Música

The Rolling Stones / Hackney Diamonds

La llegada de un nuevo disco de los Rolling Stones en este tramo final de su carrera siempre va a ser juzgada desde las expectativas. Si son muy bajas, la recepción será seguramente entusiasta a nada que haya un par de chispazos de calidad. Por otro lado, si se espera algo comparable a lo mejor de su excelente legado, la decepción está asegurada. Así, muchas de las reacciones y reseñas de los pasados días orbitan alrededor de estos dos polos.

En mi caso, lo que más me ha decepcionado de ‘Hackney Diamonds’ no es tanto el irregular nivel de composición de las canciones (algo esperable de un grupo que no ha sido capaz de hacer un disco nuevo en 18 años), sino aspectos problemáticos de su envoltorio sonoro. Tras la desagradable sensación al oír el tratamiento vocal en el muy digno single de adelanto ‘Angry’, el nuevo álbum al completo confirma el mal augurio: no se trataba de un capricho aislado, sino que ese detalle de producción se extiende por la buena parte del disco cual hongo cordyceps. Y no se trata sólo del poco disimulado corrector de afinación -que con unos ajustes más discretos ni se habría notado- sino de un ultratratamiento de la voz de Jagger a base de una fea distorsión que aplasta la voz hasta convertirla en una papilla sonora realmente irritante.

Nada en contra de los efectos en la voz de Mick: ha ocurrido a menudo en la discografía de los Rolling Stones, casi siempre con afán de experimentación. Pero en este caso la idea de Andrew Watt (productor de recientes discos de Dua Lipa, Iggy Pop o Pearl Jam) es dotarla de más agresividad, o quizá se trate de un intento de emular las voces saturadas de los Strokes. Sea como fuere, lo cierto es que ese tratamiento estropea buena parte de la experiencia ‘Hackney Diamonds’, convirtiendo muchas de las pistas vocales en extrañamente artificiales. Basta con comparar la voz de algunas de ellas (‘Get Close’, ‘Depending on You’) con, por ejemplo, ‘Driving Me Too Hard’ (donde el tratamiento de la voz es más natural), para comprobar lo desnaturalizado del resultado final. En las canciones donde ocurre es muy perceptible especialmente en las secciones con pocos instrumentos, como este momento de ‘Whole Wide World’, donde el Jagger real podría casi pasar por uno generado por IA.

El problema se agrava cuando los coros y armonías vocales caen presa también de ese tratamiento sobremasajeado, hiperprocesado con plug-ins digitales, que produce estribillos en los que todas las voces en combinación se aplastan en una sobreestilización con cierto brillo barato de bisutería. Elección estético-musical muy respetable sin duda, pero lo último que necesitan los Rolling Stones es acabar sonando como Aerosmith o Bon Jovi. Que es lo que acaba ocurriendo en casi la mitad del disco, especialmente combinado con una producción que a ratos coquetea con los excesos de las “guerras del volumen”.

Por otro lado, es justo decir que ‘Hackney Diamonds’ también tiene cualidades, y obviando (quien pueda) la producción vocal intermitentemente desagradable, supone una colección razonablemente aceptable de canciones de Stones de período tardío. Por ejemplo, hay unos cuantos “rockers” bastante dignos: ‘Angry’ no deja de ser pegadiza a pesar de esos giros hard-rockeros 90s que Watt imprime con su producción. La guitarras en estéreo de Keith y Ron se distinguen bien, suenan excitantes, con mención especial a una letra que normaliza que alguien que es bisabuelo desde hace diez años reivindique su vida sexual.

‘Bite My Head Off’ también funciona, con su sorprendente descarga de rabia en la que Paul McCartney cobra especial protagonismo haciendo un increíble bajo con fuzz que recuerda al ‘Birthday’ de los Beatles pero en clave punk rock. Resulta una agradable sorpresa que una colaboración no se quede en simple formalidad y realmente imprima carácter a la canción. Mientras, Jagger canta entre la diversión y la rabia versos como “si fuera un perro, me patearías… pero no llevo correa”, y un cómico “You think I’m your bitch / I’m fuckin’ with your brain” que suena convincentemente provocativo. Claramente la presencia de un invitado (como veremos más tarde) consigue sacar lo mejor de Mick.

‘Driving Me Too Hard’ es la joya de la parte más rockera del disco: suena en un momento, cerca del final de la cara B, donde desaparece por fin el molesto condón vocal, a tiempo para que el grupo borde una canción en la que cada parte está en su sitio y las musas de Jagger/Richards les regalan por fin una excelente melodía. Preciosos tonos de guitarra, y slides para redondear una canción que sí podría pasar tranquilamente a la parte interesante de su legado. Quizá la única del disco, pero hey, son 60 años de carrera. Es en raros momentos como ese en los que se percibe que funcionan los trucos de producción de Watt, como dotar al disco de mucho “low end” (banda de graves) para actualizar su sonido.

