El improbable éxito de ‘Mad Men’

-

- Publicidad -

El improbable éxito de ‘Mad Men’

Ganar el Emmy al mejor drama en prime time durante tres años consecutivos es un hazaña que pocos han conseguido igualar. Series que nos han cambiado la vida, como ‘A dos metros bajo tierra’ o ‘Los Soprano’, ni siquiera se han acercado al triunfo de ‘Mad Men’, sólo superado por ‘El ala oeste de la Casa Blanca’. Ambientada en Estados Unidos, en los años 60, ‘Mad Men’ retrata la realidad cotidiana de Sterling Cooper, una agencia de publicidad imaginaria que intenta por todos los medios pasar de jugar en una división inferior a codearse con las grandes.


El mundo de la publicidad tal y como lo conocemos ha vivido tiempos mejores. Empezó a despuntar en los años 60, precisamente los que refleja ‘Mad Men’, y después fue subiendo como la espuma, hasta que, durante los 70, 80 y 90 se cometieron todos los excesos que nos podamos imaginar. Y nos referimos, fundamentalmente, a escandalosos precios y trenes de vida fuera de lo normal para cualquier mortal. Todo empezó tras el descubrimiento de que la publicidad podía influir, de alguna manera, en los patrones de compra y consumo de los ciudadanos.

- Publicidad -

El éxito de ‘Mad Men’ era, de todos modos, improbable. Vale que durante 45 minutos somos los espectadores del desarrollo de unas vidas trepidantes, repletas de fiestas, alcohol, tabaco y sexo fuera del matrimonio (porque lo que es dentro…), pero ‘Mad Men’ también refleja una profesión que sólo puede conocerse al 100% cuando se ha vivido dentro. Era inesperado que el público en general pudiese entender la diferencia entre un ejecutivo de cuentas, un copy y un creativo (si todavía os cuesta, nada como entender la diferencia y luego ver este sketch de ‘Muchachada Nui’) y mucho menos que aceptase las luchas de poder que estos tres estamentos tienen en su trabajo diario.

Pero hay algo más en ‘Mad Men’. Si alguien pensaba que tabúes de los 60 como el antisemitismo, la homofobia, la diferencia entre sexos o el racismo estaban superados, que se vaya olvidando. A nadie se le escapa que parte del atractivo de la serie está en ver cómo Peggy Olson supera sus barreras laborales y consigue introducirse en un mundo de hombres a duras penas, o incluso en entender el proceso que lleva a Betty Draper a entender que no puede seguir tolerando las infidelidades de su marido. O esas escenas en las que sólo podemos intuir que Salvatore Romano está siendo seducido por otro hombre, pero de la manera más sutil posible, nunca explícita. Como si, verdaderamente, estuviésemos viendo una serie en los años 60.

- Publicidad -

Y es que la ambientación es de lo que más sorprende a la hora de ver ‘Mad Men’. Una serie con aires de película europea que ha sido capaz de cautivar al público estadounidense, incluso muy a pesar de la cantidad de tabaco que se fuma en cada episodio. Una serie en la que hay una trama central, que termina totalmente enterrada gracias a las tramas secundarias -más propias de un culebrón, pero también muy adictivas-. Todo aderezado con planos largos, que incluso a veces se sostienen en un simple detalle, diálogos crípticos con más texto implícito que explícito o escenas más largas que un día sin pan. Y es que, ¿a alguien le importaba, ya al final de la temporada, cuál era el pasado real de Donald Draper? Porque su atractivo reside, en parte, a lo poquísimo que sabemos de él. ‘Mad Men’ es prácticamente ajena a los season finale de dos horas, o a los cliffhangers capaces de mantener al espectador en un sinvivir. Su atractivo está en la historia, en la construcción de los personajes, en su desarrollo a lo largo de la serie. Y aunque esa es su mayor grandeza, también puede ser -llegado el momento- su mayor debilidad a la hora de seguir acumulando premios y ganándose el beneplácito de público y crítica.

Lo más visto

No te pierdas