Con su retraso correspondiente y habitual abrió las puertas la sala El Sol abarrotándose en cuestión de minutos por público de todas las generaciones y todos los cortes. Eilen Jewell y su banda, aparecieron en el escenario entre ovaciones diversas. De negro y tan felices. Jerry Miller, a la guitarra, con sus pintas de sheriff corrupto de una aldea de Arizona. El contrabajista, John Sciascia, su tupé, su whiskey a pelo y su imponente intrumento. Jason Beek, entre el bombo, la caja y su absoluta precisión con las baquetas. Y por último, Eilen Jewell, guitarra en mano, perlas al cuello, trasmitiendo toda esa energía a través de su propia fragilidad.
Entre un público entusiasmado, que no terminaba de guardar silencio, se empezaron a suceder los temas de su último álbum ‘Sea of Tears‘, intercalados con bastantes del anterior, ‘Letters from Sinners & Strangers‘. De éste sonaron ‘Heartache Boulevard’, ‘Rich Man’s World’ o la estupenda ‘Dusty Boxcar Wall’. ‘Thanks a Lot’ fue aprovechada para dar una vez más las gracias al público y ‘Dusty Boxcar Wall’ quedó simplemente perfecta. Tocaron incluso ‘The Flood’, incluida como cara B del single ‘Heartache Boulevard’. Del mar de lágrimas, ‘Sweet Rose’ nos puso los pelos de punta, ‘Fading Memory’ incitaba a pasar la noche en cualquier barra solitaria y llorar por los amores perdidos y la potentísima ‘Sea of Tears’ demostró que vale de sobra para darle nombre a un LP entero. ‘Nowhere In No Time’ sonó preciosa y ‘Everywhere I Go’ nos hizo sentir esas partes del cuerpo donde, seguro, nace, vive y querría morir la buena música.
‘Nobody’s Business’, de Billie Holiday, brilló con luz propia gracias a la potente voz de Jewell, lo único que hace referencia al blues del que proviene el tema, ya que los riffs de Jerry Miller nos hicieron olvidar la composición original. Lo mismo que ocurrió con las versiones incluidas en ‘Sea of Tears’, la increíble ‘Shakin’ All Over’ (para la que Jewell tocó las maracas) y ‘I’m Gonna Dress In Black’, haciendo honor a su vestuario y a esa filosofía que rodea todas sus composiciones.
Una delicia musical capaz de unir a gente de todas las edades y estilos en un espectáculo de una ejecución impecable y una cercanía propiciada por la propia Eilen. Sus intervenciones en nuestra lengua, imperfectas pero encantadoras, y el movimiento de su cuerpo tocando enérgica su guitarra, hacían desear que no se marchara nunca de ese escenario, a pesar de que la madrugada de otro día laborable acechaba, peligrosa y sugerente, como las canciones que dejábamos atrás. 8,5