“La vida tiene vacíos que sólo otros pueden llenar”, dice una voz en off en un momento de ‘Air Doll’. Sobre ese concepto de vacío existencial hace bascular Kore-eda su adaptación del manga de Yoshiie Goda (todavía sin traducción al inglés o español). Construida como una fábula sobre la soledad urbana, el autor de la extraordinaria ‘Nadie sabe’ utiliza la muñeca como metáfora, como símbolo del aislamiento social contemporáneo. La muñeca es empleada por el protagonista para llenar sus carencias afectivas, sus vacíos. Pero para ello debe llenar antes los de la muñeca, inflarla. Como si de una Pinocho moderna se tratara, la muñeca cobra vida, le es insuflada.

Desde este punto de partida, pleno de riqueza poética y semántica, la película avanza de forma elegante por los caminos del fantástico más naif y amable, aunque sin desdeñar el contrapunto bizarre dada la condición de objeto sexual de la protagonista. Multitud de detalles aparecen desperdigados por las distintas secuencias –el muñeco Frankenstein del mostrador del videoclub, la niña con la muñeca, el policía inflando una rueda- aportando valor y significado al discurso.

En una de las mejores escenas del filme la muñeca sufre un accidente y se desinfla. Y la película… también. Dicha secuencia, de un erotismo poético y perturbador, marca el punto álgido de una historia que no da para mucho más. A partir de ahí, las peripecias de la muñeca por el casco antiguo de Tokio empiezan a resultar reiterativas. Lo que antes parecía sorprendente ahora resulta extravagante, lo que parecía poético se convierte en cursi, y lo que resultaba sensible ahora parece sensiblero.

Aun así, siguen apareciendo, aunque sea de forma aislada, brillantes ideas de guión y puesta en escena –cfr. el encuentro con su creador, el momento en el que tira a la basura el inflador- que hacen más llevadera una parte final cada vez más dispersa, deslavazada y necesitada de aire nuevo. 6.