‘En un lugar sin ley’: amor condenado

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‘En un lugar sin ley’: amor condenado

un-lugar-ley-david-loweryCuenta el director David Lowery que ‘En un lugar sin ley’ iba a ser una película de acción, pero que le acabó saliendo una de amor. Hay atracadores, policías y asesinos a sueldo. Hay cantinas con jukebox, música folk (excelente), polvorientos pueblos tejanos, campos de trigo y casas de madera con mecedoras en el porche. Pero por encima del ruido de los disparos o el sonido de los banjos, lo que se escucha en esta película son las palabras de amor escritas por un forajido a su mujer y los elocuentes silencios de un policía enamorado de esa misma mujer.

‘En un lugar sin ley’ es un neo-western romántico aderezado con toques de melodrama criminal. Una emocionante historia de amor que se ve algo lastrada por una influencia no muy bien digerida del cine de Malick (más esteticista que trascendentalista), con ‘Malas tierras’ y ‘Días del cielo’ como referentes fundamentales. Aun así, el director logra sobreponerse a ese “lirismo de contraluz” gracias al buen trabajo de los actores, el trío Affleck-Mara-Ben Foster, y a un afortunado uso de la elipsis narrativa.

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Lowery, montador durante una década en las trincheras de la industria, elige ocultar información al espectador sobre el pasado de los personajes y suprimir (o casi) las escenas “fuertes” de la historia. Prefiere centrarse en los interludios, en los momentos de intimidad y espera. Un recurso narrativo con el que consigue una enorme potencia dramática y poética: la diferencia entre mirar el pomo de una puerta, con todo lo que ello significa/evoca, o ver cómo ésta se abre de una patada.

‘En un lugar sin ley’ es como ver ‘La Odisea’ desde el punto de vista de Penélope, una epopeya fuera de campo. La crónica, íntima, melancólica y fatalista, de una espera. O, como dice el propio director, “un western que sucede en la sala de estar de alguien”. 8,5.

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