En cuanto al apartado de cortes aburridos hay espacio para unas cuantas canciones también: ‘Get Close’ falla a sus prometedores estrofas con un estribillo totalmente plano, además de la opresiva producción. En ‘Whole Wide World’ el ultraprocesado sónico se vuelve por momentos insoportable con unas melodías bastante mediocres, incapaces de levantar ese riff resultón. Son pasajes del disco en los que se evidencia que los Stones necesitan grasa, suciedad e imperfección, caos y desorden, y no una hiperestilización con extra de esteroides.

Tampoco entusiasma ‘Live by the Sword’, que contiene el bonito detalle de reunir (en diferido) a Charlie Watts y los chicos con Bill Wyman (una idea que hay que agradecer a Andrew Watt) pero no ofrece mucho más que un atractivo groove rocanrolero que incluye a un Elton John haciendo un piano por desgracia casi inaudible. Cosas como esa, o el hecho de que el exagerado filtro de eses (de-esser) haga que por momentos parezca que Jagger cecea, son detalles que te sacan fácilmente de la canción.

En el apartado de los tiempos medios, hay cosas dignas: ‘Depending on You’ ofrece otra buena melodía, en melancólica coherencia con una letra de fracaso sentimental que Jagger consigue alejar del piloto automático: “Las marcas de tus dedos en la oscuridad / Tu pasado y presente se enredan en mis brazos / Nuestros secretos, sellados en nuestras cicatrices / Compartiendo un pitillo en los escalones de un bar / Estaba convencido de que tenía tu corazón en mis manos”. También es correcta ‘Mess it Up’, la otra canción recuperada de anteriores sesiones con Charlie Watts, con su saltarín estribillo de toque disco y estrofas de inconfundiblemente Stones, impulsadas por jubilosos acordes de guitarra, y un buen post-estribillo con ribetes de funk.

Por supuesto no habría disco de los Stones sin una balada o medio tiempo cantado por Keith Richards, y ‘Tell Me Straight’ tiene un interesante tono aciago, en melodía y letra: “Todo el mundo tiene preguntas, y yo tengo una o dos / ¿Está todo mi futuro en el pasado? / Sólo necesito un poco de tiempo para aclarar mis pensamientos / Y averiguar si es cierto”. Nunca habíamos oído a Richards con un deje tan existencialista, que aporta aquí otro de los buenos momentos líricos del álbum.

Además es una canción que enlaza ‘Driving Me Too Fast’ con los dos cortes de cierre, formando una sólida recta final de cuatro canciones que salvan en cierto modo el disco. Porque tras ella llega ‘Sweet Sounds of Heaven’, otra pieza moldeada a semejanza de viejos clásicos del grupo en clave de himno (‘You Can’t Always Get What You Want’, por ejemplo, con cuya melodía comparte algunas similitudes), aunque aquí con un carácter gospeliano más marcado, y guitarras arpegiadas muy soul sureño (al estilo de aquella vieja ‘I Got the Blues’ de ‘Sticky Fingers’).

En ella, la presencia de Stevie Wonder y sobre todo Lady Gaga dan una inusitada vida a la interpretación, hecha en directo, casi medio improvisada, incluyendo esa coda final en la que todo el grupo brilla majestuosamente. Gaga no es Merry Clayton (ella la mencionó, no nosotros), pero consigue el milagro de que Mick produzca su mejor interpretación vocal del disco: solemne, emocional, divertida en esos intercambios finales. Y por supuesto (sí, voy a volver a decirlo) sin absurdos filtros. Lamentablemente hay que esperar al final de cada cara del disco para oír la estupenda voz sin aditivos de Jagger.

Porque además de ‘Sweet Sounds of Heaven’ las dos caras se cierran con sendas piezas acústicas de excelente calidad: ‘Dreamy Skies’, preciosa, recuerda completamente al Dylan más reciente, con esa exquisita y rugosa voz de country blues. Ron y Keith otra vez magistrales, el uno con dobro y el otro trazando sus riffs perfectamente imperfectos, que hacen pensar lo poco que se le nota la artritis (frase que puede parecer una broma pero no lo es). Se completa con una letra en favor de un bucolismo frente a lo moderno (“Voy a tomarme un respiro de todo / Donde no haya un alma a cien millas a la redonda / Cortaré leña, y una vieja radio AM es todo lo que tendré / Sólo suenan canciones de Hank Williams y algo de honky-tonk malo”). Un bonito alegato poético anti-tecnología que ya podría haber incluido los plug-ins digitales de Andrew Watt.

El final de la cara B cobra especial sentido simbólico: es una versión de la canción que les dio nombre hace seis décadas, el ‘Rolling Stone Blues’ de Muddy Waters. Cantada magníficamente por Mick y tocada con brutal belleza por Keith con una vieja guitarra Martin de los años 30, un flashazo de talento anciano verdaderamente insuperable. Si la discografía de los Rolling Stones acabase finalmente de esta manera resultaría un muy poético cierre de un ciclo musical que abarca la friolera de 60 años.

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Publicado por
Jaime Cristóbal