Peter Pan. Adam Green, eterno adolescente, ni siquiera va disfrazado: va de él mismo. Kimya Dawson, la última en aparecer, irrumpe en el escenario como un cohete desde su silla de ruedas (por sus problemas de salud) con la cara completamente pintada de rojo y blanco, una capa dorada y una gorra de champiñón que asemeja la de Toad de Mario Bros.

Con todos los miembro de Moldy Peaches fijados en posición, el grupo va desgranando las canciones de su repertorio, tan simpáticas y sencillas, abriendo con la mítica ‘Lucky Number Nine’; y, de vez en cuando, interactúa con el público. Kimya habla con un fan neoyorquino, Adam recuerda los tiempos en que escribía canciones en su habitación, con 15 años. Al grupo le sorprende lo abarrotada que está la pista y no cabe duda que muchos de los presentes se han acercado a su concierto para no perderse ‘Anyone Else But You’ en vivo. Jordi Bardají

Depeche Mode, pletórico cabeza de cartel

Eric Pàmies

Sospecho que en el resto de escenarios va a haber sitio de sobra, porque absolutamente todo el mundo está aquí, delante del escenario Santander, para ver a Depeche Mode. Creo que en todas las ediciones que llevo de Primavera jamás había visto la explanada de Mordor tan atestada de público. Tanto que, por un momento, entro en pánico cuando arranca ‘My Cosmos Is Mine’: no logro ver el escenario y no van las pantallas.

Afortunadamente, el escenario Santander está situado en el fondo de una pendiente, logro una buena atalaya y las pantallas empiezan a funcionar, lanzando unas imágenes muy videocliperas (la realización es a ratos un tanto mareante). Tengo visión lateral: no voy a poder degustar bien los audiovisuales del grupo. Pero a cambio tengo una una perspectiva perfecta de lo que me interesa: Dave Gahan, el mejor frontman del universo (con permiso, esta noche, de Russell Mael). Qué voz, qué poses, qué sexy, qué todo. A su lado, Martin Gore situado bien adelante, ejerciendo de guitarrista. Es raro verlos ahora como solo dúo, aunque van acompañados de sus fieles Peter Gordeno a los teclados y Christian Eigner a la batería. El sonido es muy bueno. Incluso ensordecedor, lo que es perfecto para tapar conversaciones ajenas y concentrarse solo en la música. Tras ‘Wagging Tongue’, Depeche Mode hacen algo parecido a Sparks: unas poquitas del disco nuevo primero, hits por un tubo después. Pero muy bien escogidos, además, porque se van más allá de la sota, caballo y rey, centrándose algo más en los últimos 25 años que en la época de los 80.

Porque la traca se inicia con ‘Walking in My Shoes’. Dave ha tardado poco en despojarse de la chaqueta, ya se pone al borde del escenario chuleando y nos hace cantar el estribillo. ‘It’s No Good’ suena muy bien y la cámara no pierde comba para mostrarnos los giros y contoneos del culo de Dave. Pero mejor todavía es ‘In Your Room’, que abre tranquila para convertirse en una orgía de ruido intensa, con Martin ejerciendo de guitar hero. ‘Everything Counts’ es el primer éxito ultracoreado. Para Depeche Mode la organización ha colocado una pasarela por la que, claro, Dave pasea y se pavonea para alegría de las primeras filas.

Después de ‘Precious’, Gahan se evapora del escenario. Porque es el momento en que Martin canta la maravillosa ‘Home’, que suena todo lo hermosa y majestuosa que es. Martin también se deja querer y se queda un rato en la pasarela, recibiendo un baño de masas. Nos jalea y todos acabamos haciendo “lololo” con la melodía final durante un buen rato… hasta que Dave regresa para reclamar lo que es suyo. Y ‘Ghosts Again’, su momento más New Order, ya tiene aroma de clásico y es recibido como tal. Increíble es la respuesta del público a los primeros versos de ‘I Feel You’, o la versión rock y acelerada de ‘A Pain that I’m Used to’. Dave menea su trasero con profusión, para regocijo del respetable. Recuperan una particular favorita mía, ‘World in My Eyes’, con recuerdo al llorado Andy Fletcher: su rostro en pulcro blanco y negro, en la época de ‘101’, reina en la pantalla.

