El sobresaliente nivel de la histórica jornada inaugural no ponía las cosas fáciles al segundo día. No sabemos qué tiene este festival que siempre supera nuestras expectativas, como si el factor sorpresa formara parte indisoluble de su ADN. Aún es pronto para saber si estamos ante un nuevo récord de público, pero todo apunta a que, al menos, lo igualará. Ya desde las primeras horas del día hubo colas para entrar en la instalación sonora de DESPACIO -se había corrido la voz- y los conciertos daban la impresión de estar siempre colmados por un público entusiasta al que vemos, por ahora, mucho más recatado en la selección de su vestuario: cada vez cuesta más encontrar las «pintazas» y los modelos imposibles tan habituales en Sónar Día, aunque algo queda. El calor está siendo protagonista involuntario de las jornadas diurnas, y eso provoca que la gente piense más en quitarse la ropa que en ponérsela.
Empezamos temprano, con un poco de vértigo ante todo lo que se nos venía encima, para ver al madrileño Henry Saiz defendiendo su último trabajo, que para nosotros forma parte del top de mejores discos del año pasado. Precisamente queremos dejar clara nuestra admiración hacia el madrileño para ilustrar mejor la magnitud de la decepción. El rollo retro y el aroma a new age que tanta gracia nos hacen en su trabajo de estudio se vuelven en directo feístas y forzados, y lamentamos en especial la versión medio tiempo de ‘Love Mythology’. En general todo el repertorio le deslució bastante, enmarañado en un entramado de capas superpuestas que no iban a ningún sitio. Valoramos que Saiz no tirara del piloto automático y que eligiera un formato de banda con dos vocalistas -eso sí, con barra libre de vocoder-, pero el sonido, desde luego, no le ayudó. La audiencia, eminentemente española, parecía más interesada en hablar de sus cosas.
Poco después, mientras DJ Der mostraba lo peor de sí mismo en el Village con una sesión exasperante, Forest Swords nos trajo uno de los espectáculos con mejores resultados, la gran sorpresa de la jornada del viernes. Con unos sonidos alejados de la pista de baile, la electrónica trascendente de este artista británico se funde a la perfección con unas imágenes bellísimas y de factura cinematográfica, capaces de crear unas atmósferas únicas, entre el terror y la melancolía. Además de las imágenes, estaba acompañado por un bajista que tenía enfrente y no al lado, como habría cabido esperar. Matthew Barnes, el hombre que se esconde tras Forest Swords, supo que se había metido a la gente en el bolsillo y se mostró en todo momento emocionadísimo. La conexión con el público fue total. No le perdáis la pista.
El calor de las primeras horas de la tarde parecía capaz de romper las piedras. Ahí, en el Sónar Village, vimos derretirse a Jessy Lanza con un sonido calcado, para bien, al de los Junior Boys. No en vano, la producción de Jeremy Greenspan, uno de los miembros del dúo canadiense, está muy presente en todo su repertorio. Jessy se mostró divertida pero muy concentrada entre dos teclados y un micro, a ratos ensimismada, y la audiencia acudía por goteo hasta la catarsis del final de su show, provocada por un correspondiente subidón de volumen que puso de pie a algunos dormilones que yacían desparramados por los pocos lugares con sombra del escenario del césped de plástico.
La actuación del dúo británico Simian Mobile Disco fue avanzando a cámara lenta, con una introducción ambient tan extendida que a algunos se les hizo interminable. Su propuesta parecía basada precisamente en una lenta ascensión, en un viaje hipnótico que despegaba a velocidad de crucero. Sí, nos gustó, pero quien esperara los hits que inundan su discografía se quedó con las ganas, porque en este show los temas son prácticamente irreconocibles y los visuales, la verdad, no eran nada del otro mundo.
