Sónar 2024 ha cerrado sumando 154.000 asistentes entre las tres jornadas. En 2025 Sónar vuelve los días 12, 13 y 14 de junio.
La locura de Mainline Magic Orchestra en Village dio paso a la experimentación de Loraines James en el Hall, el sábado en Sónar de Día. Loraine dividió su set en dos partes. En la primera de dedicó a deslizar ritmos de corte glitch, porque ella es la ‘Glitch Bitch’. En la segunda entró en acción su batería y el sonido adoptó una forma más improvisada y jazz, aunque se terminó mezclando con los beats estilo raster-noton (aunque más amables y redondeados, no tan cortantes) de la primera parte.
Una de las curiosidades de la jornada la protagonizó horsegiirL, DJ que esconde su identidad bajo una máscara de caballo. Es decir, sobre el escenario de Village vemos un caballo antropomorfo tocando botones. La música que sale de su set es pastillera y fluorescente, puro happy hardcore del que no se escucha tanto en el festival.
También en Village Tommy Cash no sabe trasladar al directo la locura de sus videoclips. Estos ni siquiera se proyectan en las pantallas, cuando habrían dado bastante juego. A Tommy se le ve necesitado del calor del público y rara vez hace contacto visual con él, pues la mayor parte del tiempo rapea mirando al horizonte. Sus extraños bailes asemejan los de una persona que ha crecido aislada de la sociedad. Será que bajo el personaje se esconde un chico más bien reservado, pero tampoco sobre el escenario florece ese fascinante personaje que ha conquistado a estrellas como Charli XCX.
Es mágico el directo de Laurel Halo en el Complex. Halo, a la que conocimos en su faceta electrónica, ha publicado recientemente un disco centrado en el sonido del piano, ‘Atlas’. En Sónar lo presenta sentada frente a un piano de cola y acompañada de Leila Bordreuil al contrabajo. Las notas de piano suenan borrosas y difuminadas y, como mecidas lentamente por el viento, evocan la imagen de un claro de luna. Halo y Bordreuil tocan juntas, pero más bien parecen retarse la una a la otra: mientras de los dedos de Halo emergen bellísimas notas, el contrabajo responde emitiendo sonidos desafinados e inquietantes, desviando siempre la música del puro clasicismo.
Kalkbrenner y de Witte reinan
Siempre es tentador buscar ese “gran cabeza de cartel” que “ha ganado” un festival. No es posible “ganar” un festival, pues un festival no es una competición, pero siempre hay un concierto que hace que recuerdes la experiencia más que ningún otro. Air evidentemente se llevaba la palma del factor nostalgia tocando entero un disco mítico. Pero su concierto, tan relajado y templado, no dio la sensación de hacer historia. En cambio, a Paul Kalkbrenner le bastó asomar la cabeza desde su mesa de mezclas en la jornada del sábado en Sónar de Noche para que el público le recibiera como si fuera un Dios llegado la Tierra. La gente gritaba eufórica mientras Kalkbrenner no había tocado una nota.
El set de Kalkbrenner fue probablemente el más abarrotado de todo Sónar y también probablemente el que más gustó de manera colectiva. El SónarClub estaba lleno y para encontrar un mínimo de espacio había que desplazarse hasta el fondo de todo.
La razón no es ningún misterio: Kalkbrenner ofrece un set de tecno-house que va al grano y es clásico en forma y fondo. Exactamente lo que el público necesita en este momento. Los temas hipnotizan, pero sobre todo mantienen un ritmo trepidante de principio a fin. Mientras, las pantallas proyectan primeros planos de la cara de Kalkbrenner o de su mesa de mezclas, en blanco y negro. Kalkbrenner hace muecas al ritmo de la música, fuma, bebe, se hace el rudo, el muy alemán. Pero cuando sonríe, un gatito nace.