A partir de aquí, sube aún más la intensidad. ‘Stripped’ es avasalladora, tras un arranque atmosférico. Y hay una magnífica recuperación en forma de ‘John the Revelator’, una de las mejores canciones de ‘Playing the Angel’. Dave se planta en mitad de la pasarela y llega la apoteosis: ‘Enjoy the Silence’. Ahí el estribillo es cantado a cuello por todos los presentes, logramos traspasar hasta el atronador sonido para que llegue nuestra voz. Martin y Dave se ponen un poco locos, incluso bailan un zapateado improvisado (??) y convierten el final en una especie de jam improvisada.

Se despiden y se van, pero sabemos que no. Ahora tocan los bises, empezando con la inevitable ‘Just Can’t Get Enough’. Por un momento, sufro con que sea la última, porque la alargan, meten eos y parece que no van a acabar nunca. Afortunadamente, viene ‘Never Let Me Down Again’ a mi rescate con la fuerza de un tsunami. Es espectacular mirar a todo lo que da el público y ver toda una marea de brazos agitándose. ‘Personal Jesus’ es el cierre final. A Dave y Martin les cuesta irse del escenario. Se despiden largo rato. Nosotros tampoco les «hubiéramos dejado ir«. Siguen pletóricos y emocionantes. Mireia Pería

El agridulce show de Kendrick Lamar

Sharon López

Haber visto todo el concierto de Depeche Mode en una pendiente no ha sido muy bueno ni para pies ni espalda. Además, cometo un error de novata tratando de buscar sitio para Kendrick Lamar. El inicio del show me pilla atravesando la muchedumbre tratando de alcanzar el lateral. Una marea de gente me rodea y dificulta el paso. Kendrick está abriendo con la intro de ‘The Heart 5’ para engancharla con ‘N95’. Sufro porque no logro ver nada, porque no puedo salir. Cuando al fin emerjo, me doy cuenta de que el show de Kendrick no era el que esperaba, el que presentó el año pasado. Delante de una tela que representa un cuadro costumbrista pintado a lo Gauguin, Kendrick va desgranando su verbo tenso y pulcro, casi tapado (chándal enorme, gafotas, gorra con visera lateral): ni rastro de la corona de espinas. No hay músicos visibles en el escenario, aparte de un técnico a los platos. Lo que sí hay es un cuerpo de baile que va apareciendo y desapareciendo. El público es muy joven, a diferencia del de Depeche Mode, y principalmente extranjero.

El show de esta noche no está basado en su disco ‘Mr. Morale & The Big Steppers’, sino que es un compendio de su carrera. Y resulta un concierto un tanto agridulce: el sonido es buenísimo, Kendrick pasea su peculiar carisma, algo frágil y tierno a pesar de toda la dureza que expresa su música, su fraseo es magnífico. Pero también el concierto es arrítmico. Muchas canciones no suenan enteras. Hay parones que se alargan demasiado entre canción y canción. Y has de estar bien situado para apreciar el ejercicio de coreografía en toda su magnitud (las pantallas verticales tampoco ayudan).

Las canciones son fantásticas, por eso. Y algunos momentos, también. ‘King Kunta’ es coreada masivamente, aunque acabe de manera abrupta. Hay momentos álgidos que acaban demasiado pronto: de ‘Swimming Pools’ apenas cae una estrofa, ‘Loyalty’ también aparece fragmentada… Pero a cambio ‘DNA’, con sus flashes de luces bañando a flashes a Kendrick solo, y su apocalipsis sonoro, con todo el público cantando, es maravilloso. En ‘Rich Spirit’ es fantástico verle jugar con los silencios. En ‘Humble’ es increíble la sinergia que se monta cuando sale el cuerpo de baile, totalmente masculino, con mandiles y gafas oscuras, actuando como autómatas, aquí el show está yendo a más. ‘Count on Me’ suena a pequeño bálsamo. En ‘Money Trees’, con el cuerpo de baile despliega todo el poderío. Pena de parones, que hace que no acabe de fluir. Pero luego aparece Kendrick solo para acabar ‘Bitch don’t Kill My Baby’. ‘Die Hard’ suena particularmente alegre, pero estamos ya hacia el final del show y cada parón largo suena a ¿se ha acabado el espectáculo? No, porque el cuerpo de baile vuelve en ‘Alright’, otro momento álgido. Aparece Baby Keem para cantar ‘Family Ties’. El final real es ‘Savior’. “Bitch, are you happy for me?”, repite Kendrick. Por ti sí, pero no por mí. Porque creo que no he sido capaz de captar del todo la grandeza del show de Kendrick. Mireia Pería

El drama de Christine and the Queens


Ni haber asistido durante años a mil festivales puede preparar a nadie para el show que ofrece Christine and the Queens. Si lo de Perfume es suis generis, esto también. Christine desarrolla un espectáculo teatral, guionizado, en el que interpreta un alma perdida; un espectáculo en el que el mismo público asume un papel, el de ángeles en la tierra, asignado por el propio artista a su audiencia, desde la tarima.

