Su álbum de debut, ‘Bright Like Neon Love’, data de 2004. Y lo mejor es que el pastiche que creó el trío (entonces cuarteto) australiano fue tal, que para nada nos imaginábamos que su segundo disco, de nombre ‘In Ghost Colours’, sería un acierto del calibre que es. Nada nos hacía presagiar que en pleno 2008, este compendio de electrónica, new wave, synthpop ochentero y acid sonaría arrebatador en las pistas de baile. Y mucho menos que sus quince pistas conformarían un sólido aspirante a disco de la década.
Corre el año 2001 cuando Dan Whitford, un DJ y diseñador de Melbourne, decide iniciar su proyecto personal: Cut Copy. Para ello recluta a Tim Hoey, Mitchell Dean Scott y Bennett Foody, aunque este último termina abandonando la banda para estudiar un doctorado. Juntos lanzan un primer álbum bastante deshinchado, pero siguen en el candelero hasta 2008, momento de lanzar este segundo trabajo. Y de la nada crean un single que atrae toda la atención sobre ellos. ‘Hearts On Fire’ es la típica canción de dimensiones monstruosas, perfecta para una pista de baile: un inicio silencioso, unos coros perfectamente empastados, una música repetitiva, un estribillo que comienza con un bajón considerable y que después tiene un subidón bien bakala e incluso las trompetas de ‘Infinity’, la típica guilty pleasure regulera que además ha sido revisitada este pasado verano. Este obvio homenaje y, en la misma canción aunque algo más adelante, una referencia clarísima a New Order; convierten ‘Hearts On Fire’ en un hit casi instantáneo -a pesar de lo facilongo de las letras- aderezado con un vídeo magnífico dirigido por Nagi Noda que igual hace que se os salten hasta las lágrimas.
Después de semejante primer single, evidentemente, estábamos seguros de que no habría un segundo a su altura. Por suerte, estábamos confundidos: ‘Lights And Music’ es todavía más discotequero, más bestial y mejor. Repitiendo las máximas del primero, siendo comedido en un principio y excesivo y retórico a su final, conquista de inmediato a pesar de (o gracias a, que nunca se sabe) su marcado caracter bakala. La grandeza en la elección de este segundo tema es su estructura, porque parece que nunca va a reventar hasta que, casi al final, sorprende con un ejercicio de regulerismo capaz de hacerte darlo todo en la pista de baile más chunga del mundo.
Sin embargo, quizá la parte grandiosa de este trabajo es que está concebido -en su mayor parte- como una sola sesión, al igual que el ‘Confessions On A Dance Floor’ de Madonna. Es decir, que gracias a la unión de casi todas las canciones (hay pocas excepciones), el álbum se conforma como un todo indisoluble, de esos que te pones y no te aburres en ningún momento. Y si no te aburres es porque entre tamañas canciones, también hay pequeñas joyas que pasan desapercibidas en un principio para después convertirse en verdaderos hits de cabecera. ‘Out There In The Ice’ o ‘So Haunted’ son dos clarísimos ejemplos de growers que pasan a ser favoritos con cada escucha.
Y es que si ‘In Ghost Colours’ tiene una ventaja por encima de todas, esa es que su número de beats por minuto no decrece en casi ningún momento. Tan solo los interludios (hay cuatro) y algún trozo de canciones sueltas (‘Strangers In The Night’, al principio, y ‘Eternity One Night Only’, el tema de cierre) dan un ligero respiro en una orgía electrónica que casi podríamos decir que define el eclecticismo del sonido de una época.