Cuando en enero se anunciaron las nominaciones a los Oscar, parecía claro que la película ganadora saldría de las dos más nominadas: ‘Emilia Perez’ (13 nominaciones) o ‘The Brutalist’ (10 nominaciones). Casi todas las apuestas apuntaban hacia la segunda, con la cinta de Jacques Audiard como segura ganadora en la categoría de Mejor película internacional. La victoria en los Globos de Oro de los dos filmes refrendaba aún más esa sensación.
Sin embargo, en apenas un mes han ocurrido muchas cosas: el pasado se le ha echado encima a Karla Sofía Gascón con el peso de un mamotreto brutalista y el presente sionista ha vuelto antipático el discurso histórico de la película de Brady Corbet. La gran beneficiada ha sido ‘Anora’, que de forma discreta no ha parado de ganar premios en las últimas semanas. En realidad, da un poco igual: las tres son estupendas. Gane la que gane, se merecen todos los premios que les den.
El problema es que hay una amenaza creciendo en el horizonte. El 10 de febrero ocurrió una desgracia de dimensiones bíblicas: la mediocre ‘Cónclave’ triunfó en los Bafta compitiendo contra las tres películas mencionadas. Aunque es cierto que la nacionalidad –era la única producción británica de las cinco nominadas- pudo haber jugado a su favor, los pronósticos empezaron a tambalearse como la credibilidad de Gascón pidiendo disculpas por sus mensajes. Para más inri, hace unos días se reprodujo la tragedia: ‘Cónclave’ volvió a repetir triunfo en los premios del Sindicato de Actores. ¿Dará la sorpresa el domingo, el día del Señor?
‘Cónclave’ es un poco ‘El discurso del rey’ de este año (¿alguien se acuerda de ella?). Un entretenimiento eficaz, bien interpretado y con una tensión dramática muy medida, muy correcto todo, academicista, pero bastante limitado desde un punto de vista estético, narrativo o dramático, sobre todo si lo comparamos con sus tres rivales en los Oscar. El alemán Edward Berger (‘Sin novedad en el frente’) echa mano de una puesta en escena ampulosa (esos planos aéreos con todos los cardenales con sus paragüitas blancos) para vestir de seda un guion con más jirones que un sayo franciscano. Mucha pompa para tan poca sustancia.
La película no es más que una resultona intriga palaciega, beneficiada por un estupendo reparto (mención especial para Ralph Fiennes e Isabella Rossellini) y unos escenarios vaticanos muy llamativos, pero perjudicada por una banda sonora que subraya en vez de enriquecer, un discurso simplón y un golpe de efecto final que no hay por dónde cogerlo, mas risible que sorprendente. Es como decir misa en latín: da igual lo que digas, suena muy bonito, solemne y profundo.