El contexto es esencial: Christine está presentando dos discos conectados el uno con el otro, ‘Redcar les adorables étoiles’ y ‘Paranoia, Angels, True Love’, introducción y desarrollo de una historia inspirada en la obra de teatro ‘Angels in America’ de Tony Kushner, que narra la historia de un grupo de personas enfermas de sida que reciben la visita de ángeles desde el cielo. Christine utiliza el concepto de ‘Angels in America’ para contar su propia historia de transformación (de mujer a hombre) y, de hecho, emerge en el escenario enfundado en una enorme falda blanca, que después se quita, como mudando de piel.

El show obliga a levantar la cuarta pared desde el segundo cero, como si estuviéramos en una obra de teatro. Entre las canciones, que se van sucediendo con un sonido excelente, Redcar (así se llama el personaje de esta historia) interpreta dramáticos monólogos, completamente entregado al personaje, en los que habla sobre estar sumido en la soledad, “atrapado en un cuerpo” a la vez que busca la aceptación de esos ángeles que le observan en la distancia. Como un caballero sin armadura, Redcar encuentra consuelo en la magia de la música: se repite durante el concierto, a modo de leitmotiv, que la “música me lleva a ese lugar”.

Al show de Redcar le habría beneficiado, como él mismo reconocerá, una puesta en escena más elaborada, pues es el público el que debe ponerle imaginación a muchas de las escenas ideadas por el francés. Sin embargo, Christine and the Queens (o King Christine, entre sus muchos alias) se basta y se sobra a él solo en muchas ocasiones, y por ejemplo es emocionante verle dedicar la última canción, ‘To be honest’, a la luna, a la que lanza un beso desde el escenario.

Suena intenso y lo es: el show de Christine es extremadamente dramático de principio a fin, y las canciones acompañan. ‘Saint Claude’ es uno de los clásicos recuperados, pero son las nuevas las que cuentan esta historia de manera más convincente. ‘Ma bien aimée bye bye’ es un inicio inmejorable y Redcar no puede estar en mejor forma vocal. El desahogo industrial de ‘Let Me Touch You Once’, que se estrena en vivo, otro de los momentos álgidos y, la épica guitarrera de ‘Track 10’, el Everest del show.

Da curiosidad escuchar a Madonna recitar sus interludios, pues mucha gente desconoce que es suya la voz que se oye hablar durante el concierto. Pero es Redcar quien roba toda la atención con sus bailes salvajes y sus expresiones de pura pasión, una pasión completamente fuera de época y que corre el riesgo de ser infravalorada e incomprendida. Jordi Bardají

Es un shock pasar de Christine a Kyary Pamyu Pamyu, que ofrece en el Dice su típico show ultracuqui y multicolor. Acompañada de sus dos bailarinas, vestidas como de payaso, Kiriko Takemura aparece en el escenario enfundada en un vestido de estilo barroco pero de color rosa pastel, en contraste con las contundentes bases de sus canciones, que ya eran hyperpop antes del hyperpop.

El concierto de Kyary Pamyu Pamyu es una locura kawaii de coreografías infantiles, brazos en el cielo y pop en esteroides. El público cumple las órdenes de Kyary de desfilar hacia la izquierda, luego hacia la derecha, o de ondear los brazos de un lado a otro, al compás de la música. Kyary, maestra de ceremonias, alterna el “gracias” con el “arigato” y ejecuta sus coreografías con precisión. Aunque en eso destacan más sus bailarinas, que no se detienen en ningún momento,

La música hay que verla para creerla. Del “Pom Pom Pom” y el “Candy Candy Candy” pasamos a un drop de brostep tipo Skrillex durísimo que el productor, Yasukata Nakata de Capsule, ha calzado sin venir a cuento, y que añade más surrealismo a la locura generalizada, tanto como el beat EDM a lo Avicii que emerge después en otra de las canciones. Kyary anuncia que la siguiente canción será la “última”, nos hace saltar “por última vez” y el show termina dejando muy poco tiempo de asimilar lo que acaba de suceder. Jordi Bardají

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