Es una pena que te metas en el cine pensando que vas a ver una cosa y a los 45 minutos de película pienses eso de «me han timado». Y es que desde que Julio Medem creara con ‘Los Amantes de el Círculo Polar’ una nueva corriente cinematográfica conocida como «cine de casualidades», son cada vez más los directores que pasan de esmerarse en sus guiones para meternos doblados descarados engaños cuyo objetivo no es otro que el cuadrar de forma fácil historias absurdas. Menos mal que por lo menos, la nueva película del ¿visionario? M. Night Shyamalan, mejora hacia el final (siempre y cuando te guste llorar en tu butaca, claro).
‘La joven del agua’ cuenta uno de esos supuestos cuentos orientales sobrenaturales que tanto le gustan al director indio: la historia de una narf (especie de ninfa marina sabionda) que se acerca a los hombres para conocer a su recipiente y cambiar el mundo. No vamos a seguir desvelando historia porque os arruinaría la película. Aunque tampoco hay mucho que contar…
El caso es que, detrás de esta leyenda que el director se inventó para entretener a sus hijas, no hay apenas nada. El hilo argumental se sustenta fuertemente en las pistas que se van descubriendo sobre el cuentecito, y al final, la película se queda coja porque la historia que debería ser central termina siendo excesivamente secundaria e irrelevante. Va a ser cierto que hacer cine de terror vecinal es algo que sólo Álex de la Iglesia estuvo a punto de rodar con maestría.
Eso sí, los efectos especiales muy sutiles, muy bien y a la altura de lo que esperamos en una superproducción Hollywoodiense. Pero si esto es lo único resaltable, es entendible que salgas del cine con la sensación de que la película es más bien mediocre… Entretiene y se deja ver, pero no es ni mucho menos lo que sale en los anuncios ni en los trailers. El miedo y el suspense brillan por su ausencia. ¿A quién puede asustar (literalmente) un perro verde?
Parece que se va revelando que Shyamalan es uno de esos hypes cinematográficos que tanto se prodigan en el mercado actual. 4,5. Piscu y Farala