‘To the Wonder’: Malick se cae de ‘El árbol de la vida’

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‘To the Wonder’: Malick se cae de ‘El árbol de la vida’

La cara de Ben Affleck. Eso sí que es un poema. Y no ‘To the Wonder’. Su bressoniana presencia en la nueva película de Terrence Malick podría cumplir la misma función que el personaje del héroe en el Hollywood clásico: favorecer la identificación psicológica con el espectador. Todos somos Ben Affleck. Yo soy Ben Affleck. La cara que pongo y mis sentimientos viendo la película son los mismos que debió de tener el actor mientras deambulaba en silencio por el encuadre y una chica correteaba y daba saltitos a su alrededor. Qué poético. El agua. Las nubes. El sol. Siempre está atardeciendo.

Podríamos definir ‘To the Wonder’ como un brote maligno de ‘El árbol de la vida’ (2011), como si una de sus hermosas ramas hubiera crecido demasiado y, en vez de podarla, se nos metiera en el ojo. Es como si Malick como creador hubiera dejado de buscar. Lo que encontró en ‘La delgada línea roja’ (1998), sublimó en ‘El nuevo mundo’ (2005) y exacerbó en ‘El árbol de la vida’ -ese cine flotante, suspendido, que se aleja de la narrativa tradicional y se acerca a una concepción poética del relato- lo parodia ahora a su pesar en ‘To the Wonder’. De genuino lirismo a impostura rebozada de misticismo con retórica de anuncio de perfumes.

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Con el paso de los años y la llegada de la tecnología digital -que le permite rodar horas y horas sin salirse del presupuesto- el director tejano se ha convertido en un cineasta que “escribe” en el montaje. Es como si realizara un novelón de mil páginas y luego se dedicara a ir quitando tramas y personajes hasta convertirlo en un poema (esta vez su proverbial “tijera” ha dejado fuera a estrellas como Rachel Weisz o Jessica Chastain). Solo que en esta ocasión la rima -las rimas visuales y los soliloquios- no funciona, no emociona.

¿Queda algo en ‘To the Wonder’ que no sean estos “descartes” de ‘El árbol de la vida’? Sí, sí queda. Además de la indudable potencia visual del filme, llena de planos de enorme belleza, sobrevive una subtrama que podría ser el germen de futuras películas. La de ese cura interpretado por Javier Bardem que, en plena crisis de fe, reconoce que finge, que busca a Dios y no lo encuentra. Durante su peregrinaje por cárceles, asilos y barrios marginales vemos la única verdad de la película: cuerpos dolientes, enfermos y castigados sobre los que el director posa una mirada humanista impregnada de religiosidad. El sacerdote no encuentra a Dios, pero Malick parece haber encontrado a Bergman y Pasolini. 5.

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