El set de Kalkbrenner es clásico a la par que austero. Él no ofrece un show audiovisual y está bien, pero quien haya asistido a muchos Sónars -y a otros festivales- dudo que el uso de rayos láser en el show le asombre de ninguna manera. Aunque se agradece su presencia dado que en las pantallas mucha cosa no sucede. Cuando parece que Kalkbrenner se ha ido, vuelve al escenario a pinchar el hit que todo el mundo está esperando, y con ‘Sky and Sand’ nos lleva al “cielo”.
Después del subidón de Kalkbrenner, el concierto de Vince Staples es un poco bajona. Su música tiene calidad, pero Staples actúa solo, sin decoración de ningún tipo y apoyando su voz únicamente sobre bases pregrabadas. Parece que ha venido a cumplir. Staples no se deja engullir por el escenario, pero tampoco es un espectáculo en sí mismo. Suenan temas de su último disco, recién publicado, aunque Staples repasa también material de discos anteriores. El público de las primeras filas le recibe con entusiasmo, pero reinan sobre todo curiosos y tengo serias dudas de que de allí salieran nuevos fans.
Una propuesta diferente la protagonizó LaFrancesssa en el SónarCar apostando por una mezcla de hyperpop, baile club y estética coquette en la que cupo un remix de ‘All the Lovers’ de Kylie Minogue. A continuación, el tecnazo de Charlotte de Witte llevó al público al más hondo infierno en el mejor de los sentidos. El escenario, compuesto por seis pantallas verticales colocadas en fila, era espectacular, y la música que salía de su cabina confirmaba que el Sónar había llegado al punto oscuro de la jornada, al ombligo de la noche. El umbral hacia la otra dimensión, estaba cruzado. El show de Witte, ‘Overdrive’, tiraba de ese tecno seco y duro que suena mejor cuando más amenazante y desquiciado. Puro peligro sonoro que llevó al público a vivir una noche de Berghain en Barcelona.
Generó debate y dudas el set de Floating Points. Personalmente, era mi concierto más esperado de la jornada, pero, en un momento en que el público buscaba acción, Sam Shepherd ofreció crescendos interminables, excursiones cósmicas y poco bombo. Hubo baile, sí, pero repartido y escaso a lo largo de un set en que Floating Points parecía dispuesto a llevar la contraria, a demostrar que su propuesta es otra cosa, aún a riesgo de frustrar al presente. El sonido por supuesto era fabuloso y nítido, un tecno bonito, pero los momentos de tensión y relajación estaban desequilibrados y los segmentos ambientales se alargaban sobremanera. Tanto se «torció» el set que hay quien pensaba que el resultado se debía a problemas técnicos, que Floating Points se estaba marcando un Grimes en Coachella. Voluntario o no, el impredecible show de Floating Points no convenció de manera unánime.
El Sónar se reserva la gran locura de la noche para el (casi) final con la performance en SónarCar de BLEX, el colectivo formado por Filip Custic, Virgen María, Naive Supreme y Hundred Tauro. En acción entra primero Virgen María, que pincha sentada en el suelo y, durante un rato, permanece en la misma posición prácticamente inmóvil. La música se ciñe al hardcore más extremo imaginable, aunque se concede caprichos pop de vez en cuando.
Pronto, en el escenario van pasando más cosas. Aparecen Filip Custic, Naive Supreme y Hundred Tauro a las tablas y, mientras la tralla hardcore no da tregua, todos ellos van haciendo sus cosas, a su bola. Poco a poco la performance va tomando forma. Delante de una cortina negra, los integrantes de BLEX -vestidos con mallas nude, dando la apariencia de estar desnudos- se van posicionando apoyándose en barras -y en personas camufladas de negro- hasta construir una escultura humana creada a partir de sus propios cuerpos, entrelazándose los unos con los otros. La estampa es surrealista, como ver una escena de ‘La montaña sagrada’ en directo. Al final, cada uno de ellos abandona el escenario poco a poco, concluyendo el ritual.