Si tuviéramos que conceder el premio a mejores sampleadores de esta edición debería ser para Matmos. Quizás también el de mejor vestidos. Esta pareja de San Francisco lleva dos décadas haciendo uso de grabaciones de lo más dispar, experimentos de laboratorio con samples de liposucciones, bisturíes, cirugías y exámenes auditivos, homenajes a la cultura gay o al mundo de la parapsicología y la telequinesis. El concierto no fue de digestión ligera, pero al final tiraron de la salsa sin saber muy bien por qué, y ese detalle nos encantó.
Bonobo, uno de los mejores representantes del sello londinense Ninja Tune en la presente edición, ha ejercido una influencia evidente en artistas como Pantha du Prince o Gold Panda. Lo suyo son ritmos que se expanden como bomba de racimo, y su poder hipnótico es interminable, apoyado por un bajo seguro y contundente. También nos pareció de lo mejorcito lo que nos dio Oneohtrix Point Never. Ahora sí entendemos a Sofia Coppola, que ha elegido al norteamericano de ascendencia rusa como selector de las bandas sonoras de sus películas. La atmósfera futurista y densa de su concierto en el Sónar Cómplex era capaz de dejarte aturdido de tanta belleza.
La locura que despertaron los bailes y las canciones de FM Belfast en el Village quedará para los anales de este festival. Explosión de confetti y parafernalia fiestera en un show desternillante de versiones celebradísimas, como el ‘Wonderwall’ de Oasis metido en el pasapuré. Si pudiéramos hacer un mapa conceptual de palabras unidas a este espectáculo lo tendríamos fácil: fiesta, bombo y más fiesta, justo lo que el público necesitaba. Eso quien decidiera perderse otra de las convocatorias más importantes del día, la actuación del británico Jon Hopkins defendiendo con ganas y acierto su aclamado trabajo ‘Immunity’, lleno de capas sintéticas que causaban impacto en una abarrotadísima sala, volcada en una música que te invita a ser tú mismo.
Nos pareció un acierto la forma de dividir el esperadísimo concierto de Röyksopp y Robyn, indiscutibles cabezas de cartel del primer encuentro nocturno de esta edición que lleva visos de convertirse en la mejor en la historia de Sónar. Se distribuyó en tres bloques de 40 minutos: el primero para el dúo noruego, el segundo para Robyn, y un tercero que trasladó el disco conjunto que acaban de publicar, más el bonus track de su histórico hit. Estaban acompañados en todo momento por una banda muy simétrica (dos baterías, saxo, teclados) que sin duda aportó una indispensable calidad instrumental. En conjunto, la puesta en escena fue impecable, lo mejor de todo, basada en un espectacular juego de luces. Röyksopp nos hicieron entrar en calor (hay una versión de ‘Poor Leno’ que guardaremos siempre en nuestra memoria), mientras que la parte de Robyn fue más de radiofórmula, un show digno de una superestrella del pop para bien y para mal… algunas canciones suenan algo previsibles pero fueron interpretadas con una presencia, la de Robyn, que es extraña, pero atractiva. Como las máscaras de lentejuelas plateadas que llevaron todos los músicos en el último tercio de este show vibrante.
Sónar Pub es el refugio de las propuestas más hedonistas y más in. Tras el concierto, algo siniestro, de Woodkid, se daba paso sin descanso al pop sintético de Caribou, pasando por las incontenibles melodías disco de Todd Terje y esa mágica lección de buen gusto que nos dio Kaytranada. Todo en el escenario más animado del festival, y eso que tenían competencia: las opciones más dubstep de Pretty Lights y de Flux Pavilion, o el inconfundible y aparatoso techno de la troika de Richie Hawtin o de Gesaffelstein.
Mención aparte merece Moderat, una banda a la que le perdonamos el cierto anquilosamiento de su sonido porque, en definitiva, siguen haciendo canciones bonitas y las concesiones al baile son siempre celebradas por un público que vitoreaba cada una de sus canciones. Sobre todo las del primer disco, desde ‘New Error’ hasta la preciosa ‘Rusty Nails’. Para terminar, la sinvergonzonería química y enfocada al hedonismo de The Martínez Brothers puso el broche canalla a esta deslumbrante jornada. Sr John, Txema.