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The Raveonettes Sing…

Cuando se describe la música de los Raveonettes el énfasis suele ponerse en su sonido. Es algo entendible, porque es lo primero que te impacta y lo que los hace casi instantáneamente reconocibles cuando suenan. Así, se suele hablar de guitarras evocadoras, fantasmales, se alude al shoegaze y abundan las comparaciones con The Jesus & Mary Chain. Por contra, aunque también siempre se mencionan sus tendencias retro, suele ser como si su fetichismo por la música de los 60 fuese una especie de accesorio para dotarles de un extra de “coolness”. Sin embargo, la importancia del rock and roll de los 50 y el pop de los 60 en su identidad musical es mucho más profunda que todo eso, y está en el corazón mismo del dúo que forman Sune Rose Wagner y Sharin Foo. Por lo pronto en sus primeras andanzas a primeros de los dos mil el grupo tocaba básicamente versiones de aquellas décadas, lo que les hizo adoptar esa armonía vocal chico-chica tan característica suya —salida directamente de los Everly Brothers— o experimentar con estructuras de tres estrictos acordes en su EP de debut, aprendidas ventajosamente en la escuela de Buddy Holly.

Asimismo, su obra maestra canónica (‘Pretty In Black’, 2005) incorporaba colaboraciones que también daban muchas pistas al respecto: colaboraciones con leyendas como Ronnie Spector, Maureen Tucker de la Velvet Underground o Martin Rev de Suicide. Como colofón, a lo largo de los años un goteo de versiones repartidas en álbumes, caras B y discos de homenaje (de los Doors, de las Angels, Eddie Cochran o incluso de los Stone Roses) nos habían mostrado ya efímeramente a los Raveonettes guiñando a sus referentes.

Por esa razón este nuevo disco de versiones es tan oportuno: porque funciona a modo de reflexión sobre las raíces de los Raveonettes, una reflexión registrada en el estudio en 2023, año en que el grupo cumplía su vigésimo aniversario. Quizá los fans más acérrimos del dúo se hayan llevado un chasco por esa sequía de de material nuevo propio que ya va para ocho años, pero la brillantez de estas diez versiones y la luz que arrojan sobre el ADN musical de la banda lo compensan con creces.

Desde el primer segundo el sonido es inconfundible: voces en armonía envueltas en ecos antiguos, reverbs envolviendo guitarras que doblan melancólicamente las notas, enmarcado todo ello en un clásico compás 3/4 muy respetuoso con la canción original (‘I Love How You Love Me’, un hit de 1961 del girl group The Paris Sisters, producido por Phil Spector). Un enfoque doblemente retro, que mezcla el sonido surf y el muro de sonido de los 60 con el muro de sonido reverbcore 80s de los Jesus. Esa es la fórmula mágica de los Raveonettes, y a lo largo y ancho del álbum está aplicada con increíble maestría.

Quizá la devoción por todos estos clásicos haya motivado especialmente a Wagner (factótum a nivel de arreglos de todas las canciones), o puede que sea simplemente todo el tiempo que llevaban sin grabar: el caso es que la decena entera de canciones es inspiradísima. Se percibe ya desde los medios tiempos como el ya mencionado, o en el de su relectura de ‘All I Have To Do Is Dream’ de sus esenciales Everly Brothers, arreglado con un estimulante ritmo opaco y retumbante, bajo sintetizado que le da toque y personalidad y unas guitarras de frenético efecto trémolo que tejen bellísimos bordados en el aire, como luciérnagas aleteando alrededor de las voces. Y todo ello en dos meros y gloriosos minutos.

Esa concisión es una constante (sólo dos canciones aquí superan los 3 minutos), y también abunda el señalado minimalismo rítmico: el combo de cajas de ritmos oscuras y opacas de pura caja y bombo junto a bajos de sinte dan a algunos de los mejores momentos del disco un aire esquelético y marcial maravilloso. Ocurre con su revisión del ‘Shaking All Over’ de Johnny Kidd and the Pirates, respetuosa con el icónico riff de guitarra de Joe Moretti (hasta el solo es católicamente replicado nota por nota) pero sumergida en un tanque de reverb.

