Por fin, una película de producción española bien dirigida, con una historia contada en condiciones y con unos actores que actúan de verdad. ¿Qué ha pasado? Que he ido al cine a ver ‘Salvador (Puig Antich)’, la última película de Manuel Huerga y la más digna competidora de ‘Volver’ en la gala de los Goya.
‘Salvador’ está basada en la vida de Salvador Puig Antich, un joven militante barcelonés del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL) que murió ejecutado en 1974 cuando el franquismo daba sus últimos coletazos. De hecho, Puig Antich fue el penúltimo condenado a muerte de la dictadura, dudoso honor que se produjo por obra y gracia del garrote vil, un aparato inmundo que no sólo acaba con el ajusticiado de una manera indigna, sino también lenta y dolorosa -tarda unos veinte minutos en dejar de respirar-. A lo largo de toda la película somos testigos de las últimas semanas de vida de Salvador (un magnífico Daniel Brühl), que tienen lugar en la cárcel mientras prepara su caso con su abogado (Tristán Ulloa). Las conversaciones que mantienen se intercalan con flashbacks de la militancia del protagonista en el MIL, de las primeras acciones, de la evolución de este grupo y de las relaciones que iba manteniendo tanto con los compañeros de partido como con su familia y novias (primero Leonor Watling y luego Ingrid Rubio).
En este film vemos a Salvador como un hombre que se rebeló contra esa dictadura que consideraba injusta, que sabía perfectamente lo que hacía al introducirse en el MIL pero, ante todo, que no era ningún mártir. Murió conmoviendo a esa gran parte de la sociedad de aquel tardofranquismo que vio cómo los esfuerzos de su abogado eran inútiles para obtener el indulto, pero Puig Antich mantuvo la cabeza bien alta y sus ideas revolucionarias hasta el último momento.
Lo que más sorprende de esta película es la manera que tienen los personajes de desenvolverse en ella; realmente, los actores han conseguido -perdón por la palabra- interactuar de una manera tan natural que llega un momento en que el espectador pierde la noción de estar en el cine. Por una vez, se ve a profesionales que no sólo se aprenden un guión y lo memorizan, sino que también sienten y dan vida (pero de verdad) a los personajes que interpretan. Hasta una actriz tan limitada como Ingrid Rubio consigue que Margalida (última novia de Salvador) sea veraz y creíble. Mención especial merece Leonardo Sbaraglia, que no sólo borra su acento argentino como por arte de magia sino que consigue que el carcelero que interpreta sea una pieza fundamental en el film. Es conmovedor ver la evolución del personaje que empieza siendo un furibundo funcionario de prisiones descerebrado que desprecia al protagonista y termina llorando el día de su ejecución debido a la estrecha relación que se va fraguando entre ellos. Pero, sin lugar a dudas, lo más destacable es Daniel Brühl en el papel de Salvador; una interpretación sencilla y sin afectaciones pero que el talento del actor hace que brille por encima de todas las demás. Una gran elección por parte del director.
Esa naturalidad de los actores se aprecia también en la forma que tienen de utilizar el catalán, exactamente igual que en la vida real. Los personajes pasan del catalán al castellano, y viceversa, según con quien estén hablando, como sucede también fuera de la pantalla. Sorprende mucho escuchar a Daniel Brühl -hijo de alemán y barcelonesa- hablando en ambos idiomas con tanta corrección. También es una sorpresa Leonor Watling hablando en catalán.
Es más que recomendable ir a ver ‘Salvador’ por todos los motivos que antes he expuesto pero, sobre todo, porque hay que tener un poquito de memoria histórica y no olvidar que hace poco más de treinta años todavía se ajusticiaba con garrote vil a los presos políticos en este país. Y porque hay más formas de recordar los últimos años del franquismo además de la de ‘Cuéntame’. 9