Y ocurre también con la impresionante ‘The Girl On Death Row’, una elección nada evidente del cancionero de Lee Hazlewood (bravo por reivindicarla) ejecutada con un magistral abanico de texturas de guitarra, desde graves “twangs” (que en la original tocaba el gran Duane Eddie) a ensoñadores guitarrazos con palanca de vibrato para finalizar con capas de fuzz y reverb que envuelven el dramático final como un viento maldito. Un tono tétrico y emotivo, idóneo para su terrible temática. ¡Casi la podría haber escrito Sune! Y no es el único momento en el que puede asaltarte ese pensamiento, prueba de lo bien que el danés ha asimilado en su propio estilo este tipo de composiciones a lo largo de estas dos décadas.

La cumbre de esa simplicidad máxima en el ritmo llega con ‘Will You Love Me Tomorrow’: un bombo discreto pero obsesivo es todo lo que suena, dejando campo abierto para el placer sónico de la voz de Sune solazándose en un océano de reverb, desprovista incluso de armonías. Una sobriedad que desnuda el misterio de esa melodía eterna, aderezada tan solo por bellísimos arpegios de guitarra trémula y gloriosas campanitas, una estampa sonora solemne y perfecta, como el anverso angelical del ‘Cheree’ de Suicide.

Y si es Sune quien protagoniza el clásico de Carole King para las Shirelles, Sharin coge el testigo cuando llega ‘Venus in Furs’, una de las elecciones más interesantes de este ‘Sing…’ por salirse de lo más previsible: la Velvet Underground no eran exactamente pop, y la canción original es una fúnebre pieza de folk modernista con agresiva viola de lamento “arty”. Su reconversión a mecánico beat tipo “baggy”, hipnotizado, ralentizado y con panorámicos ecos, es simplemente exquisita: Sharin dulcifica perversamente la monótona declamación de Lou Reed en la original, mientras Sune atrae a su terreno el motivo de guitarra, con reverbs de muelles y fuzzes marca RAT. Se completa con gloriosos estribillos de corte shoegaze y hasta un llamativo fade-out.

La otra gran sorpresa es la versión de ‘Return of the Grievous Angel’. Sin ser exactamente la primera incursión de los Raveonettes en el cancionero country, resulta excitante verles salir de su zona de confort. Frente a la muy ortodoxa versión original de Gram Parsons con Emmylou Harris de 1974 aquí se observa a los daneses haciendo retroceder la canción en el aspecto vocal, un poco como habría sonado en el ‘Sweetheart of the Rodeo’ de los Byrds —casi como si los 70 fueran demasiado para ellos— y resulta una de las propuestas más luminosas de todo el disco.

Imposible también no mencionar su excelente versión del ‘Goo Goo Muck’ de Ronnie Cook and the Gaylads: en una maniobra también muy Raveonettes, le añaden melodía en las estrofas en contraste con el tono monótono rockabilly de Lux Interior en los Cramps (la versión en la que claramente se basan). Es algo que añade una nueva e interesante dimensión a la canción, que mejora aún más en los estribillos, con más melodía y armonía vocal. Todo ello se completa con la clásica guitarra rítmica reverbcore y un riff lleno de trémolo que parece otro guiño a los Cramps, pero a los del ‘Human Fly’. Y entonces, en el minuto 1:15, llega un solo de ¿guitarra? que es como la explosión nuclear silenciosa en ‘Oppenheimer’: una niebla de fuzz extremo envuelta en ruido blanco que dura apenas 20 segundos y suena como algo salido de la mente de John Cage o Delia Derbyshire. Sólo esos 20 segundos merecen el precio de admisión.

El disco concluye con una última incursión en el minimalismo rítmico y el maximalismo ruidista: el ‘Leader of the Pack’ de las Shangri-Las flota suspendido en un mar de distorsiones y fuzz en los que la saturación máxima pixela el sonido, para después ser sumergido en reverb eterna. Infinitas láminas metálicas de fondo, procesadas con un pedal Geiger Counter, que combinan con la dulzura de las voces de Sune y Sharin. El halo intensísimo de misterio resultante es espectacular y le da una pátina contemporánea: el recitado de la parte central recuerda mucho más al neo-goth del ‘What’s A Girl To Do’ de Bat For Lashes que a las propias Shangri-Las.

Escuchar a los Raveonettes coger canciones tan icónicas y retorcerlas a su voluntad y estilo con tanta pericia puede hacerlo parecer fácil, pero en realidad es un reto complicadísimo. Que hayan sido capaces es una prueba más de su talento; sólo queda esperar que ese mismo talento se pueda traducir en un próximo nuevo disco de composiciones propias.

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Publicado por
Jaime Cristóbal